Identidad nacional

Por Roberto Espinosa

No es visible a simple vista. Navega en las profundidades. El alma de un pueblo se apoya en ella. Riega constantemente una de sus raíces fundamentales, esa que transporta nuestro código genético.

La cultura es un reflejo de la identidad, que es nuestra huella digital, pero al mismo tiempo la constituye, le proporciona un rostro que les permite a las comunidades, a las naciones, diferenciarse entre sí. En ese DNI navegan genes del pasado y del presente, determinantes de la idiosincrasia.

La cultura es el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Su abrazo alcanza a las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.

La cultura le brinda al hombre la posibilidad de reflexionar sobre sí mismo, de desarrollar su sensibilidad, su intelecto, de comprometerse activamente con la sociedad en la que vive.

“A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden”.

Declaración de la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales, realizada por la Unesco en 1982, en México

Durante muchos años, se ha escrito y polemizado acerca del ser nacional. Esa búsqueda constante por definirnos, por saber quiénes somos, continúa en la actualidad, lo cual revela que no hemos hallado todavía respuestas a ese interrogante. Nuestro eterno conflicto de identidad radica en que poseemos elementos de las diversas identidades traídas por el colonizador español y por los inmigrantes que vinieron luego, pero no hemos asumido la identidad de los pueblos indígenas que habitaron y aún viven marginados en nuestro suelo.

Eso hace que seamos ciudadanos del mundo, pero no de América. Sea por desprecio, por vergüenza o por ignorancia, nos hemos auto escindido de la América profunda, razón por la cual los pueblos americanos nos han considerado hermanos entre comillas.

“Nacimos desapegados porque en nuestras ciudades ha silbado el viento de la cultura europea que nos sostuvo enajenados de lo nuestro. Ni el hogar, ni la calle, ni la escuela, ni la universidad, nos hacían mirar y oír nuestras raíces. Nuestra savia de argentinos o americanos se evaporaba sin que la hubiéramos percibido ni disfrutado”.

Leda Va-lladares, artista e investigadora tucumana.

Ese renegar de las cosas de la tierra se percibe, por ejemplo, en los chicos vallitos que han dejado de cantar sus coplas porque temen que los consideren “indios”, con toda la carga despectiva que eso significa.

La cultura dominante les ha impuesto otros patrones que atentan contra sus costumbres y raíces, que son reemplazadas por las de “la modernidad”. En contrapartida, los changuitos humahuaqueños les dicen coplas a los forasteros, a cambio de una pequeña retribución económica. Pero en general, campea esa actitud de sentir vergüenza de lo que se es.

“Un año fuimos a Buenos Aires y el director de la Casa de Jujuy no se animó a que cantáramos en la calle porque tenía miedo de que pasara la gente y pudiera reír o burlarse. Eso, personalmente, no me ocasionaría absolutamente nada; más bien me daría pena porque ahí se estaría demostrando la ignorancia.
Ahora no tanto, pero llegó un momento en que todo el folclore, nuestras tradiciones, lo auténtico, las ramas de las artesanías, las comidas, pasaron a ser un signo de miseria, de atraso, de ignorancia, de pobreza. Entonces cuesta mucho sacar eso de la cabeza y que respeten esa parte de nuestra cultura. Pero también hay que tener en cuenta que la mayor parte de los habitantes del sur es descendiente de inmigrantes que no pueden sentir como sentimos nosotros. A pesar de que hay mucha gente, como los gringos, que sienten y respetan como si fueran gente de nuestra tierra”.

Barbarita Cruz, cantora y ollera de Purmamarca.

En la década de 1980, tuve la suerte de entrevistar dos o tres veces a la cantante mapuche Aimé Painé, que llegó a Tucumán de la mano de la psicóloga social Josefina Racedo para difundir su cultura. Pese a su origen indígena, ella había recibido nuestra educación “europeizante” y como consecuencia, padecía los conflictos que ello le generaba.

“La clave fue la adolescencia. Uno no sabe qué es lo que quiere. Llegué a pensar que yo era la complicada porque no funcionaba en relación con los demás. Un día me miré al espejo espiritual por primera vez. Miré hacia dentro de mí… Adoptar una personalidad que no es la de una es muy malo. Gracias a mi tutor, leí en El Quijote esa frase tan hermosa (‘yo sé quién soy’) y se me aclaró todo”.

Aimé Painé

Durante cinco años entregó su voz al Coro Polifónico Nacional. “En un encuentro internacional, cada uno de los países brindaba una pieza representativa de su nación. Nosotros nos despedimos con una obra de Beethoven. Me pregunté por qué podíamos cantar en ruso, alemán u otros idiomas y no en mapuche que era nuestro. Ahí comencé mi actividad.

Ese canto que me atreví a dar, no me fue fácil hacerlo”, contó esa flor de pétalos tehuelches y mapuches. En el relato se percibe con claridad lo que nos separa de nuestros hermanos latinoamericanos.

Segundo, su padre, tataranieto del cacique Painé, comienza a revelarle secretos a su hija.

“Mi padre dice que yo he nacido para el canto, para no estar en silencio como el resto de mi gente. Tal vez me encapriché al descubrir algo que estaba tan profundamente oculto. Canto en mapuche por una cuestión de identidad y para mi propia gente. Nuestra cultura fue oral, entonces se pierde”,

Aimé Painé

Aimé bucea en los relatos de las abuelas; camina por Maquinchao, Trenque Lauquen, Neuquén, Río Negro, Chubut, Azul, Los Toldos, Santa Cruz y despierta a sus hermanos que han perdido el destino:

“Una vez, en una escuela, los niños mapuches me preguntaron cuál era el tipo de libertad que les podía aconsejar. Les dije que hay una sola libertad: la educación y la cultura, que en nuestra lengua se llama kimëlkán. Ambas no pueden estar separadas”.

Aimé Painé

En nuestras charlas tucumanas de aquellos años, me quedaron repicando en el pensamiento estas palabras:

“Toda nación y su cultura son como un árbol que tiene raíces, tronco, ramas. Si a estas raíces se las secciona, el resto se perderá. Debemos rescatar las raíces que han sido sometidas a un proceso de devastación, donde se silencia la presencia del hombre americano. Los mapuches cantamos para saber quiénes somos. Respetar nuestra cultura es crecer con dignidad hacia todos los pueblos del mundo”.

Aimé Painé

Esta realidad solo puede revertirse con educación, pero una educación que bucee en ese pasado casi ignorado -tal vez por el peso de la cultura dominante- de los mapuches, tobas, diaguitas, chiriguanos, tehuelches, wichís, tilcaras… Le pregunté a Aimé Painé qué era la cultura para su pueblo, que también es el nuestro. “Es como el agüita fresca, una necesidad”, respondió.

Siguiendo la imagen del agua, podría decirse que la cultura late en el lecho de un río y sólo arroja a la superficie los desperdicios, las modas, lo intrascendente. El problema se vuelve serio cuando las aguas se contaminan y se destruye la vida en las profundidades. Y un río que muere es sinónimo de un pueblo que pierde su identidad, su historia, su arte, sus tradiciones.

Somos producto de un mestizaje, pero si queremos saber verdaderamente quiénes somos, deberemos reconocer primero a ese mestizo que está metido y oprimido en este “crisol” de identidades que tenemos los argentinos. Si no lo hacemos, seguiremos buscando el tan mentado eslabón perdido de nuestra identidad nacional.

“Algarrobo de mi pueblo: tienes mil años de vida. Al viento cuentas la historia de los hombres de otros días… ¿Dónde está la gente joven? ¿Por qué no quiere cantar? Parece que da vergüenza, cuando vergüenza es robar… El día que yo me muera no me recen la novena. Tomen chicha canten coplas y tápenme con arena”

Barbarita Cruz

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

Un comentario en “Identidad nacional

  1. Gracias Roberto por tu artículo y reflexiones. Reivindicar y defender la identidad cultural implica la inclusión y la hermandad en la enriquecedora diversidad humana. Jorge Dietrich

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