Por Jorge Triviño Rincón

Jesús de Nazaret, ya había sido bautizado en el río Jordán por Juan el bautista, quien le había recordado que él no era digno de atarle sus sandalias y sin embargo, lo había hecho por un mandato divino.
El Rabí se sentía embargado de una sin igual gracia, pero comprendía que aún debía iniciar el camino que el destino le tenía deparado, como lo proclamaban las sagradas escrituras.
Su misión era la de salvar a sus congéneres y salvaguardar las más prístinas enseñanzas acerca del mundo espiritual, por ello debía darse prisa para emprender el regreso a la ciudad de Jerusalén, donde se encontraban los sacerdotes conocedores de la Torah.

Y Mientras regresaba, llegaban a su mente las imágenes de aquellos seres abandonados por sus semejantes: los rostros de las madres desechadas, los leprosos hacinados en las catacumbas, los paralíticos con sus muletas, los pordioseros que pedían ayuda, los obsesos, las meretrices, los pobres que cargaban los oprobios por su miseria y la angustia por carecer de comida; las mujeres abandonadas, los ignorantes con su tristeza milenaria, en fin, la tropa de miserables que recorren las grandes ciudades en busca de aliento y de consuelo para sus males y luego los opulentos con sus cargas de dinero y sin embargo, la desidia y el desdén que demostraban ante sus ascendientes.
Pudo ver —en su santa imaginación— los ingentes esfuerzos hechos por los seres menos favorecidos por sus facultades mentales; a los desvalidos clamando ayuda, a los enfermos, a los posesos, a los miserables recorriendo las poblaciones y las grandes ciudades; observó a los sedientos de sabiduría, a los hambrientos de conocimiento y a los infortunados.
De pronto todo cambió. Ante sus ojos emergieron los rostros de los poderosos haciendo alarde y ostentación de su poderío, los avaros que atesoraban sus denarios, los religiosos exponiendo manifiestamente sus riquezas y vanagloriándose por la ignorancia de sus fieles, a los gobernantes corruptos…

“Sus cuerpos —pensó el maestro— aparentan salud, pero sus almas están enfermas. En unos, el egoísmo corroe sus entrañas, en otros, la ingenuidad ante el engaño que ejerce el poder de la riqueza y el poder que procede de los fuertes de mente, pero carentes de sensibilidad, los ha atado. El odio, la envidia, los celos, la ira y la maledicencia, se han afincado profundamente en sus almas y no les ha permitido ver la Luz Divina que surge de sus corazones como flama esplendorosa.
Es mi deber sanarlos. Debo darles el bálsamo sagrado que emana de la vida, y aflora en el centro esplendente, debo decirles que no debe existir aflicción pues La Divinidad les envuelve, de la misma manera como la del sol baña a todo ser viviente.
Debo hacerles sentir, que la vida es una sola, y que no hay excepción alguna, ya que Yo y mi Padre somos uno solo; debo enseñarles que la vía corta que conduce a Mi Padre es el amor, esencia sublime que en todo alienta…”
Y mientras esto meditaba, el genio del mal apareció ante él retándole con mirada de fuego.
—Adivino tu pensamiento, pero déjame decirte que cuanto piensas es imposible ser llevado a cabo por un hombre sin sufrir consecuencias. Pagarás con la vida tu osadía, si es que aún te queda alguna.
El hijo del hombre debe morir para salvar a la humanidad. Es caro el precio que debes pagar, pero si te dejas guiar, cuántas cosas más obtendrás. Mira el poder que mueve al mundo. Mira a tu pueblo arrodillado ante los fuertes y poderosos. Mira cómo son felices con sus antiguas creencias y costumbres y cómo se aferran a ellas como verdaderas tablas de salvación. Ellos no quieren redimirse, solo quieren un redentor…
El Nazareno calló ante las palabras del espíritu de fuego y le miró con la certeza que ya había comprendido el mensaje.

Pasado algún tiempo, viose impelido a viajar al desierto para meditar en la misión que le había sido encomendada por su Padre.
Llegado al sitio convenido se halló de nuevo ante el espíritu del mal frente a frente.
— ¿Creíste que no te iba a enfrentar? —Preguntó el engañador —. Mi reino abarca el planeta tierra. Aquí todos se postran ante el poder de las riquezas y el mal avanza a pasos agigantados. Observa a tu pueblo sometido al sanedrín y a las fuerzas políticas más oscuras. ¿Qué han hecho para salir de allí? Echa un vistazo a los rostros famélicos de sus hijos, mira cómo campea la pobreza y el odio engendra la guerra fratricida. Percibe cómo se corrompen los corazones ante el poder avasallante del oro. Contempla cómo el sexo seduce a todos tus seguidores. ¿Aun así quieres salvar a estos infelices? Ellos son como hordas que recorren todos los caminos en busca de alimentos a sus perversidades. Tú: el hijo del Hombre, ¿quieres cargar sobre tus hombros esas pesadas cargas?
Inútil ha de ser tu obra. Los hombres no entienden el significado del sacrificio ¿De qué sirve que uno más muera por su ideal? Ellos seguirán buscando la felicidad en los placeres mundanos pues el reino de los cielos les es ajeno y solo buscan calmar sus apetitos carnales.
¡Deja que cada uno siga el camino licencioso que han venido siguiendo! ¡Suficiente carga tienes!
Jesucristo le miró con ternura, comprendiendo el poder que el mal ejercía en su pueblo y le replicó:
—Comprendo que conoces el alma humana en el sentido maligno, pero déjame decirte que aún no has visto la magnificencia que espera a la humanidad en el sentido creativo. Cuántas cosas hay en su alma cuando despierte el sentido ideal de la vida, cuando comprenda el valor insuperable de la caridad y la belleza que encierra el poder del bien. La vida es un jardín y cada uno, es una semilla que encierra potencialidades aún inigualadas.
Cuando sepan que en el verbo se halla el poder de sanar y de dar la vida, el poder de curar sus males, que el amor es el bálsamo que se halla en sus corazones y que no deben buscar más que allí a mi padre, entonces se liberarán de sus antiguos prejuicios y de sus pesadas costumbres y hallarán la vía de salvación…
—Cuan ingenuo eres—. Le replicó—. Yo te doy todo el poder que tengo en mis manos y con él nada más te faltará. Mira a tu alrededor y piensa en las riquezas que puedes conseguir si me sigues. Observa a Jerusalén —dijo señalándola— y mira más allá hacia el norte las ciudades colmadas de seres que parecen hormigas. Te los entrego para que los domines y hagas cuanto quieras con ellos.
Jesús de Nazaret manifestó:
—Estás lejos de comprender el plan Divino. Tú mismo eres un hijo del altísimo y debes retornar a Él, ya que de Él saliste. Cuanto me ofreces no es tuyo y nada puedes destruir, pues la verdad jamás puede ser destruida, ni enajenada ni dañada. La verdad de cuanto existe es la vida y la vida es Dios hecha realidad. Cuanto me ofreces será derrumbado y los seres conocerán la gloria por sí mismos, ya que ellos son la misma divinidad manifiesta…
Vete, aléjate de mí. Yo, y solo Yo, soy el responsable de la obra de redención y como en ello me va la vida, lo más preciado de cuanto existe, la daré en aras de la humanidad.
Te ordeno que vuelvas a tu elemento, ya que estás condenado a vivir en la oscuridad hasta cuando seas absorbido por el poder ingente de la luz.
El espíritu, temeroso del poder avasallante del redentor desapareció de su vista y jamás volvió a tentarle.
Este apólogo, forma parte del libro aún inédito: APÓLOGOS DE PSIQUE.


El bien y el mal nunca se oierden de vista porque uno se nutre del otro .Son como 2 hermanos que a la vez se odian y respetan.
Me gustaMe gusta
Gracias por leer este APÓLOGO. Reciba un fuerte abrazo. Feliz día. .
Me gustaMe gusta