Por Argentina Mónico

«Soy gaucho, y entiéndalo como mi lengua lo esplica: para mí la tierra es chica y pudiera ser mayor; ni la víbora me pica ni quema mi frente el sol. Nací como nace el peje en el fondo de la mar; naides me puede quitar aquéllo que Dios me dio: lo que al mundo truje yo del mundo lo he de llevar». J.Hernández
Un 6 de diciembre de 1872 se publicó Martín Fierro, la obra cumbre de la poesía gauchesca escrita por José Hernández y considerada el texto más representativo del género. Más de un siglo después, esta fecha fue consagrada como el Día Nacional del Gaucho, institucionalizada en 1993 mediante la ley N.º 24.303. Posteriormente, el Decreto 1096/96 dispuso la creación de la Comisión Nacional del Gaucho, encargada de organizar actividades que mantuvieran viva esta identidad criolla tan esencial para nuestra cultura.
La obra de Hernández narra la travesía de un gaucho pampeano sometido a la injusticia de las autoridades del siglo XIX. Retrata su carácter independiente, heroico y sacrificado, y expone con crudeza las penurias del hombre de campo: Martín Fierro, trabajador y humilde, es arrancado de su hogar para defender las fronteras argentinas. Cuando regresa, encuentra destruida su vida: su rancho derruido, su familia desmembrada, su destino torcido. Ante ese desamparo, se convierte en gaucho matrero, un perseguido fuera de la ley, habituado a las pulperías y al desierto.
Las dos partes escritas por Hernández —El Gaucho Martín Fierro (La Ida) y La Vuelta de Martín Fierro— fueron reunidas posteriormente bajo el título El Martín Fierro, traducido a más de setenta idiomas, entre ellos el quechua.

Si hablamos de gauchos, es imposible no evocar a nuestro héroe, el general Martín Miguel de Güemes, arquetipo indiscutido de esta figura. En el prólogo que escribí para el libro Fronterizos de estos pagos de mi padre, Abel Mónico Saravia, señalaba que el gaucho fue un hombre sencillo y profundamente ligado a su tierra, con fe en su creador y valores que lo definían: valentía, franqueza, respeto y humildad. Con ese conjunto de virtudes vencieron a las fuerzas realistas, guiados por la inteligencia estratégica de Güemes, militar de formación pero líder por ejemplo y por cercanía con su gente.

Nuestro general comprendía que la Patria se defiende con convicción, pasión y coraje. En tiempos sin tecnología, fue su ingenio —y no la fuerza material— lo que le permitió resistir, librar batallas decisivas y sostener la lucha por la Independencia.
Sin embargo, más de dos siglos después, pareciera que nuevas cadenas nos sujetan: no las de hierro, sino las de la desidia, los intereses globales y el materialismo. Cadenas que nos alejan de la idea de Patria y de aquello por lo que tantos hombres y mujeres dieron la vida.
Lugones sostuvo que el gaucho fue “el héroe y civilizador de la pampa”, ese inmenso mar de hierbas indomable incluso para la conquista española. Fueron los mestizos —origen del gaucho— quienes finalmente lograron dominar el desierto y abrir camino al poblamiento.
Ese fenómeno se dio tanto en las llanuras del sur como en las tierras del Chaco, donde solo el valor, la astucia y el conocimiento íntimo de la naturaleza que poseía el gaucho permitieron avanzar sobre territorios hasta entonces inaccesibles.


Los estudiosos coinciden en que el gaucho desciende de los llamados mancebos de la tierra, hijos de españoles y mujeres indígenas, a quienes las crónicas describen como altivos, hábiles para la vaquería y profundamente ligados al territorio. Por razones políticas y sociales, se replegaron a las fronteras, donde convivieron con el indio y se adaptaron a las duras condiciones del campo.
De esa adaptación surgieron sus rasgos más característicos: conocimiento del medio, resistencia, coraje, sentido del honor y la amistad, dotes de rastreador y baqueano, y una relación casi sagrada con el caballo. Su orgullo y su deseo de independencia lo apartaron de las tareas serviles y lo acercaron a una vida libre, austera y profundamente digna.
La vastedad del desierto lo moldeó: la soledad, el peligro, el ganado bravío, las distancias infinitas. Todo ello forjó un tipo de hombre sereno, ingenioso, sobrio y vigoroso. Un hombre libre. Como escribe Hernández:
Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro en el cielo;
no hago nido en este suelo
donde hay tanto que sufrir
y naide me ha de seguir
cuando yo remuente el vuelo.
A diferencia del indio —sedentario y territorial—, el gaucho era nómade. Su rebeldía y sensibilidad le otorgaban matices psicológicos propios: compasión, cortesía, hospitalidad, sentido estético, melancolía y una nobleza natural que se expresaba en su pundonor, franqueza y lealtad. Su pobreza, lejos de ser lastre, alimentaba su libertad y su espíritu andante.
Así se configuró una figura esencial de nuestra identidad: el gaucho, símbolo de libertad, valentía y dignidad, cuya memoria celebramos cada 6 de diciembre y cuya huella continúa marcando el espíritu profundo de la Argentina.
Como homenaje a tantos gauchos que aún pueblan nuestra Patria, van dos poemas de escritores salteños: José Cantero Verni y Lourdes Zalazar.


«EL GAUCHO» de José Cantero Verni
Lo nombra el viento en el cerro
lo nombra en viento en las pampas,
y el sentimiento argentino
a lo largo de la patria.
Arisco como los montes
dispuesto pa` la batalla,
en la sangre se hace copla
y en cada grito baguala.
Galopeando los caminos
no se detiene ante nada,
con esa inmensa bravura
que le palpita en el alma.
Gaucho fuerte, gaucho noble
que no conoce distancias,
que listo está pa` servir
cuando la patria lo llama.
Fue baluarte de la historia
escribiendo tantas páginas,
cabalgando tras un sueño,
siempre en pos de una esperanza.
Fue coraje sin medidas
esa pasión soberana,
de seguir hasta la muerte,
poniendo el pecho a las balas.
Jamás le importó la Gloria
más allá de las hazañas,
que logró con gran esfuerzo
a puro facón y lanza.
Fue ese canto de los vientos
eterno de las guitarras,
la voz del clarín sonando
en llanuras y quebradas.
Fue ese empuje libertario,
hombre de justa palabra,
esa mano firme y fuerte
de amistad y de confianza.
Fue ese gaucho y lo será
el aliento que no para,
ese grito de la tierra
surco abierto de la patria.
La solemne Tradición
se refleja en su mirada,
con zambas y chacareras,
con fogones y payadas.
Luchador de tiempo entero
que con la vida cabalga,
experto como ninguno
pa` la doma y la pialada.
Lo nombra el viento en el cerro
lo nombra el viento en las pampas,
gaucho noble de esta tierra,
bandera celeste y blanca.
VOZ de Lourdes A. Zalazar
Soy el grito ancestral, la dolorida queja.
Soy la flor de una raza ya marchita.
Desde el lodo invasor me he levantado.
Viracocha sostuvo mí dolor.
¡Cuántas lunas han pasado!
¡Cuánta piel cobriza mutilada!
Soy el temblor de tumbas profanadas.
El amor, lumbre enlutecida.
Lenguaje mudo que despierta a los cóndores.
Sol que anida en los hogares.
Voz ardiente de esta tierra.
Soy la raza de un espacio quebrantado,
que vive, palpita en el erke en el sikus.
En la queja de una quena.
En la pena de una caja.

Un libro recomendado sobre esta temática:
