Ese galopiador del viento

Por Roberto Espinosa

A la memoria de Quena Valdez

Luego de varios años, Atahualpa Yupanqui regresó a su entrañable Tucumán en junio de 1983. Una entrevista que evoca el momento del reencuentro.

“El trabajo es cosa buena, es lo mejor de la vida, pero la vida es perdida trabajando en campo ajeno: unos trabajan de trueno y es pa’ otros la llovida”.

Los versos de “El payador perseguido” quedaron enredados en mi alma adolescente. Ese galopiador del viento, de sabios pensamientos, despertó en mi interior adolescente retumbos de nuestra tierra derramada en cerros o pampa, de la injusticia social, de la poesía simple y profunda. Nunca imaginé que pocos años después, ya aprendiz de periodista, tendría la fortuna de entrevistar a Atahualpa Yupanqui y de anudar una circunstancial amistad hasta el año en que el silencio lo convirtió en un eco de guitarra soplando en el universo.

Solo y enfermo, abandonó todos los paisajes el 23 de mayo de 1992, en Nîmes, Francia. Nuestro primer encuentro se produjo en la tarde del 3 de junio de 1983, en el hotel Metropol de Tucumán. Don Ata estaba con un amigo, saboreando un té. Me recibió con “un gusto conocerlo, aparcero”; me midió con la mirada y se entregó, entusiasta, a la charla.

Una década de ausencia golpea el corazón…

Hace diez años que no venía a Tucumán, una generación casi… pero nunca extrañé demasiado porque no tengo mucha nostalgia de Tucumán. Lo tengo tan en mi vida, en mi sangre, en mi corazón, es decir, en mis hermosos recuerdos, que de ninguna manera he sentido tristeza de la ausencia. Cada vez que extraño a Tucumán, tomo la guitarra y me toco una zambita, un aire de vidala antigua, y ya está el paisaje conmigo, me lo devuelve el sentimiento, más que la nostalgia, el sentimiento, el cariño…

A. Yupanqui

Es como recuperar el paisaje a través de la música.

Sí, es lo que hago, siempre se recupera el paisaje a través de la música o de la lectura.

A. Yupanqui

¿Recuerda algunas de sus andanzas por Tucumán?

Yo no hago cronología. Vine a pasar quince o veinte días con mis amigos de aquel tiempo: Lucas Zavaleta, Rafael Oliva, Lizondo Borda, Alfredo Coviello, de La Gaceta, gente que ya se fue de la vida. Yo era amigo también de los viejos capataces de La Gaceta, capataces con una altura, una inteligencia y un sentido periodístico agudo: Germán García Hamilton. Era uruguayo. Él fue el que me sugirió una vez: “¿Por qué no se va al Uruguay? No le hablo de Montevideo, sino del interior del Uruguay”. El estaba muy aquerenciao al campo uruguayo y una vez fui a montar a caballo al departamento Soriano, hermoso, a orillas del río Negro, enviado por don Germán García Hamilton. Yo era muchacho suelto y andariego y me gustaba mucho el caballo. De manera que estoy vinculao a esa vieja Gaceta de antes, al poeta Ricardo Chirre Danós, a Olivares, a Morales, gente del taller. Algunos eran viejos santiagueños que tenían muchos años ahí parados al pie de la linotipo y yo me pasé muchas noches, muchas madrugadas en el taller, en el sótano, con Cabral que era jefe de tipógrafos, charlando, corrigiendo pruebas… esas travesuras de amigo a amigo de aquellos años. Cuando llovía en las madrugadas de Tucumán, nos pasábamos en La Gaceta tomando café o mate cocido, el yerbiao… De manera que estoy entrañablemente ligao a un viejo diario. Después fue llegando gente más nueva, pichones, poetas…

A. Yupanqui

¿Se iba y luego regresaba a Tucumán?

Diez, once años, anduve con viajes a Bolivia, a Jujuy, a Catamarca, a los Valles… a caballo, mis trabajos ya eran más importantes, entonces pedía permiso, trabajaba en la LV12 y caminaba a caballo por Raco, donde tenía un rancho. Entonces me iba a Radio El Mundo, en Buenos Aires, estaba dos meses y cuando me tocaban las vacaciones forzosas de todo artista, ¿adónde iba? Volvía otra vez a Tucumán, y luego al campo tucumano que lo conozco muy bien, todos los departamentos, todos los árboles de Tucumán me han cobijado.

A. Yupanqui

Cuénteme de algunos personajes que han quedado enraizados en su memoria.

Una vez compré un catre, lo que se llama un catre de campaña, porque había un hombre que me ofrecía su casa; tenía hijos y entenaos. Era Agapito Mamaní, de Amaicha del Valle, cacique de los indios amaichas, hombre vinculao a un ingenio de aquí, quedaba por Concepción, por Arcadia… Tenía una caligrafía preciosa; un hombre indiano que hablaba bastante bien el quechua, un hombre de alguna buena lectura y de mucha meditación; montañés. Lo encontré en Amaicha, entonces llevé mi catre y él me armó una piecita, que la llamaba la “Pieza de Atahualpa”, y cada vez que yo pasaba para Santa María, yo me hospedaba en mi pieza…

A. Yupanqui

Cada vez que hacía peregrinaciones a las soledades pasaba por ahí. He vivido en Tafí del Valle; he comido los quesos famosos, picantitos… he parao en el rancho de los otros Mamani, de La Ciénaga, tierras heladas, frías en invierno, de unos resbalones grandes, antes de llegar a la villa de aquellos tiempos. Una vez yo daba un concierto en Tucumán, en el año 34, fijesé, enero del 34, en la biblioteca Alberdi, cerca de Santo Domingo, y en el intervalo, se me acerca Lucas Zavaleta, con Pedro Zavalía y Enrique Terán, los tres gustadores de la cosa criolla, y me dice (eran las 9 de la noche): “Dígame, ¿tiene algo que hacer en estos días?”. “No sé, Rafael Oliva ha hecho las gestiones de este concierto”, le contesté. “Porque nosotros tenemos viaje mañana a Tafí del Valle, ¿no nos quiere acompañar?” “Cómo no, con mucho gusto”. Entonces al rato, dice Enrique Terán: “Le advierto que nos vamos a caballo”. “Yo no he preguntao, señor (yo andaba de traje negro y con mi guitarrita). A qué hora salen”. “A las cuatro de la mañana”. “¿Donde está usted?” “En el hotel que está frente al Central Córdoba”. A las cuatro, me fueron a buscar y arrancamos con guitarra y todo. Fuimos en auto hasta Acheral, donde nos esperaban con las mulas. Ajustamos cada uno las cinchas y arriba. En veinte horas estábamos en Tafí del Valle. Esas eran mis libres aventuras por el campo tucumano.

A. yupanqui

Recuerdos imborrables…

Cómo olvidarlo, tenerle cariño, respeto, gratitud. Ahora, ¿cómo le pago a Tucumán esa hospitalidad, la amistad, la gente tucumana? Como no tenía dinero, le pagaba con vidalas, con zambas… y le hice unas catorce zambas, tres o cuatro vidalas, canciones sueltas, seis o siete, y versos, muchísimos, poemas que no tienen música, pero ahí andan… Fui a Burruyacu, a Chicligasta, a Atahona, a Siete de Abril, a Garmendia…

A. Yupanqui

¿El poeta llegó antes que el músico?

Parejo, viene parejo. Yo estudiaba guitarra, como estudié violín; mi primer instrumento fue el violín, de niño. En el colegio Nacional, en el secundario, ya firmaba Yupanqui por timidez; conocía muy bien la vida de los incas, pero era un muchacho tímido, pobre y tímido, hijo de pobres. Eramos pobres con libros. Mi padre era un reemplazante ferroviario; se enfermaba por ahí un jefe de la pampa y lo mandaban, y él iba con sus changos, con su pobreza y sus dos baúles de libros. Desde La Banda a Rafaela pasó al ferrocarril de Mendoza, a la provincia de Buenos Aires, y así… Además en casa se tocaba la guitarra. Mi padre tocaba muy bien la guitarra. Tocaba los sábados solamente porque era día de descanso. Y las primeras vidalas y chacareras las aprendí de mi padre, a los estilos de la pampa, los oí después.

A. Yupanqui

¿Él le inculcaba? Se decía antes que los changos se hacían trasnochadores, vagos detrás de la guitarra.

No, él tocaba. No me inculcaba. Había el prejuicio de que la guitarra estaba unida a la pendencia, a la vida irregular, había eso. No era el caso de mi familia porque se tenía confianza en los hijos y en el buen destino de la gente. Era gente bien educada. Políticamente, mi padre era radical y mi abuelo, amigo de Yrigoyen. Mi abuelo Bernardino, santiagueño de Loreto, había mateado con Yrigoyen y lo recordaba siempre, de campo a campo, no de comité, de persona a persona, de señor a señor. Era uno de los orgullos de la familia que el abuelo había mateau con Yrigoyen. Esas cosas, ¿no? Y siempre la guitarra estuvo vinculada a mi casa, a la música criolla… Yo me anuqué con vidalitas; fueron mi canción de cuna.

Las mejores zambas del universo las escuché cuando mi padre se vino a pasar tres o cuatro meses de unas largas vacaciones (él las acumuló) a Muñecas, cerca de Tafí Viejo. Yo tenía nueve años y mi padre andaba de recorrida visitando a un amigo tras otro. Conocía a los Rivas Jordán, vinculados a mi familia. La señora era una poetisa, hija o sobrina o nieta de Antonino Rodríguez, el autor de la Zamba del Once, que después la anduvieron queriendo contramarcar salteños, catamarqueños y santiagueños, pero ¡era bien tucumana y de Tafí Viejo! La Zamba del Once se llamaba porque el Regimiento 11 estaba por ahí y él tenía que ver algo con la banda del Regimiento, con la fanfarria. Son recuerdos deshilachados que voy conservando.

Cuando compone en Francia, ¿le hace falta la tierra?

Me hace falta, por eso vengo dos veces por año. No la necesito como material porque está dentro mío. Yo, por ejemplo, no puedo sentir hondamente la nostalgia porque si una tarde como a esta hora, en que son las cinco y media de la tarde, si tengo nostalgia en París o donde me encuentre –vivo sólo tres meses en París, después me voy a Suiza, a Granada, Sevilla, Madrid, Estocolmo, Finlandia, México, Japón, camino, ¿eh?-… Pero si una tarde me siento ganado por un sentimiento melancólico o la nostalgia quiere asomar para rasparme el alma un poquito, me siento y me toco tres zambas en la guitarra, se me acabó la nostalgia y salgo. Vea, no hay tipo más tucumano que camina por la calle que Yupanqui. Soy tucumano de adopción, yo mismo me he adoptao, me he decretao la tucumanidad… Siento nostalgia de Santiago, de esa soledad, de amigos, de paisajes, sobre todo de amigos… los amigos son el paisaje del espíritu y de la buena comunicación. Mi tío Gabriel decía: “Un amigo es uno mesmo con otro cuero”, ¿qué le parece? ¡Qué hermosa definición! Yo siento la amistad como una necesidad de comunicarme con el mundo. Comienzo por los que aman un poco mi idioma espiritual, moral; mi idioma como hombre que la ha gustado el deporte, o tirar el lazo o la taba cuando muchacho travieso, o tocar la guitarra o montar a caballo e irse a regalar un queso a Jujuy, 28 días a caballo pa’ regalar un queso que llegó en malas condiciones. Bueno, esas travesuras… En esta especie de aventura con sabor a esencia sudamericana, yo quiero saber: ¿de dónde vengo y pa’ dónde voy? Eso es fundamental para mí. Entonces ahí está el grupo de amigos, de diversa condición: unos son aristócratas, otros son peones; unos son descendientes de hidalgos españoles, otros son indios de Amaicha como Felipe Chocobar, pero son entrañablemente hermanos del espíritu, la gente que me reconforta y ayuda. Eso es el paisaje.
En Santiago del Estero, tengo mucha gente de esa condición, entonces cuando los extraño… algunos se fueron de la vida ya, pero yo converso con ellos y cuando quiero escribirles una carta pa’l cielo me toco una vidala, una chacarera y ya estoy con ellos, con sus familias y sus hijos, que deben ser hombres grandes y así… que no voy a las Termas de Río Hondo hace diez años, a Salavina hace 18 años, y todas las noches, toco Salavina, esa tierra de barrancas, de telares, de esos desiertos lleno de jume, donde nada florece como no sea la buena amistad, el buen sentimiento y el necesario silencio de las cosas cuando quieren fructificar con noble semilla. Así vivo, mi amigo. Es mi manera de vivir. Esta llegada a Tucumán significa para mí un retorno muy importante, un retorno físico, porque el otro no, dentro mío no hubo ausencia. Estar lejos no es estar ausente.

A. Yupanqui

La juventud actual apenas conoce de nombre a Yupanqui.

Claro (se enoja), esa desinformación forma parte de un fenómeno típico de algunos países. Aquello de que nadie es profeta en su tierra es una buena ocurrencia de alguien, pero no es una maldición. Con respecto a que hay generaciones que han oído que al abuelo le gustaba mucho Atahualpa, esas cosas, yo me quedo tranquilo en ese sentido, pero pienso en cómo España es diferente, cómo Alemania, Hungría y Japón son diferentes, porque he estado varias veces en Japón. Y muchachos de 18 años, me han hablado de juglares de la selva que se murieron con la última guerra, que se hicieron soldados, que eran tocadores de coto, que es el arpa japonesa, extraordinarios, que ellos no han escuchado, pero sin embargo, me cantaban y me tarareaban melodías. Y eso porque hay un ministerio de Cultura que se encarga de difundir y mantener la música popular sin censuras, sin marginaciones, sin decir: esto, sí, esto, no. Ese tipo de juez se puede llamar Dios y nada más, Dios conciencia. Entonces cuando se tiene conciencia no se puede tener una conducta lamentablemente opuesta a los buenos recuerdos de una inmensa multitud que se llama pueblo argentino. Tal vez sea esa una de las razones por las cuales se acuerdan muy bien de los últimos versos de Sinatra, por ejemplo, o de Presley o de Aznavour, tal vez… Yo llevo cerca de 1.200 canciones; activadas en la memoria de la gente debe haber unas 400, pero tengo muchas más y escondiditas en el baúl. Tengo canciones para los árboles argentinos y ya llevo 16 o 17 canciones para las piedras, pero estuve estudiando un poco de mineralogía para no adjudicarle cuarzo a una zona que no lo tiene. Entonces para decir la verdad cantando, debo hacerlo. Espero que cuando las lance por el mundo no haya censores que digan esta sí, esta no, porque entonces tendré que llamarme al silencio o irme a vivir a Finlandia y pensar: ¡qué patria será mi patria que yo no puedo vivir!

A. Yupanqui

Eso es todo mi amigo.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

5 comentarios sobre “Ese galopiador del viento

  1. «Un amigo es uno mismo con otro cuero» La sabiduría del amor de don Ata por el otro, por su tierra, por su origen
    Me encantó la entrevista! Muy buena pluma del escritor. Disfruto la lectura de sus artículos

    Le gusta a 1 persona

Replica a gabrielatertulia Cancelar la respuesta