Por Fernanda Rossi

En las entrañas de Salta, donde la fe se funde con la historia, se esconde un relato que trasciende fronteras y siglos. Quizás, cuando el Obispo Francisco de Victoria, presente en la fundación de Salta, envió las imágenes de la Señora del Rosario para Córdoba y el Cristo Crucificado para la iglesia Matriz de Salta, no imaginó que con el correr de los años, una de las imágenes sería motivo de movilización de fe y esperanza, no solo para el pueblo salteño sino para muchos que buscan consuelo y regocijo en ella.
El Cristo enviado, llegó naufragando hasta las costas del Perú. Luego de arribar a Salta y ser recibido en la Iglesia Matriz, fue olvidado por un siglo en el Altar de las Ánimas, hasta que el 13 de septiembre de 1692 un fuerte temblor sacudió a Salta y a los salteños.
No solo por el devastador sismo, que destruyó la ciudad de Esteco, sino al contemplar al Cristo olvidado con la Virgen a sus pies, suplicando e intercediendo por su pueblo.

Vecinos afligidos, con antorchas encendidas, llevaron en andas a las imágenes alrededor de la plaza central, hoy 9 de Julio, orando y pidiendo por el cese de los temblores. Fue la primera Procesión, de pedido y súplica que continua hoy en día. Cada año, más fieles concurren a la Procesión del Milagro que se realiza cada 15 de septiembre.

Año a año se ven llegar a miles de fieles peregrinos que caminan días y noches, desde parajes lejanos para adorar a los Santos Patronos de Salta, al Señor y la Virgen del Milagro, mostrando que no los han olvidado y pidiendo no ser olvidados por ellos.
Como viajera no puedo más que conmoverme hasta las lágrimas al ver tantas personas marchar con fe, esperanza, alegría y súplica. Y, como curiosa natural, tampoco puedo dejar de reflexionar sobre el peregrinar y el ser humano.
El nomadismo fue la forma de vida predominante de los primeros seres humanos. Durante miles de años, nuestros antepasados se desplazaban constantemente de un lugar a otro en busca de alimento, agua y refugio, fundamental para la supervivencia y evolución.


Pero, cuando de peregrinar se trata, de emprender un viaje a pie, debemos detener nuestra mirada en algo muy importante: la fe. El peregrinar es una práctica tan antigua como la humanidad misma. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han sentido la necesidad de emprender viajes a lugares considerados sagrados. Imagino las primeras peregrinaciones en aquellas sociedades cazadoras y recolectoras, hacia lugares que consideraban sacros, como
cuevas, montañas o fuentes de agua. Realizando rituales y ofrendas, dejando su huella en los dibujos y grabados que nos llegan hasta nuestros días.


Con cada paso que damos, el camino, el tiempo y la vida, convierten al peregrinar en algo esencial. Se transforma en un profundo viaje interior, una búsqueda de respuestas y un encuentro conmigo mismo.
Al caminar, el cuerpo se convierte en el vehículo que transporta al alma en un recorrido físico y espiritual. Cada paso es una invitación a la introspección, a sintonizar con los propios pensamientos y emociones. El ritmo constante de la caminata induce a un estado meditativo, permitiendo que la mente se libere de las distracciones cotidianas y se conecte con su esencia más profunda. Es un desconectarse para reconectar, con la naturaleza, con los otros y conmigo mismo.
Es enfrentarme a nuevos desafíos y experiencias, a salir de la zona de confort y descubrir recursos internos que desconocía. Es despojarme de aquello que ya no me sirve y abrirme a nuevas posibilidades. Es el encontrarme con el otro, escucharlo, verlo, sentir cada historia y motivación que se comparte en la marcha y que enriquece la experiencia.

El peregrinar es una invitación a emprender un camino hacia el autoconocimiento, a conectar con nuestra esencia más profunda y a encontrar un nuevo sentido a la vida. Al caminar, no solo recorremos kilómetros, sino que también recorremos un camino interior que nos lleva a ser mejores personas.
Me gustaría cerrar este artículo con las tres “S” del Padre Beto, porque todos somos peregrinos en el camino de la vida. La primera S es la de “Salir” de nuestra zona de confort, la segunda es “Sentir” lo que me pasa a cada paso y por último “Soltar” todo aquello que llevo en mi mochila y ya no es útil en mi camino.
“El camino no está en el destino, sino en cada paso que damos”, peregrinemos juntos en este camino desafiante que llamamos Vida.
