Don Ata…

Por Roberto Espinosa

La identidad nacional respira en su obra y pensamiento

Un yaraví se abroquela en la madrugada. El lucero le acaricia los pensamientos. Cansado. El trecho del teatro hasta el hotel, interminable. La primavera le perfuma el silencio.

“No me quiero dormir, porque la noche me prometió una copla de amor y de saudades…”, piensa.

Por la ventana del hospedaje francés se filtran tal vez nostalgias tucumanas. En los ojos de la capataza, el viento agita el pañuelo de los cañaverales:

“tumbao sobre la maloja, pobre de mí, pobre de mí, sin que me arrime consuelos, el yaraví, el yaraví… muele, que muele el trapiche, y en su moler, y en su moler, hasta la vida del hombre, muele también, muele también…”

Ese sábado de 1992 se apresta a bostezar el alba.

La artritis le aprieta los juanetes a la añoranza. Un cuchicheo de zamba:

“vidita, triste está, suspirando mi corazón… AI clarear yo me iré a los pagos del Chasquivil…”

Parado en un borde del eco, sale a caminar hacia sus adentros. “- Lo veo medio desvencijado espiritualmente. — Vea, Espinosa, hace dos años se ha callao Nenette. No sé lo que me pasa, desde entonces, no tengo consuelo. Es muy duro. No sabía que la quería tanto”, dice ese martes 31 de marzo, té de por medio, en el hotel Mayoral. Ha venido a tal vez despedirse del Tucumán de su corazón, apoyado en el bastón de los recuerdos.

Hablamos de los 500 años del descubrimiento de América, de la cruel conquista, de Tupac Amarú:

“Antes de morir, viste a Leonor, tu esposa, pequeña, frágil como un amancay de octubre, tan fina que el cordel del garrote vil no pudo ceñirse en su cuello, y tú, amarrado entre dos barras de hierro, tuviste que contemplar la horrible muerte de tu compañera, despedazada a puntapiés y pedradas por los siete asesinos al servicio del ‘señor corregidor’ Areche, que observaba los hechos a tu Iado, cruzados los brazos, sin hacer gesto alguno… Duro precio paga siempre el anhelo de libertad en los hombres y en los pueblos. Y pasaron los años y los tiempos colgando sus horas en los muros del destino. Y te multiplicaste y reviviste, y se repitió tu holocausto y te resucitaron los soles de América en la selva, la pampa y la montaña, Tatay Condorcanqui”.

América y Europa respiran en sus saberes.

Profundo conocedor del hombre, el campesino, el paisaje, los poetas y pensadores de nuestra tierra, pero también de Nietzsche, León Felipe, Manuel Machado, Paul Éluard, los surrealistas franceses, Bach, Beethoven…

Un huayno andino y el “Himno al amor”, de Edith Piaf, sacuden su sensibilidad. En su obra y juglaría, confluyen las dos vertientes de donde ha mamado nuestra cultura: lo americano y lo europeo.

En su arte y pensamiento, respira la tan mentada y buscada identidad nacional. Sin embargo, sus creaciones literarias no figuran casi en ninguna antología de las letras argentinas, tal vez porque el poder hegemónico de la gran ubre de cemento lo considera quizás solo un folclorista, como sucede con Manuel J. Castilla, premio nacional de poesía, un desconocido para los encopetados cenáculos del puerto que suelen disponer del destino de nuestra literatura.

“Nunca me detuve a pensar, profundamente, qué significaba ser argentino… Soy no más… camino por el mundo. Soy pobre. No tengo nada. Solo un corazón templado, y una pasión: la guitarra… No me gusta que me confundan. En mi país hay grandes escritores y poetas. Yo, a veces, le arrimo el bochín a la poesía. Es solo una arrimada. No me comparen. Pegar un grito en el cerro no es acercarse al Sermón de la Montaña…”, murmura.

Ahora, en sus párpados, tal vez la piedra sola mira los aires indios hollar el Cerro Bayo. La guitarra es tierra que anda. El payador perseguido se subleva en el canto del viento. La capataza sopla una palabra sagrada que vuela del algarrobo al cerezo.

Los 84 años le pisan los talones a la soiedad de su alma. La penumbra va conquistando las pupilas del corazón.

“Esperándote estoy, mi capataza. Centinela sin par. ¡Mi luna gaucha! Para que busques la canción perdida, la que nunca canté bajo los talas… capataza, me voy. Ya me despido. Salgo a buscar vidalas al sendero. ¡Tú le dirás las cosas que me callo a todo lo que amo y lo que dejo…!”.

Atahualpa Yupanqui.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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