Por Inés Brandan Valy

Señoras y señores nuestro destino es una fuerza que obedece al capricho de los dioses que juegan con nuestras vidas a su antojo. Instancias rituales de efecto inmediato ante la inminente disputa mundialista que detiene el tiempo. Literalmente se para el mundo y lo único que gira es la pelota. Es más que evidente que ante tales circunstancias, no podemos hacer absolutamente Nada.
Scalloni no nos va pedir que nos calcemos los botines para salir a disputar el partido ni tampoco seremos parte del grupo de privilegiados que podrán ir a la cancha porque el dólar Qatar nos dejó a pata.

Pero hay algo que en sus diferentes acepciones nos pone a jugar con el equipo: suposiciones, conjeturas, pronósticos y cábalas. La cábala futbolera tiene un componente psicoanalítico importante y es que debe cumplirse sí o sí, porque si no, corremos el riesgo de sentirnos culpables ante la derrota o de quedarnos afuera ante la victoria. Las cábalas son posta, posta ¿eh? No fallan. Porque el mundial no se gana solo con estrategias, planteos tácticos, ideas y goles; sino también con el cumplimiento del rito que incluye toda clase de invocaciones y promesas.

Así es que nos ponemos a putear a lo Toti Pasman frente al televisor de 98 pulgadas que nos dejó en la bancarrota, o nos calzamos la camiseta y el calzoncillo albiceleste a rayas que no lavamos desde el 86. Los más viejos que por algún milagro conservan las chapas, se hacen la permanente a lo Tarantini o se despeinan a lo Mario Kempes. Los más jóvenes se rapan, prometen salir desnudos si ganamos la primera vuelta, las chicas tienen sexo con el de la mesa de al lado en el bar el día del partido contra Brasil. Y todo eso para eliminar de la final a los alemanes.
Están los que se juntan en la misma casa, con los mismos amigos y ocupan los mismos lugares que ocuparon en el 90. Para llegar tenés que hacer el mismo recorrido y pasarte el mismo semáforo en rojo. Esperar el paso nivel hasta que pase el tren, bajar del bondi en la misma parada, escuchar la misma canción.
Pasar a buscar a los amigos por la misma esquina y saltar tres veces en la cuadra que les dio suerte la vez pasada. Si ese día te puteaste con tu jermu lo tenés que volver a hacer porque no vaya a ser que la paz doméstica altere el resultado.

Los religiosos y los no tanto apelan a toda clase de gualichos. Algunos van a misa, cargan en la billetera la estampita de la Virgen o de Don Bosco (patrono del futbol). Le piden a San la Muerte, al guachito gil y no se arrepienten de este amor a la camiseta, con Gilda. El cuadro del living es reemplazado por la imagen del Diego, la mano de Dios y el altarcito. Otros, los que no creen en nada más que en la ciencia, se empastillan con clonazepan para poder dormir hasta que la vieja los levante para ver el partido a las 6 de la mattina.
También está la chica que siempre ve el partido acompañada, o sea que cada cuatro años clavado, cambia el novio. O el viejo que está convencido de que Messi lo escuchó cuando en el tiro libre frente al televisor le susurró un “pateá a la derecha”.
Como dice Eduardo Sacheri:
“…en ese terreno fértil que queda a mitad de camino del amor, de la inacción y de la impotencia, surgen las cábalas. Esas fantochadas, esas burdas elucubraciones inútiles que casi todos los futboleros fabricamos en la necesidad de sentir que sí, que sí tenemos parte, que sí hay algo que depende de nosotros en este entuerto”.
Así que, Señoras y señores… nuestro destino es una fuerza que obedece al capricho de los dioses y a nuestros ritos mundialísticos que paganos o no, posta, posta… No fallan.
¡¡VAMOS ARGENTINA!!
