¿Qué significa ser humano?


Por Olivier Pascalin

Somos testigos de la nueva edad dorada de la ciencia que es similar a un tsunami con dimensiones desconocidas.

Si rebobináramos fotograma a fotograma este frenético primer cuarto de siglo, constataríamos que la ciencia se ha ido despojando de su función contemplativa para entrar en una edad de oro en la que la intervención humana es capital. Diseñamos genes, modificamos lenguajes moleculares, entrenamos inteligencias artificiales o desentrañamos misterios cuánticos.

Como autor digo que el punto de inflexión de esta nueva era, se sitúa en el momento en que comprendimos que la información era una propiedad esencial del universo y que podía codificarse en formato binario y en forma de ADN.

“Por primera vez, los componentes centrales de nuestro ecosistema tecnológico abordan de forma directa dos propiedades fundamentales del mundo: la inteligencia y la vida”.


El dominio cada vez más preciso de los átomos y de los genes nos ha dado de todo, desde los alimentos modificados genéticamente hasta los fármacos a medida. Simultáneamente, la revolución de los bits nos ha traído los smartphones, las impresoras 3D o las redes neuronales artificiales capaces de generar texto, imagen y código.

Estas áreas no solo se aceleran mutuamente a un ritmo sin precedentes, sino que, en conjunto, están dando forma a una nueva forma de existencia.

Si esto ha ocurrido en el parpadeo de una década, ¿qué sucederá en los próximos años?

Los expertos coinciden en que nos adentraremos en la inquietante explosión de inteligencia conocida como singularidad, ese escenario donde la máquina superará al ser humano de forma irreversible y que, de acuerdo con un análisis que recoge las predicciones de más de ocho mil investigadores del campo de la IA, podría producirse en 2040.

En el culmen del primer cuarto de siglo, podemos hablar de una realidad con células diseñadas desde cero, órganos impresos en 3D y células vivas tratadas como unidades de procesamiento. Si se mantiene este pulso de innovación, los tiempos en los que se podrán prevenir pandemias, ofrecer tratamientos para enfermedades incurables, cultivar órganos o crear plantaciones resistentes a las sequías, están cada vez más cerca.

Estámos quebrando las leyes de la selección natural, sustituyéndolas con las leyes del diseño inteligente. Estaríamos, entonces, evolucionando hacia una suerte de «yo expandido».

Un YOYO donde el ser ya no termina en las fronteras del cuerpo o la mente, donde nuestra memoria está externalizada en la nube, nuestro cuerpo se extiende en gadgets, prótesis, implantes o sensores, y nuestras decisiones se ven influidas por algoritmos. ¡QUE SUSTO!

Uno de los factores que hacen que esta nueva ola tecnológica se esté convirtiendo en un tsunami de dimensiones inciertas es la convergencia de distintas disciplinas en las que cada hallazgo aguijonea a otro. La IA, por ejemplo, se utiliza para acelerar la investigación biomédica o para optimizar el diseño de nuevos materiales.

Existen laboratorios de neuroingeniería en los que se cultivan minicerebros, unas estructuras tridimensionales del tamaño de un arroz creadas a partir de células madre, ideadas para estudiar enfermedades mentales o probar tratamientos experimentales.

A su vez, la informática cuántica que, en apenas cuatro décadas, ha pasado de ser una mera hipótesis a materializarse en prototipos funcionales (en 2025 las batallas que libran las grandes tecnológicas son por los chips cuánticos), no solo permitirá explorar la física de partículas y los límites de las matemáticas, sino que multiplicará por millones la potencia de procesamiento de los algoritmos.

Sin embargo y a medida que las capacidades técnicas se expanden, también lo hacen las vulnerabilidades y las amenazas. La edición genética de embriones humanos, la creación de IA autónoma o la posibilidad de crear vida sintética obligan a reformular los marcos éticos heredados que se quedan obsoletos.

Ya no basta con preguntarnos qué somos capaces de hacer, sino qué debemos y qué no debemos hacer. Porque si nos encontramos en el proceso de democratización del conocimiento más grande que se recuerde —plataformas abiertas, preprints, grandes colaboraciones internacionales—, también estamos inmersos en una época inédita de acceso al poder y al riesgo.

Nunca antes tantas personas habían tenido acceso a tecnologías tan avanzadas, capaces de infligir muerte y caos. Una de las áreas más prometedoras de la IA es la búsqueda de moléculas que permitirán descubrir nuevos fármacos en tiempo récord. El problema surge cuando la misma IA, que rastrea curas en el vasto universo de las moléculas, tiene la capacidad de hallar miles de elementos tóxicos comparables a las armas químicas más letales.

En esta época los humanos tendremos que decidir lo que significa ser humanos. Por ello, urge establecer reglas claras que se anticipen al momento en que la aceleración técnica supere nuestra capacidad de respuesta, o que regímenes de enorme poderío tecnológico y anarquías digitales diseñen nuestras sociedades sin consentimiento.

¿NO LA VEN VENIR?

Quién decide qué genes pueden modificarse? ¿Cuán ético será manipular los recuerdos? ¿Qué algoritmos regirán los criterios de las decisiones más relevantes? ¿Qué ocurre cuando una IA nos inspira más confianza que una persona? Las respuestas a estas preguntas ya no las tiene la ciencia ficción.

Publicado por oberlus1954

Ce qui est capital, ce ne sont pas les moyens financiers mais votre motivation et votre discipline.

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