Por Liliana Bellone

En el número 45 de la Revista Casa de las Américas, aparece una carta abierta de Julio Cortázar (1914-1984) al presidente de esa institución, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar (1930-2019), quien lo había invitado a escribir en la citada publicación. El texto trata el papel del intelectual latinoamericano en esa instancia crucial del continente.
La visión de Cortázar transciende lo nacional y estrictamente latinoamericano desde una mirada cosmopolita y universal, despojada de telurismos y localismos. Esta carta, fechada el 10 de mayo de 1967, es rescatada también en Fervor de la Argentina de Fernández Retamar, editada por Editorial Colihue de Buenos Aires en 1993.
Desde el registro apelativo del texto epistolar, Cortázar se asume como latinoamericano y argentino desde un lugar amplio y cosmopolita. Esta posición produjo la reacción de los defensores de la identidad latinoamericana y de las corrientes de la literatura indigenista, encabezados por el peruano José María Arguedas.
Se entabló entonces una gran disputa que duró un par de años (1967-1969) entre los dos escritores. Desgraciadamente, la aguda depresión y melancolía del autor de Los ríos profundos y Todas las sangres culminó con su suicidio en diciembre de 1969, lo que causó gran pesadumbre en Julio Cortázar.

Si bien es cierto que la dialéctica de la historia de la literatura y la realidad social han superado (no totalmente) la problemática que enfrentó a ambos creadores, creemos que las raíces latinoamericanas de Julio Cortázar, tan profundas como las de Arguedas que pertenecía a viejas familias criollas del Perú, explicarían en gran medida el acercamiento del autor de Rayuela a la revolución Cubana, a su compromiso con América Latina y con los movimientos libertarios del continente.
¿Y cuáles eran esas raíces hondamente latinoamericanas?
Cortázar siempre destacó la identidad europea e inmigrante de su familia materna, pero poco dijo de sus ancestros paternos, enraizados en una de las familias más tradicionales y antiguas de la Argentina y América del Sur: la familia salteña Arias Rengel.

Efectivamente, el padre de Julio había nacido en Salta, ciudad del noroeste argentino, escenario de las guerras de la independencia, muy conservadora y tradicional, y era hijo del inmigrante vasco Pedro Valentín Cortázar Mendioroz y de doña Carmen Arias Rengel y Tejada, cuyos antepasados se remontan a tiempos de la conquista y del Virreinato del Perú.
El padre de Julio era hermano del padre del folklorólogo Augusto Raúl Cortazar (sin tilde pues este estudioso, profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires y distinguido filólogo rechazó la marca suprasegmental del acento por considerar que en la lengua vasca no corresponde). Este linaje fue notablemente negado por el escritor argentino por razones que tienen que ver con los recuerdos amargos de la infancia, ya que su padre los había abandonado, a su madre, a su hermana y a él.
Julio tenía seis años y su hermana solamente cuatro, cuando Julio José Cortázar los dejó para irse con otra mujer. Sólo una o dos veces, Julio volvió a encontrarse con él.
LA FAMILIA
Los hitos de la vida de Julio Cortázar son muy conocidos, su nacimiento, por razones circunstanciales, en Bélgica, el 26 de agosto de 1914, el retorno de la familia a la Argentina cuando él tenía sólo cuatro años, su temprana afición a la lectura y a la escritura, su vida en Banfield, junto a su madre y a su única hermana, Ofelia (Memé), que lo sobrevivieron, ya que María Herminia Descotte de Cortázar falleció en 1991 y Ofelia Cortázar en 2000.

Se crió y se educó en el ámbito de una familia de clase media, con estrecheces económicas, mayormente sorteados por una madre culta, que hablaba varios idiomas y daba clases, y que de ese modo pudo superar el abandono de su marido, Julio José Cortázar.
En su literatura y en sus declaraciones leemos: clase media, Colegio Nacional, (como él mismo alude en Un tal Lucas), una tía soltera, la abuela, la hermana, y una constante: tristeza y soledad, lo que tan bien se recrea en ese cuento magistral que es “Final del juego”.

Como casi todos los niños argentinos de la época, cursó los estudios primarios en una escuela pública de Banfield, el secundario en la Escuela de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires donde se recibió de Maestro Normal y Profesor en Letras. Luego vino el ejercicio de la docencia primaria y secundaria en pueblos de la provincia de como Chivilcoy y posteriormente en la Universidad de Cuyo donde dictó literatura francesa.
Un primer libro de poemas con el pseudónimo Julio Denis, ”Presencia” en 1938, anunciaba su elección definitiva por la literatura. Los primeros cuentos: ”Casa tomada” publicado por Jorge Luis Borges en la revista “Anales” en 1946 y que formará parte de “Bestiario” publicado en 1951.

Su rechazo al peronismo, lo que lo llevó para siempre a Francia. Llegaron los éxitos de “Final de juego”, “Las armas secretas”, “ Los premios”, “Historia de cronopios y de famas” y por fin de esa obra fundamental de la literatura del siglo XX, “Rayuela”.
Todos admirábamos a Cortázar. Adivinábamos a nuestros amigos en su personajes, algunas eran la Maga, otros Horacio Oliveira (“ Del lado de allá”) o Talita o Traveler (“Del lado de acá”), lloramos cuando él partió en su viaje final, luego de que su segunda esposa, la escritora, traductora y fotógrafa norteamericana Carol Dunlop, muriera dos años antes.
Los dos descansan ahora en Montparnasse (París). Unas pocas cartas muestran la relación de Julio Cortázar con su padre, el salteño Julio José Cortázar, una relación truncada y defectuosa que deja al descubierto muchos interrogantes. El árbol genealógico del escritor lo vincula a antiguas familias de la región, con raíces en los siglos XVI y XVII. Vinculado en línea directa con los Arias Rengel y con los Tejada, pueden a tejerse lazos con Macacha Güemes, Tedín Tejada, Arias Velázquez, Castellanos, Escobar, Frías, etc.
Este entramado familiar explicaría en gran medida la actividad diplomática de Julio José Cortázar en Europa, ya que en aquellos años gobernaba el país Roque Sáenz Peña (1910-1914) y su vicepresidente, el salteño Victorino de la Plaza, quien asumió la presidencia desde 1914 a 1916, a causa de la enfermedad y muerte de Sáenz Peña. Eran épocas de un conservadorismo moderando que desembocaría, gracias a la Ley de Sufragio Universal o Ley Sáenz Peña, en el primer gobierno radical de Hipólito Yrigoyen.

