La Madrecita de los Desprotegidos

Por Viviana Carmen Tissoni (Buenos Aires, Argentina)

    

Una fresca mañana de invierno, la mirada de la mujer estaba fija en los cerros y los valles que se pintaban a los lejos. Su corazón, ya cansado de asimilar angustias, soñaba con esa libertad que tanto había deseado, por la que su hermano se había enfrentado día a día, durante años, con la muerte. Y ella siempre preocupada en protegerlo del ejército realista. Su mirada se perdía en el horizonte, sentada frente a la ventana más amplia de la vivienda. 

    Allí permanecía gran parte del día, desde que su respiración se hacía cada vez más dificultosa. El cielo salteño, azul como la bandera, esos cerros de diferentes colores que transmitían el amor de la Pachamama y de aquellos que lucharon por ella, las sombras de los algarrobos, esa música que oía a lo lejos con aire de zambas…

Esa mañana se sentía especial, los ruidos se escuchaban cada vez más distantes, su cuerpo tenía pocas fuerzas para movilizarse. De pronto, siempre con su mirada fija en el paisaje, sintió que una poderosa luz la transportaba allá, en donde alcanzó a divisar a su amado hermano, que le tendía los brazos. Una leve brisa la movilizaba y una paz inmensa colmaba su espíritu. La luz comenzó a hacerse cada vez más brillante. De pronto, una sucesión de imágenes se presentaban ante sus ojos, interpuestas entre ella y la figura de Martín Miguel.

    ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuánta vida dedicada a luchar por la libertad de los pueblos y por la igualdad de sus habitantes! Las imágenes se hicieron presentes, como en un fluir de la conciencia: dos niños disfrutaban de los juegos juntos.

    

María Magdalena Dámasa Güemes de Tejada había nacido el 11 de diciembre de 1787. Dos años antes, Martín Miguel de Güemes, su hermano, quien sería llamado “Padre de los Gauchos”. Ya de pequeños, Martín y Magdalena, a quien llamaban Macacha, mostraban un vínculo mutuo muy profundo. Se notaba entre ellos una unión que se acentuaría con el correr de los años. Macacha tenía muchas cualidades: era muy protectora, sobre todo se notaba cómo cuidaba y protegía a sus hermanos menores. Era muy inteligente y locuaz. Le gustaba mucho leer. Le había enseñado su padre.

    Las imágenes se sucedían. Ahora aparecían los chicos cabalgando y dando rienda suelta a sus ansias de libertad. Un día, Macacha recibió como regalo a su primera yegua. Fue su compañera y fiel amiga por muchos años, Le había puesto de nombre “Carmela”, y allí la veía, cabalgando con sus crines al viento. Parecía flotar en el aire, y la miraba como si no hubiese pasado el tiempo.

    

Macacha amaba a la naturaleza, a las personas, a los animales desvalidos. Le encantaba montar a su yegua y cabalgar junto a su hermano por los valles de Lerma. En 1803, tenía quince años. Tejía mantas y abrigos, cocinaba comidas típicas del lugar ayudada por sus criadas, y todas las mañanas recorría los valles y las quebradas para consolar el frío y el hambre de los más necesitados. Tenía mucha fe en Dios, rezaba siempre al Señor y a la Señora de los Milagros. Su hermano Martín ya era militar, y ambos soñaban con una patria libre del imperio español.

    Entre esas imágenes, aparece ahora el rostro de su esposo. Allí estaba Román Tejada. En realidad, nunca supo si estaba realmente enamorada. No le interesaba el matrimonio, pero cumplió el deseo de su padre.  Cuando don Gabriel anunció su casamiento, lloró. Se casó, pero sentía muy dentro de sí que nunca renunciaría a la libertad, que no se sentiría atada a ningún hombre. Tenía otros objetivos: luchar junto a Martín por la independencia,  por la igualdad y los derechos de los desposeídos. Con los años, llegó a querer a ese hombre que acompañó calladamente su fervor patrio y supo comprender sus largas ausencias.

    Su espíritu recuerda cuando Martín fue convocado a luchar en Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas. Ella extrañaba mucho su compañía, sus largas cabalgatas, sus charlas soñando con la libertad. Martín luchó con energías junto al Ejército de Liniers. 

El joven luchó con coraje, realizó la hazaña de abordar el buque de guerra “Justine”, de la marina más poderosa del mundo. Esto llevó a los ingleses a la derrota. Su hazaña fue publicada en los periódicos de la época. Macacha tenía plena confianza en su hermano, fue un orgullo para su familia y para toda Salta.

    Las imágenes siguen avanzando: su padre, Gabriel Güemes Montero, desde 1807 estaba allí, fuera del mundo terrenal. Siempre había estado orgullosa de él. Cuando partió, ella tuvo que infundirle fuerzas a su madre. Fue un golpe muy duro para todos. 

    Recuerda el emocionante regreso de Martín a Salta en 1808.  Los hermanos sentían que toda la Pachamama vibraba por el deseo de libertad. Les esperaba una gran epopeya. Además del amor de hermanos, los unía una misma causa: la lucha por la independencia de nuestra patria.

    En 1810, durante la Revolución de Mayo, adhirieron a la causa independentista. En la ciudad de Salta había serios conflictos, se empobrecía día a día. El comercio con el Perú se había interrumpido, desde que Salta se unió a la causa revolucionaria. No existía tráfico comercial entre los dos Virreinatos. Los realistas amenazaban con invadir desde Potosí.

Así comenzaron la Guerra Gaucha. Organizaron milicias de apoyo convocando a los gauchos, que años después se llamarían los “Infernales”. Recorriendo los pueblos salteños, los hermanos arengaban al gauchaje para armar el ejército y repeler al invasor realista.

Contagiaban entusiasmo y patriotismo a toda la población para ver a una nación libre y soberana. Además, Güemes formó sus milicias con oficiales de carrera. 

    Los ojos de la anciana continuaban en éxtasis. La intensa luminosidad de ese camino la llevaba a continuar contemplando cada escena que se presentaba ante ella. De pronto, ve a Martín una mañana de 1814 cuando le da la noticia: el General San Martín lo había nombrado Comandante al frente de las milicias salteñas. Se había cumplido su sueño, el de los hermanos: defender el Norte del avance realista. 

Para empezar, Macacha convocó en su casa a amigas, vecinas y parientes para confeccionar ropa para los guerreros. Preparó una sala de costuras. Hacían y reparaban los trajes para los soldados, los uniformes que usaban las tropas.

      

    El 6 de marzo de 1815, Martín Miguel de Güemes asumió como primer gobernador de la provincia de Salta. Todavía perduraba en su corazón la emoción de aquel día. Estaba orgullosa de su hermano. Soñaba con la autodeterminación de las Provincias Unidas, al estilo de los Estados Unidos de América, y que cada provincia tuviese su autonomía y su gobierno.

    Sin embargo, los problemas para ellos no eran solo los realistas. También sentían la presión del gobierno de Buenos Aires. El 20 de marzo de 1816, Macacha recibe la visita del comandante Ramón Rojas, enviado por el general José Rondeau, Pertenecía al ejército patriota, pero recelaba de Güemes y lo hostigaban desde Buenos Aires. Fue un diálogo prolongado y muy cordial. El 22 de marzo se conocieron Macacha y Rondeau en Los Cerrillos. Ella le pidió el entendimiento entre las partes. Rondeau capituló, y allí se firmó “La paz de Los Cerrillos”. Fue un logro suyo. Todos, sin distinción de razas, festejaban esta pacificación. Incluso San Martín, quien escribió:

“Más que mil victorias, he celebrado la unión entre Güemes y Rondeau”.

    Corría el año 1816. Se respiraba en el aire el aroma a libertad. Todavía recordaba ese día. El 9 de julio, Güemes anunció al pueblo salteño que el Congreso de Tucumán declaraba la independencia. Los salteños estaban representados por el diputado José Ignacio Gorriti, abogado, militar y político que, junto a sus hermanos, daban su vida y su fortuna por la causa de la libertad. Estaba casado con Facunda Zuviría y era el padre de Juana Manuela. El 6 de agosto, Martín Miguel de Güemes juró la independencia de las Provincias Unidas del Sud. Todos aplaudían a Güemes. Era el padre de los gauchos. Macacha, con lágrimas en los ojos, aplaudió la libertad. Sentía estallar su pecho de felicidad. Sin embargo, sabía que la lucha no había terminado. Sus protegidos todavía la necesitaban. Con la finalidad de ayudar a su hermano, organizó un grupo de mujeres que cumplían la función de “espías”: le pasaban las noticias a Macacha sobre el movimiento de los ejércitos españoles.

Eran mujeres de todas las extracciones sociales, y algunas de ellas tuvieron un rol protagónico durante el período de la Guerra Gaucha con el General Güemes, incluso sufrieron torturas y persecuciones. Entre ellas, Macacha recuerda a Celedonia Pacheco de Melo, María Petrona Arias, María Loreto Sánchez de Frías, Juana Gabriela Moro, Gertrudis Medeiros de Fernández Cornejo, Juana Azurduy de Padilla, Martina Silva de Gurruchaga, Andrea Zenarruza, doña Magdalena, su madre, que siempre la alentaba y acompañaba, y tantas otras mujeres de diferentes clases sociales a quienes les importaba la paz y la unión del pueblo salteño. 

     Corrían los años 1819, 1820. Macacha no descansaba. Recordaba cómo en su casa organizaba todas sus tareas para que Román, su esposo, y su hija Eulogia, no sintieran el vacío del hogar sin su presencia. Asistía a mujeres solas con sus hijitos pequeños, a indígenas o gauchas cuyos esposos habían muerto o estaban luchando, llevaba comida y curaba las heridas a los más desprotegidos. A veces se vestía de mujer, a veces de gaucho. Presentía de nuevo los peligros de la noche, cuando salía oculta en la oscuridad para no ser vista y así recaudar información para su hermano.

  

 De pronto, su cuerpo inerte revive la noche trágica. Quiere cerrar los ojos para no volver a sufrir, pero una fuerza superior la lleva a mantenerlos abiertos. Reaparece ante ella la noche del 7 de junio de 1821, cuando recibió sorprendida la visita de su hermano. Al abrazarlo, recuerda que sintió escalofríos. Ellos se entendían sin hablar. Ella le pidió que salga por la puerta de atrás. Martín no hizo caso. Salió por la puerta de adelante, al galope, enfrentando la oscuridad de la noche. De pronto, un tiro lo alcanzó.

Diez días después, el 17 de junio, el pobrerío se quedó sin padre. Había muerto el patriota más grande. Pagó con su vida los triunfos sobre nueve invasiones realistas y había impedido desde el Norte, con sus Infernales, que los enemigos llegaran a Buenos Aires. Macacha deambulaba con su dolor sin nombre. Le faltaba su otra mitad. Se arrastraba sobre la tierra, invocaba a la Virgen de los Milagros en busca de consuelo. “Mi hermano ha muerto, pero sus ideales no”, decía.  

    Macacha estaba decidida a continuar luchando por Salta. Lo que denominaba “Patria Nueva” seguía imponiéndose con la figura de Pedro Olañeta, el realista, quien permitía el libre intercambio entre provincias para aumentar su fortuna personal. Cuando Macacha recibe la noticia de la muerte de Olañeta, siente que la paz está próxima a cumplirse. Hasta 1840, Macacha continuaba trabajando con una agitada vida política.

     Destaca en su memoria a aquellas mujeres que lucharon junto a ella para apoyar la causa de la libertad y entregaron sus bienes para obras solidarias: Martina Silva, a quien Belgrano había premiado con el grado de Capitana. También se comunicaba con Juana Manuela Gorriti, quien le mostraba cartas que se escribían Manuela Sáenz y Juana Azurduy, a quienes Macacha llamaba “extraordinarias mujeres”. Con Juana Manuela, Macacha compartía largas charlas sobre la vida en el Alto Perú y sus actividades literarias. Siempre presentes en su memoria estas amigas luchadoras, aún en ese lugar tan plácido y luminoso en el que se encontraba. 

    En 1857, su sobrino Martín del Milagro, hijo de Martín Miguel, asumió como gobernador de Salta. Macacha había orientado su vida hacia la educación. Creía en el progreso educativo. Decía:

“Seguiré la lucha, pero de otra manera. Sin armas, sin muertes”.

En 1860, va tomando fuerzas la idea de la educación como transformación social. Macacha pensaba que no se podía llegar al cambio si no era por el camino de la educación.

    El 7 de junio de 1866, a los 79 años, su alma dejó su cuerpo y voló junto a su hermano. Ese camino luminoso le había mostrado a tantos seres amados y a tantos momentos cruciales de su vida… 

Macacha se puso el poncho colorado con ribetes negros, montó a su yegua y se fue a la Quebrada de la Horqueta a reencontrarse con su hermano. Todo Salta la despidió llorando. La “madrecita de los desprotegidos” se había ido con el Padre de los Gauchos.  Se hacía eterna, ascendiendo hacia el Paraíso de los Grandes.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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