CONSCIENCIA DE AMÉRICA LATINA
Por Jorge Triviño Rincón

Me hallaba estudiando la carrera de agronomía en la Universidad de Caldas, y me encontraba en sus alrededores, con el poeta manizaleño Edgar Cocherín, hijo de uno de los mejore poetas caldenses, nacido en el municipio de Marmato Caldas, un pueblo sui generis, ya que está enclavado en una montaña y es considerado como el pesebre de Caldas.
Allí, se extrae oro desde la colonia y sus casas, parecen colgar. Es un pueblo muy hospitalario, y hasta donde supe, no había hotel, y debíamos pernoctar en él, en las casas de sus habitantes, como huéspedes.


En fin, la ciudadela universitaria está localizada cerca del estadio Palo grande de mi ciudad. Me invitó a estar en una conferencia dictada por el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Estábamos cerca del lugar, y decidimos ingresar. El teatro estaba abarrotado de jóvenes estudiantes de varias universidades.
Había gran expectativa por escuchar a quien había escrito el libro de consulta indispensable Las venas abiertas de América Latina.
También conocíamos El libro de los abrazos. Todo estaba dado para que pasáramos una gran velada literaria.

Todo fue un éxito, pues fue aplaudido durante varias ocasiones. Nosotros salimos del claustro universitario, seguros de haber escuchado a un excelente exponente de nuestra América del sur.

Eduardo Galeano, nació el 3 de septiembre de 1940 en Montevideo en el seno de una familia de clase alta y católica con ascendencia española, inglesa y alemana.
Se inició en el periodismo publicando dibujos y caricaturas políticas con el seudónimo de Gius en el semanario El Sol. Trabajó como mensajero, peón, cobrador, taquígrafo y cajero de banco. Fue redactor jefe (1960-1964) del semanario Marcha y director del diario Época
En el año 1973 cuando el presidente Bordaberry cedió parte del poder político a las Fuerzas Armadas, se exilió en la Argentina, donde dirigió la revista Crisis. En 1976 se trasladó a España y regresó a su país en 1985, cuando Julio María Sanguinetti asumió la presidencia.
Entre sus libros se destacan: Los días siguientes (1963), Las venas abiertas de América Latina (1971), que desde su publicación se ha convertido en un clásico de la literatura política latinoamericana, Días y noches de amor y de guerra (1978) y Memorias del fuego (1986), trilogía que combina elementos de la poesía, la historia y el cuento, y que la conforman Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), y que fue premiada por el Ministerio de Cultura de Uruguay y también con el American Book Award, distinción que otorga la Washington University.
Galardonado con el premio Casa de las Américas en 1975 y 1978; Premio del Ministerio de Cultura del Uruguay 1982, 1984, 1986, y el premio Aloa de los editores daneses en 1993. En 1999, fue el primer escritor galardonado por la Fundación Lannan (Santa Fe, USA) con el premio a la libertad cultural; Premio Stig Dagerman 2010 y Premio Alba de las letras 2013[1]

De sus obras, vamos a extractar varios textos, los cuales, espero que les den luces sobre tan extraordinaria labor literaria:
EL AMOR


En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.
e. galeano
—¿Te han cortado? —preguntó el hombre.
—No —dijo ella— siempre ha sido así.
Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:
— No comas yuca, ni guanábanas, ni ninguna fruta que se raje al madurar. yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjurjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse cuando él le decía:
—No te preocupes.
El juego le gustaba aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. daba saltos de euforia y gritaba:
—¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
Acababa de ver al mono curando al a mona en la copa de un árbol.
—Es así— dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían fragores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.[2]
EL MIEDO

Esos cuerpos nunca vistos los llamaban, pero los hombres nivakle no se atrevían a entrar. Habían visto comer a las mujeres: ellas tragaban la carne de los peces con la boca de arriba, pero, pero antes la mascaban con la boca de abajo. Entre las piernas tenían dientes.
e. Galeano
Entonces los hombres encendieron las hogueras, llamaron a la música y cantaron y danzaron para las mujeres.
Ellas se sentaban alrededor, con las piernas cruzadas.
Los hombres bailaron durante toda la noche. Ondularon, volaron y giraron como el humo y los pájaros.
Cuando llegó el amanecer, cayeron desvanecidos.
Las mujeres los alzaron suavemente y les dieron agua de beber.
Donde ellos habían estado sentadas, quedó la toda regada de dientes.
LAS HORMIGAS


Tracey Hill era niña en un pueblo de Connecticut, y practicaba entrenamientos propios de sus edad, como cualquier tierno angelito de Dios en el estado de Connecticut o en cualquier otro lugar de este planeta.
Un día, junto a sus compañeritos de la escuela. Tracey se puso a echar fósforos encendidos en un hormiguero.
Todos disfrutaron mucho de ese sano esparcimiento infantil; pero a Tracey la impresionó que las demás no vieron, o no hicieron como que no veían, pero que a ella la paralizó, y le dejó, para siempre, na señal en la memoria; ante el fuego, ante el peligro, las hormigas se separaban en parejas, y de a dos, bien juntas, bien pegaditas, esperaban la muerte.[3]
AMARES
Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita caliente que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores mientras daba vueltas por el sueño de Helena y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía, hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada. Allí se quedaba, aquella bolita que éramos ella y yo, y desde el fondo de la ensalada, vislumbrábamos el cielo. nos asomábamos a duras penas a través del tupido follaje de las lechugas, los ramajes del apio y el bosque del perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban navegando en lo más lejos de la noche.[4]
EL CONSEJO
Hace tiempo estuve en una escuela de Salta, en el norte argentino leyendo cuentos a los niños.
Al final, la maestra les pidió que me escribieran cartas, comentando la lectura.
Una de las cartas me aconsejaba:
Seguí escribiendo que vas a mejorar.[5]
21 DE ABRIL: EL INDIGNADO



Ocurrió en España En un pueblo de la Rioja, en el anochecer de hoy del año 2011, durante la procesión de Semana Santa.
Una multitud, acompañaba, callada, el paso de Jesucristo y los soldados romanos que lo iban castigando a latigazos.
Y una voz rompió el silencio.
Montado en leo hombros de su padre, Marcos Ravasco. gritó al azotado:
—¡Defiéndete! ¡Defiéndete!
Marcos tenía dos años, cuatro mese y veintiún días de edad.[6]
1667. CIUDAD DE MÉXICO:
Juana a los dieciséis
En los navíos, la campana señala los cuartos de la verla marinera. En los socavones y en los cañaverales, empuja al trabajo a los siervos indios y a loa es calvos negros. En las iglesias da las horas y anuncia las misas, muertes y fiestas.

Pero en la torre del reloj, sobre el palacio del virrey de México, hay una campana muda. Según se dice, los inquisidores la descolgaron del campanario de una vieja aldea española. Le arrancaron el badajo y la desterraron a la Indias, hace no se sabe cuántos años. Desde que el maese Rodrigo la creó en 1530, esta campana había sido siempre clara y obediente. Tenía doscientas voces según el toque que dictara el campanero. y todo el pueblo estaba orgulloso de ella. hasta que una noche su largo y violento repique hzo saltar a todo el mundo de las camas.
Tocaba a rebato la campana, desatada por la alarma o la alegría, o qué sabe qué, y por primera vez nadie la entendió Un gentío se juntó en el atrio mientras la campana sonaba sin cesar; enloquecida, y el alcalde y el cura subieron a la torre y comprobaron, helados de espanto, que allí no había nadie. Ninguna mano humana la movía. Las autoridades acudieron a la Inquisición. El tribunal de Santo Oficio declaró nulo y sin valor el repique de la campana, que fue enmudecida por siempre jampas y expulsada al exilio en México.
Juana Inés de Ashaje abandona el palacio de su protector, el virrey Mancera, y atraviesa la plaza mayor, seguida por dos indios que cargan su baúles. Al llegar a la esquina, se detiene y vuelve su mirada hacia la torre, como llamada por la campana sin voz. Ella le conoce la historia. Sabe que fue castigada por cantar por su cuenta. Juana marcha rumbo al convento de Santa Teresa. Ya no será dama de corte. En la serena luz del claustro y la soledad de la celda, buscará lo que no pudo encontrar afuera.

Hubiera querido estudiar en la universidad los misterios del mundo, pero nacen las mujeres condenadas al bastidor de bordar y al marido que les eligen. Juana Inés de Ashaje se hará carmelita descalza. Se llamará sor Juana Inés de la Cruz.[7]

EL MUNDO
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
—El mundo es eso —reveló— un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.[8]
LA UVA Y EL VINO
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
—La uva —le susurró— está hecha de vino. Marcela Pérez Silva me lo contó, y yo pensé:
Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.[9]
LA CASA DE LAS PALABRAS
A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.

En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino.[10]
LA FUNCIÓN DEL LECTOR /2


Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su gente.
e. galeano
Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel Castañón; y entonces todo homenaje le resultó enano.
José Manuel Castañón había sido capitán en la guerra española. Peleando por Franco había perdido una mano y había ganado algunas medallas.
Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubrió por casualidad, un libro prohibido. Se asomó, leyó un verso, leyó dos versos y ya no pudo desprenderse. El capitán Castañón, héroe del ejército vencedor, pasó toda la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César Vallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa noche, renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta más del gobierno de Franco.
Después, lo metieron preso: y se fue al exilio.[11]
EL LENGUAJE DEL ARTE


El Chinolope vendía diarios y lustraba zapatos en La Habana. Para salir de pobre, se marchó a Nueva York.
e. galeano
Allá, alguien le regaló una vieja cámara de fotos. El Chinolope nunca había tenido una cámara en las manos, pero le dijeron que era fácil:
—Tú miras por aquí y aprietas allí.
Y se echó a las calles. Y a poco andar escuchó balazos y se metió en una barbería y alzó la cámara y miró por aquí y apretó allí.
En la barbería habían acribillado al gangster Joe Anastasia, que se estaba afeitando, y esa fue la primera foto de la vida profesional de Chinolope.
Se la pagaron una fortuna. Esa foto era una hazaña.
El Chinolope había logrado fotografiar la muerte. La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio.[12]
NERUDA/1
Estuve en la Isla Negra, en la casa que es, que fue, de Pablo Neruda.
Estaba prohibida la entrada. Una empalizada de madera rodeaba la casa. Allí la gente había grabado sus mensajes al poeta. No habían dejado ni un pedacito de madera sin cubrir. Todos le hablaban como si estuviera vivo. Con lápices o puntas de clavos, cada cual había encontrado su manera de decirle; gracias.
Yo también encontré, sin palabras, mi manera. Y entré sin entrar. Y en silencio estuvimos, conversando vinos el poeta y yo, calladamente hablando de mares y amares y de alguna pócima infalible contra la calvicie.
Compartimos unos camarones al pilpil y un prodigioso pastel de jaibas y otras maravillas de esas que alegran el alma y la barriga, que son como él sabe, dos nombres de la misma cosa.
Varias veces alzamos nuestros vasos de buen vino, y un viento salado nos golpeaba la cara, y todo fue una ceremonia de maldición de la dictadura, aquella lanza negra clavada en su costado, aquel dolor de la gran puta, y todo fue también una ceremonia de celebración de la vida, bella y efímera como los altares de flores y los amores de paso.[13]
EL ARTE DESDE LOS NIÑOS

Mario Montenegro canta los cuentos que sus hijos le cuentan.
Él se sienta en el suelo, con su guitarra, rodeado por un círculo de hijos, y esos niños o conejos le cuentan la historia de los setenta conejos que se subieron uno encima del otro para poder besar a la jirafa, o le cuentan la historia del conejo azul que estaba solo en el cielo:
una estrella se llevó al conejo azul a pasear por el cielo, y visitaron la luna, que es un gran país blanco y redondo y todo lleno de agujeros, y anduvieron girando por el espacio, y brincaron sobre las nubes de algodón, y después la estrella se cansó y se volvió al país de las estrellas, y el conejo se volvió al país de los conejos, y allí comió maíz y cagó y se fue a dormir y soñó que era un conejo azul que estaba solo en medio del cielo.[14]
EL PAÍS DE LOS SUEÑOS

Era un inmenso campamento al aire libre.
De la galera de los magos brotaban lechugas cantoras y ajíes luminosos, y por todas partes había gente ofreciendo sueños en canje. Había quien quería cambiar un sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien ofrecía un sueño para reír en trueque por un sueño para llorar un llanto bien gustoso.
Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de un sueño, desbaratado por culpa de alguien que se lo había llevado por delante: el señor iba recogiendo los pedacitos y los pegaba y con ellos hacía un estandarte de colores.
El aguatero de los sueños llevaba a agua a quienes sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la espalda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca, peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies. El peine desprendía sueños, con todos sus personajes: Los sueños salían del pelo y se iban al aire.[15]
CRÓNICA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES


A mediados de 1984 viajé al Río de La Plata.
E. GALEANO
Hacía once años que faltaba de Montevideo; hacía ocho años que faltaba de Buenos Aires. De Montevideo me había marchado porque no me gusta estar preso; de Buenos Aires, porque no me gusta estar muerto.
Pero ya en 1.984 la dictadura militar argentina se había ido, dejando a su paso un imborrable rastro de sangre y mugre, y la dictadura militar uruguaya se estaba yendo.
Yo acababa de llegar a Buenos Aires. No había avisado a los amigos. Quería que los encuentros ocurrieran sin hacerlos.
Un periodista de la televisión holandesa, que me había acompañado en el viaje, me estaba entrevistando frente a la puerta de la que había sido mi casa. El periodista me preguntó qué se había hecho de un cuadro que yo tenía en mi casa, la pintura de un puerto para llegar y no para marcharse, un puerto para decir hola y no adiós, y yo empecé a contestarle con la mirada clavada en el ojo rojo de la cámara.
Le dije que no sabía adónde había ido a parar ese cuadro, ni adónde había ido a parar su autor, el negro Emilio, Emilio Casablanca; el cuadro y Emilio se me habían perdido en la niebla, como tantas gentes y cosas tragadas por aquellos años de terror y lejanía.
Mientras yo hablaba, advertí que una sombra venía caminando por detrás de la cámara y se quedaba a un costado esperando. Cuando terminé, y el ojo rojo de la cámara se apagó, moví la cabeza y lo vi. En aquella ciudad de trece millones de habitantes, el negro Emilio había llegado hasta esa esquina, por pura casualidad o como se llame eso, y estaba en aquel preciso lugar en el instante preciso. Nos abrazamos bailando, y después de mucho abrazo Emilio me contó que hacía dos semanas que venía soñando que volvía, noche tras noche, y que no lo podía creer.
Y no lo creyó. Esa noche me llamó por teléfono al hotel y me preguntó si yo no era sueño o borrachera.[16]
Después de haber escuchado la voz de Eduardo Galeano, y haber visto la admiración que tenían aquellos jóvenes que le escucharon en el recinto sagrado de cultura de la ciudad de Manizales, llego a la conclusión de que era un hombre realmente honesto y sincero en sus palabras, además de hablar con claridad acerca de la situación de nuestra querida América. Ah, ¡Cuantas vicisitudes han tenido que pasar nuestros pueblos habitador por seres espirituales! Y si no, pensad en los rituales al Sol, estrella de nuestro sistema, a quien elevaban sus plegarias y ritos; pero hemos sido ignorantes al no comprender que realmente adoraban al espíritu que vive y manifiesta su luz a toda criatura viviente y a todos los seres que están bajo su corola.
Y rememorando en la historia de aquellos pueblos que nos antecedieron, hallamos que algunos de ellos, se rebelaron contra la violencia ejercida por los conquistadores, Luego, los ejércitos de campesinos y aldeanos que se unieron a la razón independentista, incluyendo a los valientes generales de cada país o de otros, como Simón Bolívar, que deseaba ver unida a nuestra América en un solo pueblo; después aquellos que buscaron darnos un mejor país, como Jorge Eliécer Gaitán, quien cayó asesinado y otros más.
Pero también, queremos nombrar a quienes alzan su voz a través de su pluma y de sus cantos, como Violeta Parra, Mercedes Sosa, León Gieco, Piero, Víctor Heredia, Pablo Milanés, y otros más.
Dentro de los escritores que nos abrieron los ojos a los jóvenes, debemos nombrar a este escritor uruguayo, que nos hizo ver una realidad escondida, y que nos llenó de admiración al sorprendernos con sus textos tomados de varios lugares del mundo.
¡Pobres aquellos pueblos que no tienen una voz que los alerte y despierte su consciencia!
Benditos los seres que tienen la misión de develar las razones que los poderes quieren ocultar y las intenciones oscuras para mantener el poder y subyugar la mente de los subordinados.
Agradezco haber tenido la oportunidad de escuchar la voz de este pregonero de la libertad y de la verdad, y de haber leído sus preciosos libros.
BIBLIOGRAFÍA
- Buscabiografías
- GALEANO, Eduardo. A mares. Editorial siglo veintiuno editores. Segunda edición. Leer es mi cuento. Biblioteca nacional de Colombia. La cultura es para todos.
- GALEANO, Eduardo. El libro de los abrazos. © Eduardo Galeano Siglo XXI Editores – Edit. Catálogos, Bs. As. Primera edición, diciembre de 1989.
[3] Ídem. Pág. 14
[4] ídem. Pág. 15
[5] Ídem. Pág. 284
[6] ídem. Pág. 285
[7] ídem. Págs. 128,129
[9] ídem, Pág. 8
[10] ídem. Pág. 11
[11] ÍDEM. Pág. 13
[12] ÍDEM. Pág. 17
[13] ´DEM. Pág. 24
[14] ÍDEM. Pág.29
[15] ÍDEM. Pág.32
[16] ÍDEM, Pág, 143

muy interesante jorge, solo me pareció muy largo….
Me gustaMe gusta