Por Jorge Triviño Rincón
Los siguientes poemas de carácter infantil, son los recuerdos más gratos de mi vida. Son retazos de una infancia llena de luminosidad, ya que la pude vivir en una cuchilla, a quien he denominado La Montaña de luz, pues desde allí, se puede vislumbrar a la luz del sol en todo su esplendor, en las tardes, cuando llega el ocaso.
Al fondo, se puede ver el río Magdalena que cruza once departamentos de nuestro país, y desemboca en el mar Caribe.
Yo lo diviso desde este bello lugar, como una serpiente de plata, que se baña de oro cuando la estrella maravillosa lo ilumina, y veo a lo lejos, las montañas azuladas.
Cuando los rayos atraviesan las nubes; maravillosos, dejan estelas como rayos semitransparentes que doran las colinas, las montañas —cíclopes hercúleos—, y los valles y hondonadas llenas de árboles.
Allí vi la luz por primera vez y es una porción de este paraíso llamado Manizales.
Les ofrezco estos versos sencillos, llenos de ternura y encanto. Poesías a esa etapa plena de inocencia y emoción sublime. Espero que llegue a sus corazones con la limpidez y transparencia con la que fueron concebidos. Forman parte de un libro aún inédito, que he intitulado Caja de Pandora.
¡Disfrútenlo!
ODA A LA BICICLETA
Cuando vamos tú y yo
recién almibarados
por la arboleda,
contemplo tu silueta
aerodinámica, cosmopolita,
sencilla,
rompiendo el viento,
surcando el suelo
de forma audaz.
Me aferro a tus cuernos
y pedaleo
un poco más
y siento el aire
rizando el cuerpo
cuando aumento
velocidad.
Trepo la cuesta
y miro toda
la extensidad
que tengo al frente.
¡Ah! mi caballo
de acero y plata.
¡Cuánta alegría
siente mi alma!
al verte cerca,
poderte hablar
y por los prados
y carreteras
y por los vados
y las laderas,
poder contigo
rodar, viajar,
mirar, cantar…
ODA AL TROMPO
Desenrollo la piola
y lanzo el trompo
justo en el centro
del círculo
que de antemano
hicimos con una punta.
El barrigoncito se bambolea
zumbando y formando
una fina huella
y levantando arena.
Gira sobre sí mismo
dibujando elipses.
Observo su lomo en silencio
bailando, danzando
cada vez más suave,
cada vez más lento,
despacio, más despacio
para caer luego
casi desmayado.
Lo agarro de nuevo,
lo tomo en mis manos
acariciando
su cuerpo fatigado
para darle descanso.
Reinicio la faena,
amarro su cabeza,
visto su cuerpo
con el cordelillo
atado a mi dedo índice
y luego
lo lanzo con fuerza
en el polvoriento ruedo.
ODA AL CARRO DE MADERA
Hemos construido
un carro de madera.
Están listas
las cuatro balineras.
La dirección ya gira
ciento ochenta grados
y el piloto
está dispuesto a conducirlo
a lo largo de la gran avenida.
Engrasamos las ruedas
y juntos abordamos
nuestro nuevo coche.
Aguzamos los sentidos
para sentir el vértigo
corriendo por nuestra sangre.
Vamos alegres
girando en cada curva
mientras la noche avanza.
Sobre un alero viejo,
ronda una lechuza.
Doblamos otra curva
y continuamos raudos.
El entusiasmo aumenta
haciendo vibrar
la vida con más fuerza.
Descendemos rápido,
más rápido,
más veloces que el viento.
De pronto una llanta
sale disparada
como un silbante torpedo.
Chocamos con la acera
y somos lanzados
con gran estrépito.
Uno sobre otro
caemos en el cemento…
Asustados y confusos
nos miramos en silencio.
Algunos estamos heridos,
otros, tan solo maltrechos.
Nos contemplamos sobresaltados
limpiándonos la ropa.
El carro está deshecho.
Pensamos:
“Habrá que repararlo,
Mañana será otro día”
Y juntos regresamos a casa.
Ahora silba el viento.
Ya es de madrugada.
Una sinuosa neblina
penetra en nuestros cuerpos
como filo de acero.
ODA AL AVIÓN DE PAPEL
Ya aprendí de memoria
lo que debo hacer
para fabricar un avión de papel.
Arranco de un jalón
una hoja de mi cuaderno
y hago dobleces con suma cautela,
repasándolos uno a uno.
Junto las puntas
formando un triángulo
que será al final
la trompa perfecta
que romperá el aire.
Doy forma justa a las alas
y hago lo posible
para que queden rectas
y con mis manos de artista
aliso con curia el planeador.
Igualo ambas alas
y sostengo entre las yemas
de los dedos índice y pulgar
a mi delicado avión.
Busco una altura prominente
y desde allí lo lanzo
con fuerza para que surque el espacio.
Él se deja llevar y se dirige
girando en torbellinos
alcanzando la cúspide de un árbol
de manzanas.
Se deja caer luego
formando una onda a lo largo
y enderezando su cuerpo
se dirige como un experto
rizando el aire,
acariciando las hojas
de un florecido fresno
y cae sobre el césped
con soltura y gracia.
Corro para recogerlo
y recorro su cuerpo
con mis dedos,
palpando su lomo
para comprobar que puede
emprender un vuelo de nuevo.
ODA A LA COMETA
Esta mañana
el viento sopla
tenaz y ronco
y yo voy con premura
y raudo a casa
por mi cometa
que hace ya un año
quedó guardada
allá en el cuarto
de san alejo.
La miro. ¡Qué bella!
con sus guedejas
multicolores,
finas y crespas.
La izaré alto,
tan alto, tan alto
hasta el monte
Kilimanjaro
e iré tras ella
atado a un hilo
hasta una estrella
en Sirio o Pólux;
hasta la más remota galaxia
del Universo
donde la vida
palpita y vibra
como un solo corazón.
Esta mañana
el viento sopla
tenaz y bronco
y podré con ella
volar, volar y volar…
ODA AL ARO
Compañero de mis viajes y
fiel consejero:
Hoy te has quedado
en el cuarto de los juguetes
esperando a que pronto
me acerque a ti
y salga
para llevarte hasta la colina
desde donde se divisa
el río Cauca
como un serpentín
de oro y plata
cuando el sol declina
y viste de lumbre
árboles, caminos,
las férreas montañas
e ilumine mi corazón.
Ahora comprendo
que también tú amas
los paisajes,
las sombras proyectadas
por las cosas;
los perfumes de las rosas
que cultiva mi abuela Emilia,
los aromas de los jazmines
y alhelíes,
los colores de las dalias
y el enhiesto porte
de los Eucaliptus.
A ti ¡Oh aro!
también te gusta
el sonido del riachuelo
que cruza por la vertiente
y se transforma
en cantarina cascada.
Tú conoces las piedras
que pisaron mis ancestros
con sus recuas de mulas;
además, has visto
el tenue velo de las montañas
y el cielo vestido
con traje gualda.
Has sabido de mis anhelos
y de mis esperanzas.
Todo lo conoces tú,
todo lo sabes;
hasta la simpatía
que tengo por una chica
que todas las tardes
cruza por mi casa
cuando sale del colegio
con su uniforme a rayas.
Gracias por compartir las delicias de tu infancia feliz
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Felicidades! me encantó
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Muchas gracias, apreciado poeta y escritor, Jorge Eliécer, por compartir los recueros de infancia, hilvanados en la cuerda de la cometa, en la pita del trompo, en las llantas del carro y de la cicla; especialmente en las fibras de tu alma, con las que configuras «La Caja de Pandora». Una delicia literaria, leer tus odas, abrevar tus letras y sentir la nostalgia del ayer, en los juegos con las que también aprendimos a conocer el mundo. ¡Felicitaciones!
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