Por Emilia Baigorria

Apenas comenzada la lectura de este libro, en sus Palabras Previas (p. 9) el autor confiesa “siempre me preocupó la situación de los desubicados, que por distintas razones…” desde donde me suena diferente al oído la palabra “desubicados”.
Había escuchado antes desarraigados, exiliados, desplazados, expulsados, lanzados, desterrados; no desubicados. Sin dudas el drama es el mismo pero desubicados tiene marcado el significado de la desorientación, de no tener noción de la dirección necesaria para la ubicación en un medio diferente. Y es allí donde cobra relevancia no solo el espacio, sino también la suma de circunstancias que rodean a la persona que llega a un lugar “que no le pertenece”.

El Prólogo de Carlos Jesús Maita anticipa ya la carga emocional convertida en silencio del que decide alejarse de su tierra y trasplantarse a un suelo diferente:
El libro, en consecuencia, grita a los cuatro vientos la casi silenciada vivencia de los hispanos que hace más de un siglo arribaron al Rosario de la Frontera trazado el 20 de Junio de 1873 para desarrollarlo con sus trabajos y transformar sus propias vidas personales, deparando en su relación con el lugareño, con el gaucho, esa simbiosis cultural que es hoy color local, identidad, un tipo humano.
Luque (2019). Sapo de otro pozo, p. 14
Otra palabra se suma a la realidad dolorosa de los protagonistas de esta novela y es “desconocido” acentuando esa situación.
El campo semántico se activa con maestría para intensificar la atmósfera necesaria.
La novela se inicia con la historia de Araceli y Francisco quienes partieron desde España con su pequeño hijo en un moisés, rumbo al destino final: Bs.As. Por una avería del barco descendieron en Brasil solo por conocer, entraron a un barsucho y allí un negro le arrebató el moisés con su hijo y se fue.
Este hecho trágico a todas luces (historia real por otra parte) motivó al autor a contarla con silueta de novela.

Comienzan para la pareja una serie de sucesos inesperados y extremos como hacerse cargo de una negrita recién nacida.
La novela tiene una estructura caracterizada por una línea en zig zag que se sitúa en el recuerdo de acontecimientos desde un presente continuo para volver al pasado en forma intermitente para actualizar la salida del sol en la Sierra Nevada, el Alcázar de Loja, las gaitas y componentes de la vida cotidiana como gachas y natillas o la grasa de pella y cataplasmas.
El hilo de la memoria es fundamental en la novela, el protagonista Francisco regresa hasta su origen, relata episodios con su padre y describe espacios significativos en su recuerdo, como el siguiente:
En Arexo nadie sabía leer, ni había cosa alguna para leer y, así, las historias se transmitían entre mentiras y verdades, entre vino y vino, o alguna aguardiente que, para variar, algún viajero dejaba como pago de su estadía.
Y fue con uno de esos viajeros que se fue mi madre, harta ya de tanta miseria y podredumbre; me dio un beso y me dijo que cuando lograse algún bienestar volvería a buscarme.
Luque (2018). Sapo de otro pozo, p. 36
Araceli también tiene un capítulo especial desde el cual recuerda su vida y en especial algunas peripecias inquietantes en casa de su tía.
Las descripciones resaltan entremezcladas con los nudos narrativos, son ágiles, amenas y de lenguaje sencillo:
Las verbenas eran más juveniles. Los mozos con sus sombreros negros y chaquetillas cortas, las mozas con sus peinetas y mantones, se miraban y saludaban con picardía, pero el control materno era carcelario: nadie iba más allá de una mirada o a lo sumo, una sonrisa.
Luque (2018). Sapo de otro pozo, p. 52
Los lugares cobran relevancia en la novela, así están Loja, Oviedo, el Camino de Santiago, Granada, Cádiz; que no son solo a través del nombre sino cada uno remite a partes importantes en la vida de cada uno.
El autor ha privilegiado el camino de la memoria al avance de la acción narrativa. Así se detiene en la circunstancia de Araceli presa, de las historias de celdas como la de las “prostitutas polacas”, las persecuciones religiosas, también historias de barcos, del tren.
La marginalidad está presentada con pinceladas del esperpento, como las siguientes situaciones:
Cuando Manuela, gorda y cuarentona, empezó a engordar más y velozmente, se supo que estaba embarazada. Era todo un misterio, fea como era, al límite de su edad para procrear, sin hombre cerca…La situación era llamativa y daba para variadas hipótesis: ¿Habrá sido preñada por Obatala? decían los macumbés, ¿o habrá sido el Espíritu Santo?
Luque (2018). Sapo de otro pozo, p. 145/6
La expresión “sapo de otro pozo” que da título a la novela surge de otra muy común en Brasil, “peixe fora da agua” que grafica la realidad de todo aquel que ha salido de su medio y pretende insertarse en otro que no le es propio. No es solo una secuencia sonora sino una expresión que remite a un significante doloroso, de humillaciones, de marginación y obstáculos.

Adrián Bartolomé Luque, nacido en Rosario de la Frontera, Salta, en 1945, de profesión ingeniero mecánico, de raíces netamente de inmigrantes entrega esta novela como homenaje a esos seres “desubicados” en entornos extraños y tal vez sin pretenderlo cincela una notable obra que bien puede engalanar la novelística.
¿Qué habrá sido de esa niña negra que levantó en sus brazos Araceli?, sin duda que habrá que acercarse a la novela y dedicarle su lectura.
En Sapo de otro pozo todo tiene significado y es relevante, cito así la reseña de Contratapa firmada por Juan Carlos Gorrini, quien encierra desde sus palabras el universo de la obra.
Al autor se le agradece además el Glosario que agrega a páginas 173/ 187, como las magistrales ilustraciones.
