Por Jorge Triviño Rincón

Mientras escucho una alegre sinfonía de Johann Sebastian Bach, pienso en la excelsitud del gran poeta y escritor Juan Ramón Jiménez, quien escribió la elegía andaluza Platero y yo.
La versión de esta obra, está dedicada a “La memoria de AGUEDILLA la pobre loca de la calle del sol que me mandaba moras y claveles”; empero, hay una edición de 1946, que tiene este epígrafe:
ADVERTENCIA A LOS HOMBRES
QUE LEAN ESTE LIBRO PARA NIÑOS
Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para ¡qué sé yo para quién! para quien escribimos los poetas líricos.
Ahora que va para los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!
“Dondequiera que haya niños,—dice Novalis—, existe una edad de oro.” Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.
¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños: siempre te hallé yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa te dé su lira, alta y, a veces, un sentido, ¡igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer![1]
EL POETA
Esta dedicatoria, no volvió a aparecer en otras ediciones, quizá por decisión del editor, quien quiso que la obra se promocionara para los adultos. ¿Quién va a saberlo?
Este magno poeta, nació el 23 de diciembre de 1881 en Moguer Huelva (España) y falleció en San Juan, Puerto Rico, 29 de mayo de 1958.

Tenía tres amores: su esposa Zenobia Camprubí, Platero—, su borrico— y las rosas. Su pasión por las rosas, le permitió que fuera publicada una preciosa obra póstumamente y que lleva el título: Con la rosa del mundo, en cuya portada aparece una hermosa rosa roja.

Es una compilación de 131 poemas, 67 aforismos y 14 prosas, sobre la reina de las flores, recogidos cronológicamente entre los años 1896 y 1954.
La dedicatoria de este libro, no puede ser más hermosa, como explícita:
“Es una especie de glissando emotivo, quisiera dedicar la humilde parte que me corresponde en este libro:
A las cinco rosas íntimas que florecen cada día en mi corazón: mi madre, mi mujer, mi hija y mis nietas Paula y Victoria.
Y para completar, está la frase de Ernestina Champourcin:
“Cuando se piensa en Juan Ramón siempre se piensa en rosas”.
De su amor por un borrico, nació la obra con la cual ganó el premio nobel de literatura.
Es una escrito pleno de encanto, de sensibilidad y hermosura, donde plasma su amor por esta criatura, la cual define a la perfección, dejándonos pasmados, pues a través de los ojos del poeta, conocemos a quien le acompañaría hasta cuando cerró Platero cerró sus ojos para siempre. En el siguiente texto, une su amor por las rosas, con su amor por el burrito:
¡ANGELUS!
Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color… Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos… ¿Qué haré yo con tantas rosas?
¿Sabes tú quizás, de dónde es esta blanda flora, que no sé de dónde es, que enternece cada día, el paisaje y lo deja dulcemente rosado, blanco, celeste —más rosas, más rosas—, como un cuadro de Fra Angélico, el que pintaba la gloria de rodillas?
De las siete galerías del Paraíso se creyera que tiran rosas a la tierra. Cual en una nevada tibia y vagamente colorida, se quedan las rosas en la torre, en el tejado, en los árboles. Mira: todo lo fuerte se hace, con su adorno, delicado. Más rosas, más rosas, más rosas…
Parece, Platero, mientras suena el Ángelus, que esta vida nuestra, pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas… Más rosas…[2]
Sin embargo, hay una semblanza de este trotoncillo que nos deja abismados por la singularidad y por la belleza descriptiva, que hace que lo amemos. ¿Cómo no amarlo, si ya lo conocemos?

PLATERO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo sus espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes, gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas mosca
teles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo
—Tien’ acero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.[3]
Invito a los lectores que aún no han tenido la oportunidad de releer este opúsculo, y si no lo han leído, que disfruten de esta obra.
Terminaré este artículo, dejándoles, estos poemas dedicado a la rosa:

PRIMAVERA
Se abre y se cierra la fronda,
la esencia viene callada…
¡Esencia, esencia, ¡ay!, cómo
me entras la rosa en el alma!
Se abre y se cierra el azul,
la brisa viene callada…
¡Brisa; brisa, ¡ay! cómo
me entras la rosa en el alma!
Se abre y se cierra mi cuerpo,
su imagen viene callada…
¡Amor, amor, ¡ay!, cómo
me entras la vida en el alma!
Eres la primavera verdadera:
rosa de los caminos interiores.
Y todo queda contenido en ella,
breve imagen del mundo,
¡amor!, la única rosa”[4]
“Yo concibo el espíritu así como el olor de una rosa; que siendo ella tan pequeña por mayor que sea, él puede hacer una rosa del tamaño de la luz del día o de la sombra de la noche”[5]
Fuentes consultadas:
[1] Jiménez, Juan Ramón. Platero y yo. Editorial Losada. Argentina. 1946.
[2] JIMÉNEZ, Juan Ramón. Platero y yo. (ELEGÍA ANDALUZA). Colección crisol literario. Edición mexicana 1976. Pág. 19
[3] Obra citada. Pág. 33
[4] Obra citada. Pág. 116
[5] Obra citada. Pág.223