Por José Cantero Verni

«EL NIÑO Y EL PERRO«
En mis ojos aún perdura
esa imagen del recuerdo,
como un cuadro color sepia
de aquel niño con su perro.
El niño tenía los ojos
tan azules como el cielo,
y había llegado hace poco
a vivir con sus abuelos.
Al tiempo nos enteramos
de que sus padres murieron,
allá en un país lejano
donde es eterno el invierno.
Al nombre de Nikolai
respondía aquel pequeño,
que le costaba el idioma
con sus reglas y sus verbos.
Andaba por todas partes
envuelto con su silencio,
con ese perro leal
que tenía de ladero.
El can parecía salido
de los renglones de un cuento,
los colmillos afilados
y el pelaje amarillento.
Si alguno se le acercaba
gruñía metiendo miedo,
y siempre lo vi salir
airoso en cada entrevero.
El niño solo miraba
con esos ojos de hielo,
y nunca quiso jugar,
ni compartir nuestros juegos.
Nos observaba distante
sin palabras y sin gestos,
con ese mastín al lado
que no lo dejaba un metro.
La figura del Quijote
se recortaba en su cuerpo,
callado iba y venía
como un barquito sin puerto.
Así era Nikolai
solitario como el viento,
tal vez con alguna pena
clavada en el sentimiento.
Ese guardián lo cuidaba
con su amistad todo el tiempo,
seguro lo habría seguido
hasta el mismísimo infierno.
Llegó Navidad y el barrio
se preparó a los festejos,
con petardos y con vivas
retumbando como truenos.
Golpearon a nuestra puerta
y que sorpresa fue aquello,
estaba el perro y el niño,
parados con el abuelo.
Vestidos de Papá Noel
con gesto tierno sonrieron,
y dejaron en mis manos
un montón de caramelos.
Con un saludo cordial
hacia otra puerta se fueron,
al verlos partir me dije,
que eran los tres mosqueteros.
Quise abrazar a los tres
y juro que vi un lucero,
reflejarse en sus pupilas
cubiertas de amor inmenso.
Y vi por primera vez
la sonrisa del pequeño,
con ese sentir del alma
brillante, puro y sincero.
La vida tiene estas cosas
a veces de sorprendernos,
de regalarnos de pronto
todo un paisaje de sueños.
En aquella noche buena
y otras tantas que siguieron,
los dulces como un ritual
a nuestro encuentro vinieron.
Después pasadas las fiestas
de compartir el afecto,
se repetía la novela
sin cambiar el argumento.
Nikolai seguía callado
como un errante del tiempo,
con el mastín a su lado
siempre listo a defenderlo.
Que habrá sido de sus vidas
por cual rumbo y que sendero,
habrán llevado sus pasos
para perderse a lo lejos.
Cada vez que es noche buena
con gran cariño me acuerdo,
y en cada calle y esquina
tal vez me parece verlos.
Cuando levanto mi copa
al cielo pido por ellos,
pues viven en mi memoria
aquel niño con su perro.

