Por Gustavo Rubens Agüero

Una pregunta considerable, en un mundo que denigra a los hacedores de nuestra cultura permanente es ¿cómo escribir mejor?
A lo largo de historia de la literatura, los escritores y filósofos de la antigüedad griega hasta las propuestas de esta posmodernidad, se han dedicado a explicar y dar argumentaciones por el hecho de escribir, en lo que este cosmos cotidiano, denomina literatura.
Los magnos escritores desde el siglo 18 en adelante han teorizado sobre el rol del escritor en nuestra sociedad.

A partir de estas instancias históricas con el siglo 19 y 20 se han elaborado manifiestos sobre la creación literaria: Cartas a un poeta joven, apotegmas, Consejos bajo la lupa de no cometer errores, Misivas de un escritor a otro dilucidando aspectos negativos de la creación literaria, inverosímiles situaciones para el abordaje de temas, algunas de estas pasadas por el opio, el alcohol, la cocaína y otros alucinógenos; todos para plantear una enseñanza didáctica y mejorar la propuesta de los nóveles autores que, supuestamente, no tienen un rumbo definido en el amplio terreno de la creación artística.
Diré que son válidos como conocimiento de apertura y mirada histórica.
No entiendo por qué un creador debe escribir siguiendo una receta literaria para consolidar sus textos.
Ya una significativa mayoría de los popes escribieron legados para dar lecciones que ellos mismos nunca siguieron. Un sentido de redención. Una mirada del psicoanálisis. Una perspectiva, con cierta soberbia de maestro. En definitiva escribir un libro de recetas para querer ser condescendientes ante el hecho creativo con las nuevas generaciones.
Esta invención ordenadora y a las que nunca se ligaron ni les importó. Fue una fórmula para provocar la atención de los lectores ávidos de creer que, es posible ese sendero iluminado, por los grandes escribas tutelares.

Pienso que en realidad todo está escrito en esta historia del siglo 21.
No hay fórmulas mágicas ni ligadas al tecno cientificismo que ayuden a descubrir nuevos temas más allá de los universales: el amor, la muerte, la familia, los amigos, los tributos, los recuerdos, los extraterrestres y cada día de la vida rutinaria.
He decidido no nombrar a poetas y escritores porque debería escribir un largo ensayo sobre el tema. Pero he estudiado de alguna manera este tema. Y puedo decir… Las artes poéticas y todas las formulas son una mentira teórica.
Creo en el talento y también el trabajo intelectual de cada hacedor. Todo está dicho… Menos tu experiencia de vida.
Escribir es un compromiso, la pasión de mi vida. Han pasado muchos años desde mis inicios que cimentaron este amor inclaudicable.
He podido publicar distintos géneros literarios, cada libro como testimonio epocal de escenarios vivenciales.
En este andar del camino tuve el privilegio de conocer a grandes poetas y escritores de Argentina y Latinoamérica. De ellos aprendí a consolidar mis lecturas y lucubraciones. He sabido asimilar el patrimonio de sus obras que desbordaron mi admiración y asombro.
La vida siempre es un espacio de aprendizaje permanente.
Ahora en mi madurez. Con toda mi experiencia de haber aprendido a valorar la creación desde mi existencia cotidiana, sigo el camino de la develación pasional en lo que escribo. Con injusticias de mi memoria y aciertos estoy.
Estos textos que -ahora publico- pertenecen a un periplo algo lejano, pero vigentes en mi reminiscencia. Los reivindico, actualizando mi estilo y lenguaje porque configuran las tramas de mis fabulaciones más inauditas.
Nunca voy a olvidar el ayer de mis circunstancias. Con ellos reconstruyo el apócrifo porvenir.
Sean entonces partícipes de esta dimensión del tiempo circular.
Para que conozcan mi pluma les dejo este relato…
Juana, la coja
Marzo el mes del aquelarre en el Paraje Viscacheral.
La gente del poblado está asustada. Apenas la oración asoma, el silencio de los pájaros calla la boca del monte de esa franja del Chaco salteño. La gente de la pequeña aldea, siente miedo. Los lugareños saben que esta noche las brujas renuevan su pacto con el demonio. De a poco las casas se vuelven hurañas y hasta el corral con animales de crianza están inquietos. Las faroles a vela y lámparas de aceite se van apagando y el mutismo de la noche se levanta en el graznido de lechuzas que cruzan el cielo bajo una luna roja, como si el horizonte sangrara en la agónica fiesta en la hondonada del monte.
Llegó la hojarasca del invierno. Juana -la coja- hace tiempo que se ha ido y nadie sabe su incierto paradero. Unos comentan que se fue hacia el Gualamba, porque allí tiene parientes. Otros afirman que la han visto, ciertas madrugadas, a orillas de las vertientes de La Angostura. Los más cautos no opinan
y se persignan. A 5 km del poblado está el puesto del hachero, el Pila Toribio. Es un misántropo que pocos conocen. Nadie sabe del porqué de las extrañas cicatrices que afloran sobre su espalda fuerte y a la vez horrible. Un viejo cazador lugareño, sostiene haberlo conocido. Cuenta que esos ramalazos se las hicieron, peleando con un puma cebado que él degolló, en un ataque que enfrentó a la fiera salvaje.
En la hondonada se inicia el fuego que empieza a soltar un humo pestilente y azancanado. Se oyen risas desencajadas y alaridos que atraviesan el sueño y los oídos de la gente del poblado. A orillas de la inmensa fogata bailan 4 mujeres desnudas, los ojos idos. Beben un brebaje de mandrágora, beleño y hongos. Se untan ungüentos en todo el cuerpo y saltan, corren, reptan. Hasta que llega ella: Juana la coja, de la mano de Toribio que ahora es Belcebú y comienzan a volar hacia el caserío. De nada sirven las plegarias. Se rompen los espejos. Cruzan por el viejo puente las brujas condenadas. Esta noche el aquelarre se llevará a los malditos inquisidores.
Salta, martes 17 de noviembre de 2020

Excelente texto sobre los creadores.
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Gracias Jorge le comunicare al autor!
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