ESCRIBIR PARA NIÑOS

Por Gabriela L. García


Escribir literatura para niños es una tarea complicada, sobre todo cuando el escritor debe pensar no solo en cómo captar su atención en un mundo lleno de estímulos, sino también en cómo colaborar, desde edades tempranas, para generar los cimientos en la conformación posterior de su competencia literaria.

Es preciso advertir que su psiquis, su lenguaje, su conocimiento del mundo, sus emociones y hasta su sociabilidad se encuentran “en desarrollo”. De modo que al iniciar la tarea hay que tener en cuenta cuáles son sus posibles competencias.

Por tanto, es preciso ubicarlos en entornos conocidos, en eventos habituales con personajes que no les resulten ajenos: la familia, la salita, el circo, el barrio, la plaza, el parque, los cumpleaños, las tiendas, las mascotas, los animales del bosque y de la granja. Aunque eso no significa que se invalide la oportunidad de presentarles otras opciones para que se pregunten, por ejemplo, por el mar, los animales exóticos, las plantas desconocidas, los lugares lejanos y los personajes legendarios o fantásticos.

De esta manera, resulta primordial la vinculación de lo conocido y de las emociones con lo literario-ficcional para generar un discurso que, sin exageraciones estético-retóricas, trate de alejarse paulatinamente del oral cotidiano. La consigna será conducirlos al reconocimiento de la variedad estándar o subestándar más cercana a la lengua escrita y a la producción estética.

¿Entonces hay o no que incluir recursos literarios en las producciones?

Desde mi concepción, quien escribe literatura, más allá de cualquier adjetivación, se propondrá un trabajo sostenido con el lenguaje, buscando otra manera de representar un concepto a través de términos muchas veces desconocidos o poco empleados. Quien escribe literatura renueva, desempolva, juega con su significado y con su sonoridad, con sus ecos y proyecciones, de manera que la palabra es como una cáscara que resguarda y cubre lo sustancioso.

No importa que el pequeño no entienda todo, pues no es elemental; si no, el absurdo no tendría lugar. A veces las palabras les resultan atractivas por su musicalidad, porque producen una suerte de extrañamiento o porque tienen un poder germinativo.

Comparar, presentar imágenes sensoriales, metáforas, aliteraciones, anáforas, oxímoron, personificaciones, hipérboles, retruécanos y calambures, entre otras tantas figuras retóricas, es como sacar de una galera voces mágicas.

La literatura abre un espacio en el que se integran mundos posibles e imaginados donde se combina lo que puede ser con lo disparatado a través de mecanismos propios de la ficción. El que anhele escribirla debe nutrirse cada día de ella. Esa es la clave: leer literatura para escribirla, más allá de cualquier epíteto.

Ese mundo construido para los niños debe también conmover a los que, sin serlo, reconocen en cada guiño de papel al que duerme en su interior y nunca dejó de serlo. El que comprende que puede seguir jugando sin que lo vean, lo que muchas veces no significa “jugar solo” ya que se apropiará de universos imaginados por otros, dialogará a través de sus páginas con ellos y con sus personajes.

De hecho, el escritor debe sentirse niño para generar el vínculo lúdico y el lector, sin importar su edad, debe aventurarse, aceptar y respetar tácitamente el pacto ficcional para poder abrir la puerta para ir a jugar.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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