Clarice Lispector, la escritora inaprehensible en estilo y en forma

Por Emilia Baigorria

Toda persona que ama las letras no debe pasar por alto la escritura de esta escritora  brasileña, Clarice Lispector, quien nació el 10 de diciembre de 1920 en Chechelnik (Ucrania) en una familia que por su origen judío padeció persecución racial, sumada al hambre y al caos del momento.

Esas razones la llevaron a huir de su tierra hacia el continente americano al año siguiente del nacimiento de Clarice. No era ése su nombre original, ya en Brasil los integrantes de la familia tomaron nombres portugueses.

Clarice incursionó muy joven en el tratamiento del monólogo interior, recurso que primó en su primera obra Cerca del corazón salvaje en la que aflora además una mirada particular y novedosa de corte psicológico.

Hacia 1960 publicó textos de corte personal en el periódico Journal do Brasil. Clarice Lispector murió en Río de Janeiro el 9 de diciembre de 1977. Su lápida, lleva su nombre hebreo: Chaya Bat Pinkhas.

Los estudiosos de su obra no han podido definir hasta la actualidad su estilo. Sí se puede decir de la importancia que le asignaba a la mirada es decir a la percepción, modo que la llevó a escribir así como percibía el mundo y desde allí el camino para la apreciación del mundo interior del otro.

Su escritura está despojada de figuras y, tal vez ahí radica su fuerza ya que se desprende de todos los recursos para transitar por los caminos del inconsciente.

De ese tránsito sale su voz provocando incomodidad, la misma en la que se coloca ella en total soledad. Y pinta desde allí su “paisaje de agua” al decir de Gloria Gervitz, sí, de agua, porque tiene todas las características de un fondo resbaloso, también de silencio e inmensidad.

“La literatura de Clarice Lispector es un tejido espeso, es una tela mojada que pesa una enormidad y no cubre sino más bien desnuda. El tejido es minucioso como la tela que tejen las arañas, se parece a la piel verde del agua de los cenotes, al verde de la lluvia, a la infinita paciencia de las bordadoras y puede también cansar como los monólogos silenciosos e interminables con nosotros mismos, como las obsesiones, como la rutina”. GLORIA GERVITZ

Pero ningún comentario reemplaza a la lectura de la obra, por eso va la propuesta para provocar un acercamiento a ella y dejarse llevar por la brisa o el viento de su universo:


Tanta mansedumbre

«Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir. Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ella se había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento. Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por hábito estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar. Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se parezca a la agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor. Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué simplicidad. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas como el agua de lluvia está 6 ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si, después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Sin siquiera dar las gracias a Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa«. (Traducción: Cristina Peri Rossi ).


SILENCIO

«Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla. Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil».


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