Un violín bajo el yuchán.

Por Sergio Coppoli

Un violín bajo el yuchán

Bajo el yuchán gordo y borracho,
el arco de un violín rompe el silencio,
vertiendo en copas su cristal cadencia,
en contrapunto con pájaros troveros.
La mañana sembró nubes lentas, cansadas;
el viento las arrea detrás de las montañas
y febrero estalla en Sol en Cafayate.
El violín hechizado y peregrino,
derrama historia americana en la ciudad del vino.
Chacarera, son, habanera y vallenato,
huayno, cueca, milonga y marinera,
son herencia de sangre y de conquista,
un legado de lucha y rebeldía,
a la que puso picante, tristeza y alegría
el grito, el canto y tambores africanos,
junto a la hondura del erque americano,
tras siglos de sudores y cadenas.
Sobrevuela la copla y la poesía
en cantos de rondas maternales.
Los marinos Invasores nos dejaron,
junto al despojo, el ultraje y la masacre,
la magia de las letras castellanas,
en décimas y coplas voladoras y viajeras,
que cruzaron mares en naos y carabelas.
Y después llegaron otras gentes,
campesinos sin tierra y sin futuro,
con acordeones, bandoneones, verduleras,
trajeron polkas, vals, chotis y canzonettas
y caminaron empedrado, pariendo el tango.
Y la esperanza en zamba abrió el pañuelo,
uniendo los sueños de los nadies,
que sufren y luchan en este bravo suelo.

El violín va floreciendo
verde y sol de tierra americana,
llanuras con caballos de alarido y viento,
infinitos sin descanso, de pampa y de sabana,
selvas de corzuela, jaguar y yacaré;
ríos de entrada y escarmiento;
montañas del cóndor, de nieves y de abismos,
costas y mares de horizontes y de olvidos.
Y tras un soplo de Bach y de Vivaldi,
un ebrio pizzicato rompe lo perpetuo
y estalla en chacarera, en tango y en joropo.
La música extiende alas, une sueños
y quiebra el letargo mañanero.

Coda
Por los valles ebrios de vino,
me pregunto por el arco de Narciso
y el cóndor musical, de su violín hechizo.