GOSACAÍT O SAN VALENTÍN

Por Marta Juárez

En los últimos tiempos se difunden y popularizaron festejar celebraciones y rituales propios del hemisferio norte, caso de Halloween y de San Valentín el 14 de febrero, declarado como Día de los Enamorados.

Esto sucede en principio por la fuerza que tiene el proceso de globalización, de aculturación que sucede pareciera con más rapidez debido a la Internet y comunicación constante y permanente de las redes sociales. Pero en mi opinión también se da por el desconocimiento que existe en nuestra sociedad de los ritos y celebraciones que tenían nuestros pueblos originarios.

Respecto al Amor y a la familia, precisamente nosotros tenemos un personaje propio, originario de nuestras latitudes. El es Gosacaíl, el Duende del Amor, que existía según las creencias y costumbres de los Pilagaes.

¿Quién era este travieso duendecito dueño del Amor?

En principio para comprender quién era Gosacaít, debemos conocer y entender el concepto de “Dueño”. Para los pueblos originarios todas las cosas de la Naturaleza tenía su “dueño”. La tierra, el río, las lagunas y aguadas, el monte, cada animalito y cada especie de árbol, etc. Pero era dueño no en el sentido de propiedad que tiene para nuestra Cultura, era dueño porque su trabajo, su deber era cuidarlo, protegerlo, ser su Guardian.

En ese sentido los árboles era para estos pueblos deidades bienhechoras, tal como un Padre que provee todo a la familia sin pedir nada. Les proveían casa, techo, comida, armas, herramientas, sombra, frutos, bebidas, alegrías, fiestas.

El pueblo de los pilagás o pilagaes (en idioma pilagá: pit ́laxá) habitaba en el centro de la provincia de Formosa en Argentina. Algunos grupos emigrados también viven en la provincia del Chaco y en la provincia de Santa Fe. Los pilagá son originarios del río Pilcomayo y están dispuestos en varios asentamientos en los Departamentos Patiño y Bermejo de la provincia de Formosa. Hablan la lengua pilagá o pitelaGa laqtaq, lengua de la familia guaycurú a la que también pertenecen el toba, el mocoví, el caduveo y las extintas etnias abipón y payaguá.

Tenían una economía de subsistencia centrada el la pesca, la recolección y la caza. Los hombres además de la pesca, realizaban la extracción de la miel, y la captura de quirquinchos, suris, pecaríes e iguanas. Las mujeres la recolección de huevos de chajá, frutos. Tejían artesanías con fibras de chaguar.

También eran sus sabios maestros, de ellos podían aprender cosas que les servirían para la vida. Para los wichis matacos, para guaraníes y chanés, algunos árboles eran sus abuelos, sus patriarcas, caso del Algarrobo para los primeros y el yuchán o Palo Borracho para los segundos. Así sus vidas, sus fiestas y ceremonias tenían mayor presencia en sus ceremonias y fiestas ya que sus vidas estaban vinculados directamente a ellos, a sus ciclos estacionales.

El algarrobo para la Fiesta de la Aloja y el yuchán para el Arete guazú o carnaval. Para los Pilagá el Palo Santo era un árbol sagrado, decían que en dentro de su corazón, vivía Gosacaíl, un duendecillo que guardaba el néctar del Amor. El aroma dulzón y embriagador, intenso y persistente del palo santo, decían, que es igual al Amor, el sentimiento más noble de la especie humana.

En la cosmovisión indígena todo en la Creación, los animales y las plantas, las tormentas, las montañas, el río, el arco iris, todos tienen un Dueño, no en el sentido de propiedad que le damos nosotros, sino de un protector encargado de su cuidado. Gosacaíl, el duende jardinero del Amor, era el dueño del palo santo.

Vestía ropas verde grisáceas como cortezas de ese árbol, y llevaba un bonete colorado adornado con flores, blancas y amarillas de palo santo, con el que cubría su canosa cabellera. Sus grandes ojos eran de un verde cristalino, tan claros que parecían hojas transparentes, aunque anciano tenía un aspecto jovial, sonriente andaba siempre retozando por los montes llevando en la mano izquierda su bastón hecho de una rama de su árbol.

Los pilagaes decían que era más bien alocado, pero amable y bondadoso, juguetón, muy travieso y burlón y que le gustaba hacer lío con los enamorados. Les enredaba las cosas, les ponía pruebas y si le caía bien y veía que era amor en serio, les ofrecía sus frutos de sabor agridulce.

Se mimetizaba en el bosque, y desde el hueco de alguno de sus árboles espiaba y escuchaba las conversaciones de los enamorados. Como buen jardinero cuidaba y vigilaba cada una de sus plantas, y si alguien las cortaba o maltrataban, era una ofensa personal.

Habitualmente era invisible, pero a veces se les aparecía a las jovencitas que se veían tristes, con el corazón como una flor marchita, sufriendo por amor. Entonces Gosacaíl se le acercaba despacito, le tocaba los cabellos con su rama como una suave caricia. La jovencita, sentía entonces una suave brisa que envolvía el bosque y un aroma dulzón a palo santo que envolvía todo el lugar. Cerraba los ojos y sonreía, y la tristeza se le iba.

Si su pena era por un amor no correspondido, al otro día esa persona caía rendido en sus brazos. Eso era en el caso que ese hombre era digno del amor de la joven, pero si era lo contrario, alguien que le daría tristezas y lágrimas, lo arrancaba de raíz de su pensamiento.

Gosacaíl, cuidaba con amor y mucho esmero sus árboles desde que asomaban como un tierno brotecito verde, hasta que se convertían en un gran árbol, fuerte y poderoso. En el corazón del palo santo, el duende jardinero guardaba resinas aceitosas que ofrendaban un fuego perpetuo, porque el Fuego es el símbolo de la pasión, el principal ingrediente del Amor.

Cuando los jóvenes Pilagás formaban pareja hacían un rito ante un árbolito de palo santo elegido previamente como custodio del amor de la pareja. Por su parte las jovencitas hacían un amuleto llamado la “Cotáiki”. Era una bolsita pequeña de cuero de tapir, que cosían primorosamente.

Se la entregaban al enamorado para que la lleve colgada en el cuello con una tirita hecha de cuero también. Para que esa relación sea duradera y sólida, él debía ir llenándola en el tiempo con hojitas que tomaba de esa planta a medida que crecía y se iba haciendo un árbol fuerte. La unión se consolidaba cuando nacía el primer hijo.

Un rito que también hacían las parejas era el siguiente:

Los enamorados iban al monte a buscar una plantita de palo santo, debía ser tierna. Cuando la encontraban ofrendaban a Gosacaíl con yista y coca y le pedían permiso para que ella sea la planta de su amor, la que cuide y proteja la pareja. A su vez ellos también se comprometían a cuidarla, desde entonces la visitaban siempre, limpiaban el lugar y le dejaba ofrendas para alimentar su espíritu. A través de las estaciones seguían con cariño y devoción su rítmico crecimiento.
Si Gosacaíl secaba la planta, era un mal presagio para la pareja que creía que la misma suerte tendría ese amor.

¿Acaso no es un personaje, una creencia digna de rescatarse y conocerse? ¡Y ES NUESTRO! El árbol de palo santo, hoy devastados sus montes en nuestro chaco salteño, no es acaso el Símbolo perfecto del Amor?

Entonces qué hacemos, ¿seguimos difundiendo las creencias nacidas en otras latitudes, propias de una religión, o RESCATAMOS LO NUESTRO?

La Leyenda de Gosacaít está en mi Libro, “Tartagal, Cuentos, Mitos, Leyendas”, editado por Juana Manuela Editorial en mayo del 2022.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

4 comentarios sobre “GOSACAÍT O SAN VALENTÍN

  1. Muy hermoso cuento Marta , siempre lo nuestro tiene valor, sólo que creo que nos hemos acostumbrado o adoptados costumbres de otro país.quizaz los escritores no pusieron tanto énfasis a lo nuestro.
    Sin ofender a veces creo que sería importante publicar más, en las Escuelas , en salón literario,bibliotecas.
    Concientizar que nosotros también tenemos riquezas literarias.
    No se olviden la promoción es muy importante.❤Feliz día del Amor..!!

    Le gusta a 1 persona

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