“Bruja”: la palabra que no pudimos quemar

Por Daniela Latorre

De la hoguera a las redes, sobrevivió siglos de miedo. ¿De dónde viene y por qué sigue viva?

La palabra bruja ha resistido siglos de persecución, miedo y transformación. En el habla cotidiana de muchos países latinoamericanos, sigue siendo una de las más ricas y polisémicas de nuestro idioma: puede evocar sabiduría, misterio, poder o simplemente picardía.

Aunque en gran parte del mundo octubre se asocia con Halloween, en América Latina la relación con la muerte, lo invisible y lo sagrado tiene raíces distintas. No celebramos tanto la estética del miedo, sino la continuidad de la vida en sus múltiples formas.

En México, por ejemplo, el Día de Muertos honra a los ancestros; en los Andes, la Pachamama y los espíritus de la naturaleza siguen siendo parte de la vida cotidiana.

Sin embargo, Halloween se ha vuelto una excusa amable para acercarnos a esos temas: lo misterioso, lo femenino, lo espiritual. Una oportunidad para recordar que nuestras “brujas” y “brujos” vienen de un linaje que cuida, sana y observa el mundo desde otro lugar.

Una palabra viva en el habla cotidiana

En América Latina, bruja adopta connotaciones diversas según el contexto. En Argentina, por ejemplo, puede usarse con afecto o humor: “mi jermu, la bruja”, “fui al brujo para que me cure”, “vos que sos media bruja”.

Fuente: Diccionario Argentino

En México, Perú o Colombia, nombra también a curanderas, comadronas o mujeres sabias de las comunidades. Lejos de ser una ofensa, muchas veces se convierte en una forma de reconocimiento hacia quienes poseen intuición, conocimiento o un vínculo especial con la naturaleza.
Estas resignificaciones muestran cómo la palabra se mantiene viva, adaptándose a los lenguajes y creencias contemporáneas.

De la Inquisición a la resistencia simbólica

El origen de bruja y brujo es incierto. No proviene directamente del latín clásico y aparece documentado por primera vez en textos del siglo XIII y XIV, como el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz. Se cree que surgió en el noroeste de la península ibérica —en áreas de influencia astur-leonesa y gallega—, donde existían voces como bruxa o bruxar, vinculadas a la práctica de la magia o la sabiduría popular.

Una teoría propone un origen prerromano o celta, relacionado con prácticas mágicas o con el sonido del vuelo nocturno, representado por la raíz bruc- o brug-. Otra sugiere influencia del catalán y occitano, donde aparecen formas como bruixao bruissar, evocando murmullos o zumbidos asociados a seres mágicos.

El término brujería se formó más tarde, con el sufijo -ería del castellano medieval, que designaba oficios o prácticas. A lo largo de los siglos, su significado se transformó: de arte mágico o conocimiento natural a delito y herejía, y luego —ya en la modernidad— a símbolo de independencia, rebeldía y espiritualidad femenina.

Las brujas en América Latina

En nuestra región, la figura de la bruja y del brujo se entrelaza con las culturas ancestrales y la cosmovisión de la Pachamama. En muchos pueblos originarios, las curanderas y los sanadores son guardianes del equilibrio natural, conocedores de plantas medicinales y rituales que conectan lo humano con lo sagrado.

La palabra bruja en América Latina no solo alude a la magia, sino también al respeto por la tierra, la transmisión de saberes y la espiritualidad que surge de lo cotidiano.
En este sentido, la Pachamama representa la fe y la conexión con la vida natural, mientras que celebraciones como Halloween invitan a honrar lo desconocido y la muerte. En todas sus variantes —bruxa, bruixa, bruja— sigue nombrando una fuerza que se resiste a ser olvidada.

Ser bruja hoy: comunidad, intuición y reencuentro con lo natural

En los últimos años, bruja volvió a circular entre las jóvenes con un nuevo brillo. Ya no remite al miedo ni al pecado, sino al encuentro, la amistad y la búsqueda interior. Decimos “nos juntamos las brujas” para hablar de nosotras, de lo que sentimos, de nuestros cuerpos y emociones; o “vamos al río con las brujas”, para nombrar esos rituales cotidianos de conexión con la naturaleza.

Ser bruja hoy puede significar interesarse por los saberes de las plantas, los astros, los chakras, la energía o la meditación; reconocer la intuición como una forma válida de conocimiento; o simplemente compartir un espacio de cuidado y escucha entre mujeres.

Esa reapropiación, profundamente latinoamericana, recupera la palabra como un símbolo de poder, comunidad y sanación: una brujería sin conjuros, pero con mucha consciencia.

Cinco lecturas latinoamericanas sobre brujas, curanderas y espiritualidad

Brujas – Brenda Lozano (México, 2021)
Ensayo-novela que combina la voz de una curandera con la de una periodista en el México contemporáneo. Inspirada en una curandera veracruzana, entrelaza la voz de una mujer sabia y transgresora con la de una periodista. Lozano explora la fe popular, la violencia de género y la fuerza de la palabra. Reseña aquí Hablemos escritoras+3gatopardo.com+3Leerenneon+3

Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía – César Calvo (Perú, 1981) Viaje literario por la selva amazónica en búsqueda de un chamán, entre mitos y saberes ancestrales. Artículo sobre la obra catedraltomada.pitt.edu+1

Santos, huacas y otras yerbas. Curanderos del siglo XXI – Mariana Gálvez Vásquez (Perú, 2023). Investigación periodística y narrativa sobre curanderos del norte peruano, su práctica, rituales y tradición. Ficha/ reseña ulibros.com+1

Calibán y la bruja – Silvia Federici (Italia, 2004)
Aunque no latinoamericana en origen, su impacto es fuerte en la región; analiza la caza de brujas y su vinculación con el cuerpo de la mujer, trabajo femenino y capitalismo. Reseña crítica aquímarxismocritico.com+2xaviercarrascosa.com+2

Brujas. La fuerza indómita de las mujeres – Mona Chollet (Suiza/Europa, 2018)
También fuera de América Latina, pero ampliamente leído en la región; reflexiona sobre la figura de la bruja como símbolo de la mujer independiente y cuestionamiento del poder. Artículo aquí

Poemas míticos – Marta Juárez – Juana Manuela Editorial (2025). Nace del deseo de rescatar la voz ancestral de los pueblos originarios del Chaco. A través de versos inspirados en la oralidad wichí, chorote, toba, chulupí, chiriguana, tapiete y chané, la autora devuelve al presente la memoria del monte y de sus dioses, de la Madre Tierra y de sus hijos. Estos poemas son un puente entre el silencio y la palabra, entre la pérdida y la esperanza. Cada texto late con la fuerza del territorio y la ternura de quien escucha con respeto. En tiempos de desmontes y olvidos, esta obra nos recuerda que la poesía puede ser raíz, refugio y semilla.

Publicado por María Daniela Latorre

De Argentina. Escribo y viajo. Lic. en Psicología. Tutora de lenguaje. Políglota 6+. Fan de la playa y los mares turquesas.

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