Por Roberto Espinosa

Georges Brassens, solitario y bribón, con alma de albañil, el cantautor fue una de las figuras destacadas de la poesía francesa del siglo XX. Irreverente, rebelde, sus poemas se leían en las escuelas
La pipa aventura un sueño escapado en humo. Las historias trepan por los bigotes y se descuelgan de una guitarra. En el haz de luz un diapasón crece como flecha en el escenario. Hay pudor. Silencio. Hasta lágrimas. El juglar bordonea un testamento:
“Me pondré triste como un sauce el día en que me llame Dios… Si hay que marchar al cementerio, el camino más largo tomaré, le haré la yuta a mi tumba y el mundo loco dejaré. Que el funebrero me regañe, creyéndome un loco de atar. Quiero partir al otro mundo distraído como un escolar… Ojalá mi viuda se alarme cuando sepulte a su mitad y que para llorar un poco cebollas no tenga que pelar… Aquí termina una hoja muerta, mi testamento terminó, han escrito en mi puerta: “cerrado por causa de duelo”. He dejado la vida sin rencor. Ya no me dolerán las muelas, aquí estoy en la fosa común, en la fosa común del tiempo”.
g. Brassens
En Sète, en el golfo de Lyon, gesticula su rebeldía por primera vez al mundo. Es 22 de octubre de 1921. Su padre Jean-Louis ha diseñado para él un futuro de albañil. Sólo le basta un par de años al pequeño Georges para descubrir que le disgusta la escuela. Para convencerlo de que está equivocado, la maestra lo encierra durante horas en un ropero. En ese oscuro silencio, el germen del odio a la autoridad va sembrando su corazón. “Hoy mi modo de ganarme el pan es hablar como un patán”, cantará después.
Las máscaras
Solitario y sin estridencias. Se alimenta de playas y mar, de hermanos como él. En los años ‘50 debuta en los cabarets parisinos. Charles Trenet, Mireille, Jean Sablon, Edith Piaf, Yves Montand, Juliette Greco, Jacques Brel: La canción francesa se viste de esplendor. Los gruesos bigotes se sientan en el escenario Olympia y comienzan a narrar insólitas historias. Un gorila escapado de su jaula viola a un juez que ha hecho decapitar un hombre. Las máscaras sociales inician un derrumbe en las cuerdas de la guitarra. Los duendes de François Villon y Rabelais se anochecen en la ternura y en la carcajada. Malas palabras. Ironías. Desparpajo. Desconcierto. Ovación inusitada.

Los jóvenes lo siguen. Popularidad. Pero él lejos. No hay rubias entre sus brazos, no hay castillos ni dólares por doquier. El caviar y el champaña no son para él. Sólo guisitos de lentejas. Nada de aviones. Sólo una barcaza maltrecha lo arrima a la rebeldía del mar. De vez en cuando desviste la soledad y sale a los escenarios, donde una silla lo espera y también su contrabajista Nicolas Pierre.
“A mis canciones les doy una importancia capital y al mismo tiempo me importan un bledo. En la música soy un huérfano, pero en las palabras sé de dónde vengo. No soy un gran poeta, tampoco pequeño. Soy un poeta mediano. Me gusta hacer malabares con las palabras y lo hago seriamente. Llego cuando los hombres están fastidiados, y los hago jugar. Les hablo de cosas simples, de la vida, de la muerte, del amor”.
G. Brassens
Las palabras no chocan
Procaz y tierno. Blasfemo para unos, sublime para otros. “Soy meridional. Con mis compinches tenía la costumbre de cantar estrofas subidas de tono. A fuerza de vivir con personas como Rabelais, las palabras no chocan, se transforman en algo más abstracto. Me asombro mucho cuando me dicen que todavía se vende mi primer disco. Claro, me dirán que son los jóvenes que van llegando. Pero por lo común, lo primero que hacen los jóvenes es arrojar por la borda lo que es típico de sus padres. Tal vez, en el fondo yo tenga una pequeña leyenda”, afirma.


Gran Premio de Poesía en 1967. Le ofrecen postularse para un sillón vacante en la Academia Francesa. No acepta. Sus poemas se leen en las escuelas. Es un oso solitario y bribón, con alma de albañil. En cada ladrillo un sueño, una argamasa de bondad.
“No soy un artista. Al menos no tengo ese aspecto. No valgo más que los otros. Para el público soy diferente. No molesto demasiado a los demás. No obligo a nadie a vivir conmigo. Eso me va a permitir continuar haciendo canciones y brindándolas a los que me aman de verdad. Porque los otros, los otros no tienen tanta importancia. Una canción es como el matrimonio. Es necesario haber vivido un poco junto a ella para saber si se trata de una luna de miel”.
G. brassens
El escritor tucumano Julio Ardiles Gray traduce sus canciones y poemas al castellano.
“No hay amor que no aflija al par que desespera. No hay amor que no se halle mezclado a su dolor. No hay amor que no espante. No hay amor que no hiera. No hay amor que no viva de lágrimas y espera. Y el amor de la patria, lo mismo que tu amor. No hay ningún amor feliz. Pero esto es nuestro amor”, canta.
1981, 29 de octubre. Sète. Desde el ‘68, los riñones le vienen poniendo zancadillas. Playa. Mar. El viento silba un testamento. El humo de la pipa de George Brassens se va extraviando en la fosa común del tiempo.


