Pensar la Pascua: Reflexiones de Hugo Mujica

Por Silvana Irigoyen

Dios no es, ni fue, tampoco existe:

Dios nace.

Dios nace desde siempre y hacia siempre.

En ese nacer estamos naciendo.

Hugo Mujica

Hugo Mujica, poeta,  pensador, filósofo, artista, sacerdote. Él mismo es como cualquiera de sus versos, sencillo en la apariencia pero de compleja infinitud interna.

Cuando el alma ya es carne,

cuando se vive desnudo,

todo el afuera es la propia hondura.  Desde cada otro se escucha el propio latido.

Hugo Mujica

La Pascua, explica Mujica, en su significado original y más profundo, es la celebración de la eternidad de la vida, manifestada en múltiples formas de renacer.

“La resurrección se sitúa en la hondura más radical del deseo humano: el deseo de no morir, de no desparecer, de ser en plenitud, de ser para siempre, en un siempre que es creación”.

Hugo Mujica

«Pascua es celebrar la eternidad de la vida, manifestada en múltiples formas de renacer. Es pasar de la aridez a la fecundidad, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.
En Pascua, celebramos que no dejaremos nunca de nacer, que la vida eterna no es la eterna prolongación de esta vida. Es la eternidad de ese ser creador, de ese estar naciendo, de ese nunca jamás dejar de nacer, porque Dios es amor y el amor es Dios, Del amor todo nace, el amor es generador de vida; es génesis, es creación, es vida que no cesará».

hugo mujica

Pascua, no es un paso sino un pasar, es un estar pasando. Un verbo que se conjuga de opción en opción;un paso de transformación en transformación; el paso desde el que somos al que devenimos,el paso de nosotros a los demás.

Por eso para captar la profunda raíz que tiene en lo humano la pascua, tenemos que pensar antes de la religión, pensar el pan antes de ser consagración. Antes de ser una fiesta religiosa, la pascua fue una fiesta sagrada, la del asombro del don, la de la sacralidad de la tierra, de la naturaleza, madre desde la que todo brota, madre de dones.

La pascua, desde muy antiguo, desde que el hombre nace y pisa esa tierra, nace de esa madre. Era la celebración, en el hemisferio norte, del equinoccio de primavera, la primavera que era promesa de nuevos frutos, de nuevo trigo, de nuevo pan, la promesa de seguir viviendo, de postergar la muerte. Promesa, ya entonces, de vida, de continuidad.

El hombre, en una pascua todavía no bautizada, celebraba el paso de la oscuridad del invierno a la luz primaveral, a la luz naciente; celebraba el paso de la aridez de las ramas desnudas al verdor que latía en las yemas que asomaban, celebraba la nueva estación, el nuevo nacer.

El pueblo judío, ya dentro de una religión, tomó esa misma fecha, esa misma luna llena, ese mismo deseo de lo nuevo y lo siempre más y lo resignificó, lo llamó historia, liberación.

Fué no ya el paso de la tiniebla a la luz, sino de lo sagrado de la tierra, a lo divino de la historia: el paso de la esclavitud a la libertad, de Egipto a la tierra prometida.

Nosotros, cristianos, retomamos una vez más esa luna llena, y situamos la muerte y resurrección de Cristo bajo esa luz que sigue brillando hoy.

Pascua, más que un paso, es un pasar; y estar pasando no ya como paso del hambre a la satisfacción, ni de la esclavitud a la libertad, sino de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, del haber nacido a no dejar de nacer. Del límite donde todo termina al umbral desde donde todo se abre, todo deviene, nada cesa ni cesará.

La resurrección se sitúa, desde entonces, siempre y ahora, en el horizonte más abarcador, en la hondura más radical del deseo humano: el deseo de no morir, de no desparecer, de ser en plenitud; de ser para siempre en un siempre que es creación.

La resurrección es no sólo plenitud de vida, es también plenitud de revelación: la revelación del destino de la existencia humana realizado en un hombre, en una vida, en la del amor compasivo encarnado en Jesús, vivido y dado en carne viva en Él.

La resurrección, simple y abismalmente, es la obra de Dios que en el principio creó de la nada, y en la nada de cada uno, en la muerte, vuelve a crear vida, vuelve a derramar la eternidad de su amor sin principio ni final.

Al final no habrá final
habrá la entrega:

ese salto
sin orilla desde donde darlo,
ese saltar al vacío
desde el que una vez
llegamos,

esa entrega
para la que nos fuimos
vaciando.
H.M.

Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

Les socializamos un poema escrito por una amiga tertuliana venezolana Mariela Lugo.

Deja un comentario