El ego poético,yo y el Che

Por Olivier Pascalin

Adentro de un poema, todo: la máscara y la desnudez. Dentro de la literatura, esa disciplina que necesita indagar sobre sí misma —pregunta y repregunta, afirma, desmiente y vuelve a dudar—, el poema ocupa un lugar privilegiado: las reglas sucumben y el poeta, escribió Octavio Paz, genera una “perpetua tensión hacia un absoluto del lenguaje”.

Un pequeño bosque minimalista donde crecen flores imposibles. Un lugar íntimo y a la vez radicalizado.

Adentro del poema, todo, y en ese todo entra el yo, el ego, la subjetividad abrumadora del poeta.

Lo que está afuera del lenguaje, la realidad, la vida misma, ingresa.

A diferencia de la novela, del cuento, del ensayo, en el poema siempre hay un yo que desdibuja fronteras, como si fuese un género necesariamente antificcional pero que a la vez escapa de lo documental.

Sin embargo, el artificio literario persiste; también la confesión. En ese juego, entre la máscara y la desnudez, el ego dirige. La pregunta es: ¿hacia dónde?

El ego es un espejo roto.

La poética se compone de algo que podríamos definir como disposición, algo más que un tono, ¿una actitud? que se precipita hacia la autodestrucción en el preciso momento en que ocurre.

Pero no ocurre solo ahora —el momento de la escritura y de la lectura—: viene ocurriendo desde siempre y así continuará. El yo lírico, que incorpora al lector como protagonista, está padeciendo malestares existenciales y surrealistas severos: las metáforas de la angustia y el odio. Es un desahogo.

“Tratás de escapar de un edificio en llamas / cuando vos sos el edificio en llamas”. “Te digo que / a veces / sencillamente no sé / qué hacer / conmigo mismo”. “Arrancate el corazón / si se vuelve demasiado grande”.

“Creer en vos mismo de modo que permitan que sucedan cosas terribles. / Creer en vos mismo de modo que aceptes nuevos errores”.

Poemas cortos y directos como golpes, pero también otros más largos que se hunden en tribulaciones.

Mientras los versos fluyen y las páginas vuelan hay pequeñas repeticiones como detalles intermitentes: “siguen los dibujos animados”, “nuevos problemas”.

De a ratos el yo lírico encuentra un punto donde precisar mejor las razones de su angustia: un desdoblamiento entre el interior y el exterior.

“Mi mente no es un cartel publicitario pero luego observo que me divertí dando versiones de prueba de mi mismo y reservando mi verdadero yo para un mundo en el que creo pero que nunca vere. La distancia entre cómo te ves a vos mismo y cómo te ven los demás. / El vos que está en el foco de ambos.” En ese vos el yo poeta y el yo lector se vuelven uno y cabalgan juntos hacia una estética destrucción.

Travestido y encubierto

La forma que adoptan los pensamientos en el silencio de la mente, sobre todo cuando el contexto es trágicamente determinante, siempre es poética.

Pero ahí se queda esa estética: encerrada, atrapada. Gabriel Rodríguez Molina imaginó cómo pensaba, qué sentía, cuánto vibraba el Che Guevara en sus últimas horas de vida, prisionero y herido, durante los primeros día de octubre de 1967.

“Llevo los pies sucios. / El pelo roído. / La barba desprolija. / Los pulmones cansados. / Una herida en la pierna que ya no siento. / Y las manos atadas. / Escucho la música que genera el roce de las hojas. / En Bolivia, por momentos, todo parece muerto. / Por un segundo las cosas simulan detenerse. / O soy yo el que quiere detener el tiempo. / Ya no sé”

Se lee en este libro editado por Sudestada en el 2021 y lleva por título simplemente Guevara. Rodríguez Molina publicó ya varios libros: es un poeta y dramaturgo nacido en el año 1995.

El ego del poeta está borrado o, mejor, travestido. Es un acto casi teatral: interpreta un personaje histórico, una leyenda que aún vive en muchísimas banderas y convicciones.

Es un libro que se para a mitad de camino entre lo histórico y lo íntimo. El líder revolucionario pronto será ejecutado.

“Espero. / Solo espero / Yo sé esperar / En la altura de Bolivia una espera es más densa. / Por más que uno escuche la primavera. O por más que uno esté a punto de morir. / No termina, uno, de acostumbrarse. / ¿Qué dirán de mí? / Ya no importa”.

La descripción cotidiana, lo que ve y lo que siente, el silencio del ocaso, la posibilidad del final, todo se mezcla con algunos recuerdos, con balances apresurados y alegatos que irrumpen con la fuerza del epitafio.

La duda existencial sobre el futuro de la revolución inconclusa parece guiar este poemario.

“¿Quién soy? / ¿Quién fui? / ¿Qué hago acá? / ¿Estoy muriendo? / ¿O estoy naciendo?”, escribe Rodríguez Molina en la piel de Guevara.

Fuente consultada:

https://www.infobae.com/cultura/2022/10/27/la-poesia-ese-lugar-de-la-literatura-donde-las-fronteras-estan-rotas/

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