Por Jorge Triviño Rincón

El oro de la tarde de un nuevo día, tiñe la aguamarina de amplios pastizales que ondean agitados por cálidos vientos, y el aire fragante inunda el cuerpo enhiesto del gitano Caracol, quien, desde la cima de un risco, otea la explanada por donde serpentineante, desciende agua clara y límpida de un río.
El color dorado se transforma en rosa claro, y se explaya por la bóveda celeste conformando surcos radiales en su avance lento, y aparecen tintes del color de la miosotis y del vino tinto, por los flancos del arco infinito del cielo sereno.
Sentidos de paz, armonía y efluvios de solaz, calma y bienestar invaden la comarca expandiéndose por el entorno hasta los confines lejanos de la cúpula celeste.
La noche, adviene con innumerable cantidad de faroles encendidos y difunde tardía y monocroma soledad.
—¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! —. Corea una colonia de sapos desde su charca.
—Los sapos tienen loas vivas en sus corazones—. Plantea Ángela Badea a Cristina Salamandra.
—Son tan puras sus almas
como capullos de rosas,
diáfanas cual cristales
de nieve y de Bacarat.
Profundas como la mar,
fuertes como la Vida
y hermosas como arrecifes
de pólipos y de corales—.
Sostiene Eugenia Mimosa, sonrojándose al hablar…
—Y a cada noche de luna
brotan como susurros
sus serenatas de amor—.
Agrega María Coliflor, con su boca pequeña y pulida y continúa cantando:
—El carretón en la orilla
del río de berenjena,
cerca al valle de Benjuí
se sonroja de alegría
al escuchar los cantares,
a la hora del levante
y del poniente del sol.
Los botones de azucenas,
y capullos de alhelíes,
las zarzamoras y yuyos
tocados por esa magia
cantan esta canción:
La vida florece do quiera
haya remansos de amor
y haya la luz de una estrella
brillando en el interior.
—Y es una rosa la Vida,
nacida en la oscuridad.
Sus pétalos en el Cosmos
son cantos en la Seidad
que desde infinitos centros,
irradian como luceros
gracia y felicidad
a todos los corazones
amantes de la verdad—.
Puntualiza Marco Aurelio Olmo, agitando sus hojas al viento, mientras una nube de águilas revolotea rauda y vertiginosa por el cerúleo mar del cielo.
CAPÍTULO XXVIII – DESPERTAR
“Encerrado en el corazón
de una pequeña semilla
el germen de un árbol bello
en profunda paz dormía”
Anónimo

El sol, globo de oro, asoma su cuerpo tras nevadas cumbres y se eleva irradiando y abrazando, besando y acariciando a los seres de la tierra con su cálida luz y la niebla asciende desde los llanos, hasta la cúspide de azulinas montañas.
Las gotas de rocío cual naturales espejos, reflejan la luz del mayestático astro.
Ricardo, bajo la verde cúpula del bosque, remolca su concha con lisura, entre el campo poblado de limoncillos, amapolas, choroticos y bledos.
—Ah… Ah… Ummmmmmm…
Irrumpe una semilla de urapán despertando de su prolongado letargo.
—¡Que delicia sentir el aliento de la Vida en mi corazón!
—Ummmmmmmmmm… Ah…ummmmmmmmmm… —Dice inspirando y expeliendo aire fresco y puro.
Ricardo la observó. Era el cuerpo de una semilla que empezaba a abrir dos primordios de hojas al anchuroso espacio.
El viento al verle, sonrió.
— ¡Bienvenida! —fue el saludo cordial.
—¡Bienvenida! —barboteó el manantial
—¡Bienvenida! —pronunció el sol, aljófar de oro desde el alminar del firmamento.
—¡Bienvenida! —dijo ululante Teodoro Búho.
—¡Bienvenida! ——le secreteó Francisco Girasol, oteando el valle calecido y hermoso que se veía con claridad en el horizonte levantino.
—¡Bienvenida! —repitió la Vida desde la almendra de su corazón.
CAPÍTULO XXIX – LAS ESTRELLAS
Anochece en el bosque, y miríadas de luces emergen del seno del oscurecido espacio, como yemas de un árbol gigantesco e inmenso.

“Ha florecido el cielo” —pensó Margarita Ortiga, enaltecida al contemplar la aparición pausada de rutilantes puntos en el firmamento.
—¡Cómo titilan! Semejan corazones palpitantes —le comentó Alba a Leonardo Anturio, que se mecía con gracia y donosura.
“¡Ah! El Universo es un crisol donde Dios gesta la Vida —dijo para sí Alcira María Orquídea, escudriñando el infinito desde un balcón en un exuberante y frondoso balso—, y en cada planeta, en cada cometa, en cada estrella, se desarrolla la Vida, El Alma y la Consciencia. Solo vemos los cuerpos. Las Almas permanecen ignoradas y mudas para aquellos que no han despertado dentro de sí mismos al Amor Infinito…”
“Las estrellas —meditó Ricardo Caracol—. Todos somos estrellas, cuerpos luminosos. Todos irradiamos lo que vive en nuestro corazón. Si amamos, brota amorosa luz, si hay bondad, la bondad aflora por los poros de nuestra piel. Si hay belleza, nuestros movimientos son armónicos y bellos y nuestros pensamientos estarán plenos de encanto. Si hay finura, nuestras acciones serán delicadas y tiernas. Sí. Todos somos estrellas y brillamos con luz propia. ¿Cómo es que vivimos a oscuras, teniendo una antorcha divina en nuestro interior?…
Debemos sacar a relucir las cosas bellas, puras y nobles que duermen en la fuente infinita de nuestro ser. Debemos despertar a nuestra hada madrina —el Alma— con la mágica voz del corazón. Debemos abrir las compuertas para que salgan nuestras ansias eternas y dejarlas fluir y volar con libertad…”
Y después el aventurero Caracol, se durmió agradecido por la existencia en la tierra.
