Por Belisario Romano Güemes

A 531 años del Descubrimiento y la Conquista de América bien cabe hoy una reflexión para tratar de lograr la interpretación cabal y en su justa medida de lo que cada palabra significa, y de lo que aconteció desde 1492 hasta nuestros días. Es entonces necesario retomar ambos términos etimológicamente y desmenuzar el primero: Descubrimiento: destapar lo que está tapado. Hallar lo que estaba ignorado.
Esto, como definición para las cosas, es válido, pero tratándose de vidas humanas como diría el filósofo Todorov:
«Uno puede descubrir a los otros en uno mismo», darse cuenta que no somos una sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: Yo es otro. Pero los otros también son Yo, sujetos como Yo.
Todorov
Y «para responder a ese encuentro del Yo con el Otro, el Descubrimiento de América es sin duda el encuentro más asombroso de nuestra historia. El encuentro que nunca volverá a alcanzar tal intensidad, si esa es la palabra que se debe emplear: el siglo XV habrá visto perpetrarse el Mayor Genocidio de la Historia Humana.
Aquí podemos aceptar o interpretar dos sentidos a la palabra Descubrimiento: el descubrimiento como acto científico para el estudio e interpretación de realidades diferentes, y el otro descubrimiento, azaroso y conflictivo, descubrimiento de encontrar: que da lugar al saqueo, al robo, al atropello, a la violación y a los vejámenes del otro, que como descubierto sufre las consecuencias del atropello del Descubridor.
Y aquí entraríamos en la consecuencia necesaria para que todo lo otro suceda, se requiere de la Conquista. Al decir del diccionario, Conquistar: adquirir por la fuerza de las armas, Ganar la voluntad de una persona.
Y en 1492 no se escatimó esfuerzos en el uso de las armas y el abuso de las fuerzas. Donde por ser diferentes se consideró a los nativos como seres inferiores.

Donde por ignorancia, estábamos convencidos de poseer una «cultura superior», porque además se respondía a intereses políticos y económicos particulares, de forma tal que, consideraron al Conquistado como inferior en todos sus aspectos, condición necesaria para justificar todos los desmanes en nombre de la Cultura, la Evangelización y Bienestar de todos.
La soberbia enceguece y hace creer que es justo y necesario. Y todo lo que pasó desde 1492 en adelante, es bien visto por aquellos que participaron de una u otra manera y sacaron provecho de la Plata del Potosí, del Oro del Cuzco y de la Sangre de toda la América India (si se me permite el término), que aún hoy no sale de su asombro y rinde homenaje sin tener en claro sus consecuencias.
¿O alguno cree que no podían haberse incorporado al siglo XXI que hoy poseemos las culturas americanas, sin necesidad de semejante barbarie ? ¿Por qué además se niega la evolución de una cultura, como si necesariamente tuviese que quedar estancada, en el momento en que se la destruyó?
Otra sería la Historia si estos pueblos no hubiesen quedado marginados como protagonistas, devastadas sus instituciones, desarticuladas sus formas de organización, perseguidas sus creencias como idolatrías abominables, subvertidos sus valores. Y además, la Historia, como siempre ocurre, la hicieron y la escribieron los vencedores.
Tal vez, solo digo tal vez, hoy tendríamos Consejos de Ancianos en vez de geriátricos, tendríamos canales de televisión donde solo pasen la nómina de suicidas. Tal vez tendríamos una juventud laboriosa y no una larga nómina de desocupados; tal vez, podríamos tener «Una América India, pero ¡bien nuestra!«

