Por Jorge Triviño Rincón

Por los contornos de arbustos florecidos, graciosa y ágil, Carmina Helena Abeja, ronda y sobrevuela con las compañeras de su colmena.
El dulzor de la miel depositada en el gineceo de las plantas, incita a las doncellas a libar el néctar con ardiente fruición.
Las abejas posan sus sedosos cuerpos cerrando y abriendo las alas con delicadeza, mientras entonan fervorosos y melódicos cantos, succionando el cristalino jarabe.
Como hadas preciosas, en mágico ritual, danzan al son de flautines tocados por angélicos seres.

El murmurio del viento, el ritmo de la cítara de la luz, la tonada del violonchelo del fuego de la Vida, el compás de las aguas y el lento sonar de las hojas de los árboles al frotar sus haces, producen una encantadora sinfonía y unos manojos de capuchinas que configuran una abierta circunferencia, corea con gracejo incomparable:
—Ábranse corolas
a las lindas doncellas:
Avispas y abejas.
Ellas vienen a darnos
el don de la Vida
a cambio del zumo
dulce y sagrado
que en nuestras flores
con agrado y deleite
a libar invita.
A lo cual, agudas voces de un disperso rosedal, clamorean con ingenua alegría:
—Gránulos alados de trigo son las abejas.
—Mensajeras de la creación —ronronea Viviana Hormiga, que jadeante pasa por el lugar.
—Sus élitros son de cristal de cuarzo, desnudos y libres como jirones de sol —añade un soplo de viento.
—Tan móviles como brisa tropical, como nobles pensamientos, como amoroso canto— revela Claudia Lorena Ortiga Angélica Amapola.
—El oro de sus cuerpos es polvo de luz acrisolado —dice atreviéndose Mauricio Ajenjo, suspirando.
—Vírgulas viajeras, encantadoras y bellas son —puntualiza Edgardo Abedul.
C A P Í T U L O X V I – É X O D O

Un nuevo día transcurrió en medio de una intensa calma, y la noche abrigó con su ternura a los animales del bosque, arrullándolos con voz de ninfa.
Ricardo Caracol, despertó asomando su vientre rosa encarnado con usual parsimonia, contrayendo y expandiendo sus antenas varias veces para captar la humedad del ambiente y hallar orientación.
Decidió levantarse, e ir a buscar agua fresca a un manantial que juguetón corría por la vereda.
Ensanchó su vientre, erigió su cabeza frágil irguiendo a su vez su concha nacarada y elevó sus antenas coronadas de fucsia, y se fue deslizando por el húmedo y fresco tapiz del sendero.
Diamantinas gotas de rocío pendían de hierbas, musgos, espartillos y grama hasta perderse en la lejanía de montes y prados.
A la orilla del camino, una colonia de hormigas, mudaba su refugio y albergue.
—¿Ya viene el invierno? —. Pregunta, asombrado el pequeño.
—No lo dudes caracol…
—¿Y a qué lugar se mudan?
—A otro terraplén cerca a la cima, junto al Olmo que está al frente tuyo…
Ricardo lo observó. Era un árbol fornido y corpulento, alegre y florecido; sus gruesas ramas le daban majestad y realeza.
Las hormigas en fila india, formaban una procesión a veces curva, a veces recta bajando y ascendiendo; era como un río de insectos en éxodo hacia una nueva tierra.
Cargaban algunas, trozos de hojas de morera en sus lomos, asiéndolas; portaban otras, blancos huevos. Las demás, los transportaban hasta el nuevo hogar.

Era una cantera de seres laboriosos, amantes del trabajo, el orden y la vida comunitaria.
“¡Ya viene el invierno!” —pensó Ricardo, mientras avanzaba en búsqueda del manantial que calmaría su sed.
Las nubes, asidas por hilos invisibles a la cúpula del firmamento, dijeron en coro:
—Anímense flores,
hierbas y arbustos,
ríos, lagos, mares,
bosques y montañas,
aves e insectos,
reptiles y peces
y diversos seres
que en nuestra tierra
crecen y florecen.
Ya viene el invierno
en blancos corceles
de hielo y armiño
esparciendo aromas
de albahaca y mirra,
incienso y limón,
toronjil y aroma,
apio y tomillo,
azahar, canela,
clavo y limoncillo,
jazmín y romero.
Las nubes callaron,
íntimo deleite en sus almas sintiendo.
—¡Ya viene el invierno
en blancos corceles,
trayendo la Vida!
Declararon bayas, pomos, bellotas, nueces y aceitunas, a los cuatro vientos.
—Ya viene el invierno
con voz de falerno.
Y Ricardo se quedó a la espera, de que pronto llegara el anhelado invierno.


Jorge Eliecer, mis más sinceras felicitaciones, por promover esta literatura tan bonita, tu escritura misma, una combinación de amor y paz.
Gracias, por regalarnos tanto talento.
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