Por Olivier Pascalin

En la literatura medieval la palabra “bestiario” se definía como la colección de relatos, descripciones e imágenes de animales reales o fantásticos. También aludía, en los circos romanos, al hombre que luchaba con o contra las fieras.
Los siglos transcurrieron, desde aquella época, hasta llegar a la conformación de un corpus de escritores –Edgar Allan Poe, Franz Kafka, Horacio Quiroga y Julio Cortázar– que configuraron entre finales del siglo 19 y el 20, un universo del mundo animal original y complejamente bello en su estética literaria.
De esta forma, el terror clásico al estilo de Poe, los matices diferenciales del fantástico en Kafka y Cortázar, o la intensidad dramática de la narrativa de Quiroga, moldean la selección de una “constelación bestiaria” que invita a pensar las relaciones humanas en clave alegórica animal.

Somos animales por principio pero no nos gusta descubrir ese lado oscuro en nosotros mismos, lo mas profundo aunque tiene mucha belleza natural en sí. Bestiario, extraordinario, esotérico, místico, extraterrestre, sagrado, divino… No importa las palabras que pongas si existen esos animales y nos invita a retejer el vínculo entre lo visible y lo invisible, la materia y el espíritu.

Las criaturas mitológicas llevan siglos acompañándonos y ejerciendo funciones diversas: advertir de peligros, explicar fenómenos de la naturaleza, ayudarnos a vencer nuestros miedos…conocidos como leyendas de localidades rurales cercanas a lagos o bosques con avistamientos únicos.
Tangible a través del folclor, la cultura popular y los cuentos, leyendas y proverbios de cada pueblo; así como gracias a los textos de los autores, teólogos, antologistas, enciclopedistas, poetas y viajeros medievales, las criaturas mitológicas han protagonizado diversas narrativas.
¿Cuáles son las diferencias entre un mito y una leyenda?
La palabra leyenda proviene del latín legenda que significa «que hay que leer». Una leyenda es un relato que utiliza elementos fácticos (lugar, personaje, objeto, acontecimiento histórico) y su objetivo es llevar la cuenta de un acontecimiento, transmitir su historia y por tanto instruir.
Con el tiempo, a partir de la transmisión de la leyenda, la historia adquiere elementos fantásticos. Cuando faltan elementos de comprensión, la leyenda extrapola, llenando los vacíos de alguna manera. Entonces adquiere un carácter maravilloso… casi mítico. En la leyenda, por lo tanto, hay verdadero y falso, ya veces es muy difícil desenredarlos.
Para mí, un verdadero escritor es un «canal» para recibir información, desde el inconsciente colectivo, quizás desde una dimensión superior. Creo en ello porque he viajado mucho, he conocido otras culturas e incluso he tenido varias iniciaciones, entre los amerindios de México o en África o Asia. Lo que me permite tener una imaginacion «abierta». Al mismo tiempo, estoy habitado por todos los personajes que he conocido en mi vida y anteriores.
Escribir una historia es, por tanto, un proceso alquímico que tiene lugar entre esta información que viene “de otra parte» y mi propia memoria. Premoniciones, telepatía, señales, sexto sentido, experiencias cercanas a la muerte…,la vida esconde misterios que cada uno de nosotros aprehende de manera diferente.
El mito no se basa en hechos históricos ni en personas reales. Los personajes que pueblan el mito son heroicos, divinos, sobrenaturales. En el mito no prevalece la veracidad de los hechos y las cosas, pero la superstición y lo divino son omnipresentes.
A veces es difícil ponerle palabras, ya que estamos acostumbrados a analizar todo, ¡o explicarlo! Pero a veces las experiencias transforman nuestra visión de la realidad. Donde la leyenda fomenta el aprendizaje, el mito fomenta la creencia. Está ahí para explicar la creación del mundo, los fenómenos naturales, la esencia del ser humano.

Todas las civilizaciones, sin excepción, han inventado mitologías para explicar el origen del mundo, los mitos cosmogónicos son particularmente numerosos. Por ejemplo, en el seno de las tribus Chiroque, el mito de la génesis del «émbolo cosmogónico», un ave que se sumerge en el fondo del océano para recoger lodo, en el origen de la Tierra. Se han registrado 487 mitos de esta inmersión en todo el mundo, tanto en América como en Eurasia.
¿Cómo explicar una distribución tan amplia? ¿Será esto debido a la particular estructura de nuestra mente, como pensaba Carl Gustav Jung, o, por el contrario, a un mito?
Desde el principio de los tiempos, esto es lo que los seres humanos parecen haberse estado diciendo a sí mismos. Una historia para responder preguntas simples y existenciales, las mismas que la mayoría de los niños se preguntan: ¿quién creó el universo? ¿De dónde venimos? ¿Por qué la muerte? ¿Y qué hay después?
Porque, de todas las especies animales, somos los únicos que somos conscientes de nuestro nacimiento, los únicos que sabemos que la vida es dura y no dura, esta fragilidad nos empuja a construir historias para hacer soportable este mundo, a utilizar nuestra imaginación para dar sentido a la realidad. Tal es la función del mito.
En todo el planeta, los humanos cuentan el mundo a través de historias. Ningún pueblo es una excepción. Habitados por dioses, quimeras y monstruos con aventuras extraordinarias, los mitos han sido transmitidos a lo largo de generaciones y migraciones, tomados prestados unos de otros y adaptados a cada civilización.
Lejos de pertenecer al pasado, estas historias han sido revisadas en cada época, según las necesidades. Desde la Antigüedad ha habido, por ejemplo, multitud de mitos sobre la sociedad ideal de la igualdad, la libertad y el compartir: las visiones del Evangelio, de la República de Platón, del Contrato Social de Rousseau, del comunismo…
Del mismo modo, desde los faraones hasta los reyes de Francia, e incluso jefes de estado contemporáneos, los líderes a menudo invocan dioses y héroes para establecer su legitimidad; los mitos contemporáneos sobre el progreso o el colapso de la civilización tienen una dimensión prometeica o apocalíptica; las teorías conspirativas universales recuerdan el anti judaísmo medieval; fantasías vinculadas a la inteligencia artificial o al transhumanismo se nutren de los mitos de Pigmalión, el Golem o Frankenstein; y la cultura pop recicla alegremente figuras heroicas de antaño.
¿Serán solo sueños, nuestros miedos y esperanzas los que constituyen la esencia de nuestra humanidad?

