Por Carlos Boidi

Así era ella, como un sol de capricornio : inclaudicable. Ternura que solloza era, fortaleza sola que no necesita de alguien. Así era ella, casi transparente de bella, pero que nadie se engañe : pudo detener al mundo y aunque pareciera frágil llenarlo de miel en un instante. Tal vez una parte nuestra era, sin que pese, ni moleste, y sin que se aleje. Tal vez una sombra celeste era, tan suave de manos y de voz como si por algún pozo de dolor se llenará de eternidad.
Así era ella, ordenando nuestras almas , amontonando la biblioteca del mundo en un día, en una hora, en una boca. Anunciando la mañana con la frase luminosa de algún libro , o con la noticia injusta y adversa de algún compañero caído.
Pero sucede que hoy , y ahora, toda ella, ya vestida de luz y de versos , desde un extraño y lejano andén se despide de nosotros; sin estallido de marchas , sin humos ni pancartas , sin el acostumbrado cielo de volantines, sin el ronco megáfono esforzado en la garganta.
Entonces, ¿cómo encontrarla? ¿donde buscar el pañuelo y su chaqueta de jean maltratada? ¿Acaso todas las cosas se van con la tarde? Porque el aire parece soltarse en un gris altísimo y raído, cómo desgranado de luz y de protesta , y todo es tan distinto y tan parecido , tan lleno y tan vacío, ya sin Vallejos, Baudelaire, o Drumond De Andrade. Todo es tan distinto y parecido , tan preparado para la despedida, tan ausente de dolores, tan pronto para el viaje.
