El poemario de Pablo Baca

Por Emilia Baigorria

Pablo Baca nació en Jujuy, lugar de su residencia actual. Como escritor publicó novelas, cuentos, poesías y relatos. En narrativa publicó entre otras obras Cuentos de la mujer y el solitario, la novela Veta abajo (publicada en España), en poesía Las cosas perdidas.

Conduce el programa radial Re-Tinta desde el cual promueve innumerables conversatorios.

Es autor de letras que han sido musicalizadas y mantiene en forma permanente la actividad cultural a través de distintas manifestaciones.

Actualmente ejerce además de la escritura literaria su profesión de abogado. Fue Presidente de la Corte de Justicia de Jujuy. Ha recibido recientemente un importante reconocimiento por su aporte a la cultura jujeña otorgado por la Asociación Caminata de las Quenas.

Las cosas perdidas, el Poemario de Pablo Baca

Camino por la vereda del tiempo que habita la memoria de Pablo Baca, desde “entonces” (como reza sentenciando el epígrafe que lo cobijó en un tramo de su existencia). A partir de entonces yo fui otro.

En el poemario el autor va soltando los poemas de a uno con el ritmo que mide el reloj interno.

Encerradas en un círculo enmarcado por una muralla quedaron las incertidumbres, las horas, los caminos transitados, las ilusiones, “el rostro que agita sombras en el corazón”.

“Sería el día que fue: un día que vino desde el fondo
a borrar los caminos
y a quedarse para siempre”.

El Poemario enuncia las paradas del camino por donde pasa la voz lírica que lo recorre. Así instala el jardín, la oscuridad, la noche, un perro, inaugurando este desgranamiento de vivencias una cerrazón que se aproxima a un diseño de refugio.

“Era una noche muy oscura.
Andaba por el jardín con mi perro”.

¿Será el jardín el espacio de cruce de caminos o simplemente el espacio donde se refugiaron las sombras?

“Caminando
por el jardín
escucho
en el viento
su voz
que vuelve
de otras noches
de árboles en sombras”.

P. Baca

Otra estación es la oscuridad a quien, como habitante de la oscuridad, el cielo auxilia prestándole las estrellas y la luna.

“Era una noche muy oscura.
Andaba por el jardín con mi perro.
Otras noches, la luna
O las luces de la ciudad
Que hacen brillar las nubes,
Permiten ver el camino”, (…)

El poeta crea un Otro para soportar las ausencias, un alter ego que portará: el nombre, “los enigmas del tiempo”, la luz del día, la brisa, dejando las incertidumbres, las sombras, las ilusiones, la memoria en retazos, para el ser sufriente que anhela la levedad de la muerte que por momentos se revela casi en su totalidad:

“Veo caer palabras. / Se va formando una mancha. /La muerte que se expande”
“Escuchaba murmullos/de la muerte/ en el rumor del agua/”

Muere la palabra, cae desnuda, su desnudez desata su inocencia transfigurándose al fin en dilema.

El momento es extremo porque hay una doble muerte: una interior que desgrana soledad, nostalgia por las ausencias y otra la de la palabra, porque la muerte se lleva también las historias que cada una encierra.

Recuerdo en esta instancia al poeta Paul Celan quien también vio caer las palabras hasta quedarse sin ellas necesitando otras nuevas para que significaran la nueva realidad que la vida le había deparado.

¿Será este el caso? O ¿el poeta continuaba dando batallas hasta llegar a un tiempo cobijado por un manto entretejido con verdades?

El poeta opta por levantar las palabras, no permite que la caída sea total porque sabe de las historias, de la memoria que cobijan, de los recuerdos de la desnudez en las noches, la ofrenda de los silencios, que cada una de esas profundidades le pertenecen y continuará dándoles vida.

Como un narrador omnisciente que cuenta a sus lectores, crea una tercera persona:

El veía pasar la tarde
y llegar la noche
en una galería.

Acerca el poeta el recurso narrativo para medirse con el afuera en reto de espejo, para escuchar la nitidez de la palabra que parece extinguirse en la espera.

¿Y el amor? El amor por momentos fue un destierro que se deshacía en ausencia de palabras:

Que haya palabras:
Lo demás no importa, dice el poeta.

El amor estaba refugiado en las noches con una de sus formas, el amor no se nombra /Nos encontrábamos/ en la oscuridad/. /Nuestras palabras/ /se encontraban/… /Unas pobres palabras/.

Al terminar la lectura siento que he leído un solo poema fragmentado por distintas sensaciones, sentimientos y recuerdos; fragmentos que no llegan a dispersar su unicidad. También que en ese recinto amurallado quedaron guardados –no encerrados- los recuerdos, los anhelos, las ilusiones- para renacer en la continuidad del tiempo. Los momentos emblemáticos, esos no se perdieron, ellos trascienden el tiempo:

la viejecita con su sabiduría se fue viendo muy lejos y ahora es un nuevo recuerdo; el asombro ante la belleza aún en sombras, el jardín recortado del universo.

Y ahora, si “ahora pienso que soñaba que, /siendo yo mismo, era otro

Celebro y celebremos la poesía de Pablo Baca: singular–cotidiana/ /particular-total/ territorial-universal-.

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