Folklore e Infancia
Por Pamela Saya
(Lic. en lenguajes expresivos y Profesora de Danzas)

Este interrogante significó un disparador para volver a pasar por el corazón, reviviendo aquellos juegos de mi infancia, escondidos en la memoria y que guardan el recuerdo feliz, mágico, de muchas risas, de creatividad e imaginación de una etapa de mi vida.
Juegos cuyo escenario eran las calles de mi querido pasaje Tomás Guido, las galerías amplias con helechos, ruda, dólar y otras tantas plantitas más en las casas de mis abuelas o los patios en las casas de mis amigos.
La siesta siempre nos reunía, a veces muchos, otras veces pocos, surgía la discusión: ¿A qué jugamos? Esto nos llevaba a crear, investigar, organizar y sobre todo a, descargar energía. Podíamos discutir y aceptar las normas, las reglas.
Comenzábamos con “La Escondida”, para elegir quien sería el buscador utilizábamos el “ta te ti suerte para ti/ Chocolate con Nesquik/ Chupe chupe pe tin”. El que quedaba afuera era el que contaba con el rostro entre las dos manos contra la pared o un árbol. Todos acordábamos hasta que número se contaría, y así se daba inicio al juego. Una vez terminado el conteo, empezaba la búsqueda y pronto se escuchaba el primer “salva para todos mis compas”. Así el que contaba debía volver a contar o, si no, contaba el ultimo encontrado.


Seguíamos con el “Martín Pescador”, dos de nosotros se tomaban de las manos haciendo un puente. Cada uno representaba (en secreto) tipos de frutas, verduras, comidas, colores, etc. El resto hacíamos un trencito de niños tomados de los hombros e íbamos cantando: “Martin, Martín Pescador dejará pasar/ El ultimo trencito se quedará”. Pasaba el tren por debajo del puente, quedando el último vagón atrapado.
En el puente te preguntaban: – ¿Qué preferís? ¿manzana o banana? Una vez elegida la fruta, nos colocábamos detrás de nuestra elección. Así íbamos pasando todos y ganaba el equipo que lograba mayor cantidad de vagones.
Cambiábamos de juego, nos convocaba el “Pisa Pisuela”. Nos sentábamos en el cordón de la vereda y extendíamos ambos pies hacia adelante. Al que le tocaba ser Dios, con una ramita en su mano iba señalando el pie de cada uno y para elegir el orden de los ángeles, cantaba la rima: “Pisa Pisuela color de ciruela/ Me dijo mi abuela que vaya a la escuela/ Que si, que no/ Que esconda este mismo pie/ Detrás de la puerta de San Miguel”. Ocurría entonces una dramatización: todos los ángeles se colocaban en un extremo y Dios en el otro, iniciando el dialogo decía:
«Primer ángel venga aquí; – No puedo porque está el Diablo, contestaba el primer ángel; – Alce sus alas y venga volando, decía Dios y el primer ángel salía corriendo, si el Diablo lo tocaba con la pelota pasaba a formar parte de su grupo, caso contrario, se iba con Dios».
El juego repetía esta escena con todos los ángeles que iban quedando de un lado o del otro.
Los juegos de persecución también tenían cabida: “El Ladrón y El Policía”. Para elegir quien sería ladrón o policía cantábamos: “Melón, melón tú serás el ladrón”, “Sandia, sandia tú serás policía”. Unos en el rol de policías y otros en el de ladrones corríamos, gritábamos y nos reíamos. El objetivo era que los policías atraparan a los ladrones, pero, sobre todo, al que escondía una frase, por lo tanto, tenia que ser el mejor corredor y el más hábil para sortear obstáculos. El juego concluía cuando el ladrón poseedor de la frase era atrapado y la decía en voz alta.


Comenzaba la lluvia y corríamos al patio de alguna casa. Él que no perdía el tiempo iniciaba cantando: “Veo, veo/ ¿Qué Ves? / Una cosa/ ¿Qué cosa? / Maravillosa/ ¿De qué color?” En un rinconcito, algunos jugaban al Tutti Fruti, al Ludo, al Ajedrez o a las Damas. Un poquito más lejos, otro grupo en circulo imitaba tocar un instrumento musical, todos cantaban: “Antón, Antón, Antón Pirulero/ Cada cual, cada cual atiende su juego/ Y el que no, y el que no, una prenda dará”.
Pasado el chubasco, salíamos a la vereda y dábamos apertura a la “Carrerita de Barquitos de papel”. Para aprovechar la ocasión y salpicarnos de agua no podía faltar el famoso:
“A la lata al latero/ A la hija del chocolatero/ A la lima, al limón/ A la hija de Don Simón”.
Ahora bien, pasemos a la escuela. Suena el timbre, es el recreo. En el afán de aprovechar al máximo los escasos minutos destinados al juego, un grupo de chicos jugaba al “Futbol”, con una pelota de trapo, otros a las “Figuritas” arrojándolas contra la pared, haciendo intercambio con el “Yala” (ya la tengo) y “Nola” (no la tengo) y más allá sobre el arenero varios más jugaban a las “Bolillitas”.


Por otro lado, estábamos nosotras, las chicas, saltando a la “Piola”. Los extremos de la soga eran sostenidos por dos compañeras que la hacían girar al mismo tiempo, y podíamos entrar a saltar, cantando:
“Viuda, casada, soltera, enamorada/ con hijos, sin hijos lo mismo vivirá/ con 1, con 2, con 3…”, ganaba la que más tiempo duraba.
También podía ser muestra de destreza individual la “Rayuela”, saltábamos con un pie y para alcanzar el cielo, era necesario avanzar por los cuadrados sin mirar y sin pisar la línea.
Rescatar los juegos de mi infancia significó llenarme de nostalgia, sacudiendo mis recuerdos, sin embargo, me invitó a reflexionar en el juego no sólo como una actividad espontánea, hecha por placer, en busca de relajación, distracción, fantasía, libertad y diversión desbordante, sino también como una actividad marcada por reglas y limitada por pautas, lejos de la cotidianidad que atrae y cautiva a los jugadores.
Conviene señalar que, lo descripto con anterioridad se observa claramente en Roger Caillois, donde el juego ocupa una posición destacada en su análisis. Por un lado, llama paidia al juego libre, despreocupado, descontrolado, espontáneo, sin demasiadas reglas. La define como:
“[…] un principio común de diversión, de turbulencia, de libre improvisación y de despreocupada alegría […] manifestaciones espontáneas del instinto de juego […] agitación inmediata y desordenada […] necesidad elemental de movimiento y ruido” (como se citó en Rivero, 2012, p. 59).
Por el contrario, presenta a ludus como “el complemento y la educación de la paidia, a la que disciplina y enriquece” (como se citó en Rivero, 2012, p. 59). El ludus es, por lo tanto, el juego controlado, la diversión regulada, la paidia domesticada.
En cuanto a lo expresado anteriormente, con respecto a los juegos mencionados se puede establecer relación con la clasificación de juego propuesta por Caillois (1967).
En este sentido, el autor denomina “Agon” a los juegos donde predomina la competencia y afirma que “la práctica del Agon supone por ello una atención sostenida, un entrenamiento apropiado, esfuerzos asiduos y la voluntad de vencer. Implica disciplina y perseverancia” (p. 45).
Puntualmente esto se observa no sólo en una partida de Fútbol, de Ajedrez, Ludo y Damas, sino también en la carrerita de Barquitos de papel, las Figuritas, las Bolillas, la Piola y la Rayuela.
Siguiendo esta línea, Caillois (1967) habla de los juegos de “mimetismo”, donde:
“el sujeto juega a creer, a hacerse creer o a hacer creer a los demás que es distinto de sí mismo. El sujeto olvida, disfraza, despoja pasajeramente su personalidad para fingir otra” (p. 52).
Punto de vista que opera en aquellos juegos como el Martín Pescador, donde simulamos ser puente y vagones de un tren, o el Ladrón y el Policía, siguiendo con el Ángel y el Demonio e incluso la Rayuela, que sorteando obstáculos fingimos llegar al cielo.
Conviene subrayar que, el juego desde la época primitiva ha ocupado muchos momentos de la vida de los seres humanos, Lavega Burgués (2000) refiere que estuvo asociado no solo a lo instintivo y exploratorio sino también a las actividades relativas a la supervivencia, al trabajo, a la preparación militar, a lo sagrado y ritual. Destaca, además que, el juego ha evolucionado con el paso del tiempo, originándose principales transformaciones.


En función de lo planteado, considero conveniente precisar que el lugar que ocupa el juego en la escuela también ha cambiado. En este sentido, durante muchos años imperó un modelo de escuela tradicional en la que el docente cumplía la función de transmitir la información de manera activa y el estudiante sólo era un receptor pasivo que debía guardar silencio, por lo tanto, el juego no tenía relevancia en las aulas, en el mejor de los casos, era admitido solamente en el horario del recreo.
Por el contrario, en nuestros días, se sostiene que el juego constituye una de las necesidades principales del alumno, de esta manera, el mismo se convierte en una estrategia esencial para el aprendizaje y la enseñanza, es decir, a través de las experiencias lúdicas los niños aprenden y desarrollan competencias cognitivas, sociales, emocionales y motoras.
En base a lo arriba mencionado y en relación con mi práctica profesional como docente de Danzas Folklóricas, a cargo del espacio curricular “Producción y Gestión Cultural”, en el nivel secundario, considero oportuno señalar que el juego es abordado como una herramienta efectiva en la construcción del conocimiento comprendiendo la riqueza que puede aportar a la formación integral de los alumnos desde el campo disciplinario del Folklore y las danzas folklóricas.

Para ilustrar mejor lo que se viene describiendo, el folklore es presentado en el aula como patrimonio cultural, donde las diferentes manifestaciones culturales cobran importancia, teniendo como personaje principal al gaucho y su vida rural diaria, destacándose no solo las vivencias, creencias, supersticiones, dichos, devociones populares, costumbres, tradiciones sino también la comida típica, juegos y pasatiempos, pilchas gauchas y las hazañas de sus antepasados hechas leyendas. En este sentido, como eje motivador para la introducción a estos conocimientos y como herramienta pedagógica no solo atractiva y novedosa sino también cautivadora para aquellos poco dispuestos en el aula se emplea el juego de tutti frutti gauchesco: teniendo en cuenta los elementos culturales antes mencionados, los alumnos se disponen a rellenar la tabla en el menor tiempo posible, según la letra selecciona se inicia el juego hasta que escuchamos decir:
¡Pare carrito!, pasamos a puntuar las respuestas, elegimos otra letra y se repiten los pasos, ¿Quién gana? Aquel que consigue más puntos.
Conviene señalar que, el contenido de juegos y juguetes tradiciones es abordado en el aula mediante la exploración y la experiencia. Para ello, los estudiantes traen desde sus hogares la taba de los abuelos, cartas de truco, trompos o fabrican el juego del sapo, incluso reciclando botellas de plástico arman un balero, trazan una rayuela en el patio y se disponen a jugar. Sin embargo, no termina allí, el “día de la Tradición” llevamos a cabo la “Muestra Cultural”, en la cual los alumnos como gestores culturales, difunden las diversas manifestaciones culturales, entre ellas, los juegos y juguetes de nuestros antepasados, transmitiendo y enseñándoles a los más pequeños.
Sin lugar a duda el juego se convierte en un aliado de las actividades en el aula por su carácter motivante, divertido y placentero, al mismo tiempo que se aprende se estimulan las capacidades del pensamiento, la creatividad y la imaginación.
En este sentido, este trabajo nos induce a reflexionar y ampliar la investigación planteando algunos interrogantes frente a este tema:
¿El juego como herramienta es realmente útil o no para los estudiantes? ¿Respetamos la libertad de jugar cuando llevamos los juegos a la escuela, o es otra actividad más impuesta por los intereses del docente? ¿Será posible pensar una educación lúdica que pase por los placeres, la experiencia y el deseo?
Finalmente podemos condensar lo dicho hasta aquí destacando la vivencia recobrada del tiempo feliz de la infancia, tiempo que regresa a la memoria de la mano de los juegos para rescatar aquella fantasía, alegría, el placer por jugar y el espíritu infantil perdidos en la madurez.

Referencias bibliográficas
- CAILLOIS, R, (1967). Los juegos y los hombres. La máscara y el vértigo. Fondo de cultura económica. México. PP. 27-123
- LAVEGA BURGUES, P. (2000). Juegos y Deportes Populares-Tradicionales. INDE. Barcelona, España. Pag.45-62.
- RIVERO, I. (2012). El juego desde los jugadores. Huellas en Huizinga y Caillois. En Enrahonar. Quaderns de Filosofía 56, 2016 49-63. Disponible

Hermoso, muchas gracias por compartir
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