Sed fugit interea, fugit inreparabile tempus
Por Marcela Coria

Un verso inmortal del gran poeta Virgilio (Geórgicas, III, 284), cantor de la gloria eterna de Roma y guía de Dante en el Infierno y el Purgatorio, es un buen comienzo para estos apuntes.
“Pero mientras tanto huye, huye irremediable el tiempo…”
Podría ser uno más de los epígrafes de los poemarios que componen la trilogía recientemente publicada por la escritora salteña Liliana Bellone en la editorial Juana Manuela: Las cuatro estaciones, Rota Virgilii y El viejo búho.



La vis poetica del mantuano, y de este verso en especial, se muestran omnipresentes en estos poemas en los que Bellone se demora (demorari es también una palabra latina, de mora, uno de cuyos significados es “pausa”) para reflexionar ‒y accedemos con gusto a su tácita invitación a reflexionar con ella‒ sobre algunos temas caros a quienes no somos inmunes a la melancolía saturnina y a la nostalgia por el tiempo ido, por ese tiempo que se nos escurrió, inexorable, de las manos:
«la infancia perdida ya para siempre (reminiscencias de Pavese…), los objetos de la infancia (las muñecas, las ventanas, la casa paterna), ese tiempo lento y amoroso de la niñez (“Por acá niña”, “El viejo búho”), un tiempo feliz pero envuelto en las sombras de lo que sucedió hace tiempo (“Fui feliz”). El pasado se puebla de recuerdos (“Umbrales”) que tienen forma de estampas, de aguafuertes (“Ya no busco”)»
La mayoría de estos poemas tienen esa impronta, la de la instantánea, la del momento captado por una cámara (los poemas más «narrativos», por decirlo así, son mucho menos). En este espacio poético en el que vemos a esta niña, a sus padres y a sus abuelos (“Límites”), a sus mayores (“Viento”), se reconstruye una genealogía (“Epifanía”) signada, a la vez, por la presencia y la ausencia, la voz (las voces, “Navidad”) y el silencio: allí están los muertos (“Muchos años”), los ausentes, los que se han ido (“Nadie”), los que han perdido la memoria (“Nocturno”).
Los muertos hablan, la voz de la madre es más poderosa que la muerte y, como en otras obras de Bellone, los muertos son más palpables que los vivos, muchas veces taciturnos, extraviados, fantasmagóricos.
El inreparabile tempus es la nota dominante de un poemario presidido por la figura inapelable de Crono (“Devenir”), y por eso no puede estar ausente la contracara de la niñez: la vejez, el proceso inexorable del envejecimiento (“No fue tan mala”). El tiempo que “desde el cielo […] extiende su manto” lo cubre todo (“La rueda de Virgilio”).
Y, al final del camino, está ella, la muerte, hermana del sueño (Hýpnos y Thánatos) (“Brillos y temores”). Porque entre la vida y la muerte está el sueño; allí se encuentra el dominio de lo onírico (“Murmullos”) y de la ensoñación (“El pequeño gorrión”), en ese lugar intermedio en el que habitan, hablan y se mueven muchos personajes de Bellone, personajes incapaces de distinguir el sueño de la vigilia, como las hermanas Campassi de Augustus.
De este modo, los límites se tornan difusos (“Despertar”); solo la poesía es capaz de penetrar esos intersticios en los que no tenemos certezas. Como sea, una vida concebida de este modo es una vida efímera signada por la melancolía del pasado (“Por fin”).
Destrucción
El viejo búho. p. 16
vuelan las hojas y los tallos
se dispersa la tierra de una maceta
que ha caído desde el balcón
como si fuera la explosión del mundo
tierra y hojas y follaje
y piedras y fuego
un hombre pasa
¿un poeta?
ya lo sé
naciste un día
que Dios estuvo enfermo.
Pero Crono no extiende su manto solamente de manera lineal, sino también cíclica; y en el tiempo cíclico la vida ya no es efímera sino que constantemente se renueva. Virgilio describió el mundo campesino y su tiempo circular tanto en las Églogas o Bucólicas como en las Geórgicas.
La naturaleza tiene un ritmo que se repite regularmente (“Despertar”), en la sucesión de días y noches, de estaciones, de siembras y cosechas, de períodos de fertilidad y períodos de infecundidad (todo depende de dónde habite Perséfone), en años.
La vida rural (“Equivocación”) tiene todavía tiempo de demorarse en rituales que, precisamente, celebran ese tiempo cíclico de una vida que se renueva (“Trenes y pájaros”) con la salida del sol, fuente vital inagotable (“Nace el sol febo apolo”), que marca un nuevo comienzo cada día (hasta el último amanecer de «Elegía«).
Verano
Las cuatro estaciones (p. 51)
1
cuídese usted señora
dijo el mendigo
2
en el sueño irrumpió
un estruendo
no es nada
me dijo
el ruido
es solamente un sueño
Y la vida, efímera o renovada, está llena de ecos, como los poemas que conforman esta trilogía. «Calles«, breve pero encantador, evoca dos textos muy hermosos y profundos: El desierto de los tártaros de Dino Buzatti y el poema «Esperando a los bárbaros» de Constantino Kavafis.
«Adiós» trae los ecos de la cruenta batalla librada en Constantinopla en 1453: agoniza una esplendorosa civilización, un imperio de más de mil años, que dio a Occidente sus fundamentos culturales y su rico bagaje espiritual y material, y es finalmente destruido. La mención de Eugenia en «La rueda de Virgilio«, naturalmente, remite de manera inmediata, otra vez, a Augustus, a Eugenia Campassi y su hermana, su doble, y a la pareja Virgilio y Dante, espejo de las desgraciadas hermanas.
La trágica figura de Aracne, misteriosa, bella, perseguida sin tregua por una Atenea inflexible, aparece en “Tejer, coser, bordar” y “La araña”. La imagen recurrente del carruaje es muy significativa en “Muchos años”, “En el sueño” y “Tarde”. La luz de Beatriz, diáfana, refulgente, absoluta, ilumina los versos de “Luz” y “Noche”.
El cruce del río, las aves (“Hojas secas”), la huida por el aire (como Medea, en su propio carruaje), el vuelo, la libertad (“Vuelo”), el viaje hacia el infinito (¿el infinito en el tiempo o en el espacio o en ambos?, en “Viaje”), el desierto, el abismo, la nada (“Desierto final”), el umbral: todos estos temas e imágenes están también presentes y son verdaderamente muy potentes en la trilogía.
Devenir
Rota virgilii (p. 18)
uno dos tres cuatro cinco minutos
un siglo dos tres siglos hacia atrás
corre río de Heráclito el oscuro
corre uno dos tres
llévame
te llevo Liliana
¿te ríes?
uno dos tres el tiempo
en la corriente clara
la más clara
me voy huyo
me desintegro
La poesía es un cálido y acogedor refugio en “Apelación”, un inquietante sinfín de palabras misteriosamente pesadas en “Las palabras”, y una realidad cotidiana en el epígrafe de Plinio el Viejo (nulla diessine linea, “ningún día sin una línea”, Historia natural, XXXV, 84).
Los epígrafes, precisamente, repartidos aquí y allá en el texto, también son ecos de voces amadas, poetas de todas las épocas y latitudes (San Juan de la Cruz, Raúl Aráoz Anzoátegui, César Vallejo, André Gide, y Virgilio, por supuesto).
La pandemia fue, para todos nosotros, una época que quisiéramos olvidar: triste, desapacible… y oscura, sobre todo. Pero, como en la vida cíclica, el sol sale cada día (“sonríe / ha salido el sol”, en “Amanecer”), y no todo fue oscuridad: también se estaban forjando entonces estos luminosos versos de Liliana Bellone.


Marcela Coria es Licenciada en Letras y Doctora en Humanidades y Artes con mención en Filosofía, egresada de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. En la misma Facultad es docente en las cátedras Lengua Griega I y Lengua Griega II. Ha publicado traducciones del griego antiguo al español en Argentina y en España. Integra proyectos de investigación, participa como expositora en reuniones académicas de su especialidad y dicta charlas y cursos de extensión sobre temas de lengua y literatura griega y latina.
Las obras de Liliana Bellone están en Amazon:
