José de San Martín, además de un prócer un gran lector…

La ignorancia es el más sólido apoyo del despotismo», dijo José de San Martín (1778-1850)

José Francisco de San Martín nació en Yapeyú, hoy provincia de Corrientes, un 25 de febrero de 1778, falleciendo un 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur-Mer, Francia; cumpliéndose hoy 170 años de su muerte.

Hijo de Juan de San Martín, teniente gobernador de Corrientes, y de Gregoria Matorras, el pequeño José Francisco se crió en el seno de una familia española que no tardó en preferir volver a su país a quedarse en aquellos turbulentos estados coloniales. En 1784 pasó con su familia a España; en 1787 ingresó en el Seminario de Nobles de Madrid, donde aprendió retórica, matemáticas, geografía, ciencias naturales, francés, latín, dibujo y música.

Dos años después pidió y obtuvo el ingreso como cadete en el Regimiento de Murcia. Fue éste el origen de una brillante y vertiginosa carrera militar que tendría su bautismo de fuego en el sitio de Orán (1791), en la campaña de Melilla; trece años tenía entonces el futuro libertador.

La singularidad del perfil heroico de José de San Martín viene dada, más que por sus hazañas exteriores, por la grandeza interior de su carácter. Pocos hombres públicos pueden exhibir una trayectoria tan limpia en la historia de América: habiendo alcanzado la máxima gloria militar en las batallas más decisivas, renunció luego con obstinada coherencia a asumir el poder político, conformándose con ganar para los pueblos hispanoamericanos la anhelada libertad por la que luchaban.

Sin duda personas como el Gral. José de San Martín y como tantos otros próceres de nuestra historia argentina, como Manuel Belgrano y nuestro prócer gaucho Martín Miguel de Güemes, perseguían ideales altruistas que los hacían pensar más allá de la cotidianeidad, olvidándose de sus necesidades personales, para pensar en los otros y sobre todo, pensar en nuestra Patria y su independencia.

Tanta lucha, tanto esfuerzo, tanta sangre derramada, nos debería hacer reflexionar hoy, sobre lo que realmente nos debe interesar a la sociedad, más allá de las banderías políticas.

Nuestra Patria nos necesita, y TODOS somos la Patria, por lo tanto dejemos de lado mezquindades, egoísmos materiales y veamos cómo en este tiempo de PANDEMIA donde se juega nuestra vida, podemos hacer algo atruista ENTRE TODOS.

Y para vencer esta desidia, este desinterés por nuestro ser argentino, lo importante es volver a formar a nuestros niños y adolescentes sobre valores básicos y esenciales, para sostener las familias y por ende nuestra Nación.

Y así como el General José de San Martín, enseño a su hija Merceditas sus máximas, podríamos nosotros también revalorizar el respeto, la caridad, la libertad, el aseo, que tanta falta nos hace.

Sin duda San Martín era un gran lector, en su biblioteca se encontraban libros de Homero, Cicerón, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Voltaire, Montesquieu, Jeremy Bentham, libros de viajeros y tratados sobre diversos temas (entre otros, la guerra, la legislación, la arquitectura, la agricultura y las enfermedades que aquejaban a los campesinos) formaron parte de su plan de lecturas, y sin duda fueron esenciales para su campaña libertadora.

La biblioteca de San Martín, en más de dieciséis cajones, cruzó primero el Atlántico y luego viajó de Buenos Aires a Mendoza, cruzó con los revolucionarios los Andes y arribó por el Pacífico a Perú.

El autor preferido de San Martín era Plutarco y sus Vidas paralelas , también Don Quijote. Su biblioteca de más de setecientos volúmenes era muy variada, pero predominaban los del arte de guerra, con más de 130 libros, pero también la Enciclopedia, literatura, diccionarios de arte, geografía, historia.

San Martín donó sus libros que lo acompañaron durante su campaña a Perú.

San Martín dispuso de dos librerías: la primera, formada básicamente en Europa y portada consigo por suelo argentino, chileno y peruano, con un significativo caudal de 267 obras en 763 volúmenes; y una segunda, parva, que reunió en el ostracismo europeo 25 obras que cursaba en su exilio francés», se lee en San Martín y su donación de libros a la Biblioteca de Mendoza (Mendoza Cultura), investigación de Pedro Luis Barcia y María Adela Di Bucchianico que aporta un minucioso catálogo de la biblioteca del héroe. De las 127 obras en 430 volúmenes que donó a la Lima liberada, solo sobrevivieron siete; el resto fue devorado por las llamas del incendio de la Biblioteca Nacional del Perú en 1943.

Respecto a la Biblioteca Mendocina, una de las primeras del país, Barcia y Di Bucchianico no hallaron ningún listado de libros donados; esa inexistencia de obras de la librería sanmartiniana se puede explicar o bien por desaparición, saqueo y hurto, o bien porque los vecinos bienintencionados las llevaron a sus casas para salvaguardarlas de los desmanes que sufría la institución.

La biblioteca destinada a la educación universal, es más poderosa que nuestros ejércitos.

La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.

Si somos libres, todo nos sobra.

Una receta publicada en el libro de Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti, dedicada al general.

Dorado a la San Martín

Diz que allá, cuando este héroe, en su gloriosa odisea, cabalgaba por los pagos vecinos al Pasaje, un día, al salir de Metán, pronto a partir y ya con el pie en el estribo, rehusaba el almuerzo que, servido, le presentaban, llegó un pescador trayéndole el obsequio de un hermoso dorado; tan hermoso, que el adusto guerrero le dio una sonrisa.

Alentados con ella sus húespedes:

– ¡Ah! ¡Señor! – exclamaban, alternativamente.

– ¡Siquiera estos huevos!

– ¡Siquiera estas aceitunas!

– ¡Siquiera estas nueces!

San Martín se volvió hacia sus dos asistentes:

– ¡Al vientre del pesacado – dijo – todas esas excelentes cosas, y en marcha!

Dijo, y partió a galope.

Escamado, abierto, vació y limpio en un amén, el hermoso dorado fue relleno con el picadillo, los huevos duros en rebanadas, las aceitunas y las nueces peladas y molidas. Cerrado el vientre con una costura, evuelto en un blanquísimo mantel, fue entregado a los dos asistentes, que a carrera tendida partieron, y adelantando al general, llegaron a la siguiente etapa, donde el famoso dorado fue puesto al horno, y asado y calentito lo aguardaban para serle servido en la comida. En su sobriedad, San Martín quiso que ésta se limitara al pesacado y su relleno.

Deidamia Sierra de Torrens (Metán)

Publicado por Juana Manuela

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