Por Jorge Triviño Rincón

Retomamos un nuevo capítulo de la novela Ricardo Caracol, para que puedan disfrutar de una lectura con sus niños.
CAPÍTULO IV – CANTARES
Mientras el pequeño caminante avanza entre menudas hierbas de poleo, acedera y caminadora, le distraen sonoros y gratos cánticos que provienen de las copas de los árboles, arbustos y matorrales, y se detiene para oír cantar a tordos, jilgueros, azulejos, gorriones y loros.
Sus notas diáfanas, en aludes melódicos, en oleadas rítmicas, parecen alejarse para tornar luego y convertirse en amenas charlas, jolgorios y algazaras, como saludo al nacimiento de un nuevo día y gracias sinceras a la Deidad, por la ofrenda amorosa de la luz.

Alejandro Carpintero, picotea la madera con fruición:
—Tic, tac, tac, tic…
tic, tac, tac, tic…
tic, tac, tic, tac…
tic, tac…
Y un escuadrón de águilas, sobrevuela el bosque cantando con alegría:
—¡Cuic, cuic, cuic, cuic!
Mientras José Mirlo, resguardado en el hueco de un samán, desgrana con maestría de avezado cantor:
—¡fuit!
¡fuit!
¡fuit!
¡fuit!
Y en ese preciso instante, Alejandro Ratón, mueve sus bigotes y sus ojos a cesura y a compás, roe una bellota verde y fresca, y satisfecho y complacido exclama:
Pic, pic, pic, pic…
Con sápido frenesí. Muy cerca, un enjambre de cigarras, vierte en la atmósfera tórrida su penetrante tonada, desde la rugosa epidermis de joviales cerezos, recién reverdecidos.
Un viento cálido sisea y silba, recorriendo pendientes y laderas como un bufón.
CAPÍTULO V – EL AMOR
«No apagarán el amor ni lo ahogarán océanos ni ríos»
CANTAR DE LOS CANTARES

Desde el interior de una buhardilla labrada en un fortacho guayacán, iluminada por caliginoso rayo de sol, un delicado pájaro corteja a su amada, y el arrullo vertido cual arpegio armonioso, se infiltra en la calma serena de la tarde, invadiendo los silenciosos rincones del bosque con grato candor.
Ricardo Caracol, que pasa por allí, inicia el ritual de resguardarse lento, despacio, suave y apacible; con amoroso cuidado en su endurecida cubierta y al escuchar los místicos sonidos y los mágicos cantos, abre una diminuta ventana, por donde sobresalen sus gráciles antenas hasta sacar por completo su rostro infantil y sonreír.
—¿Sabes? He pensado que El Amor —dirigiéndose a Pedro Grillo, recostado en haz de una hoja de rascadera—, es el sentimiento más elevado de todos. Cuando despierta en nosotros, nos torna gentiles y caballeros. Esfuma nuestras penas con su soplo magnético y transforma nuestro universo interior.

—Donde hay sombras, el alma nuestra nos hace ver la luz adormecida. Donde hay tristezas, hallamos la razón para alegrarnos. Donde hay dolor, encontramos el bálsamo sublime. El amor como llama incandescente, nos impulsa cada día a sentir la unidad de los seres y las cosas —fueron las palabras sentidas que brotaron de los labios del grillo con infinita dulzura.
—El amor es el aroma que Dios vertió en todos los seres y las cosas, cuando les dio el aliento de vida —sentenció Carmen Violeta, rozagante y perfumada.
—El amor es la esencia del Alma —balbuceó Reinaldo Espinillo adosándose a una granodiorita con gracioso pundonor.
—Es la voz misteriosa que nos llama con acento femenil —complementó Zeír Bambú, ataviado de oro y esmeralda.
—El amor es un hatillo de apio, mejorana, hierbabuena y toronjil—. Comentó Claudio Fermín Azulejo sonriente y feliz.
—Quien ama, ha visto a Dios sonreír…—. Concluyó Ricardo Caracol, abriendo surcos de alegría en los compañeros del bosque, bañados en el aura radiante del Sol.
Esta historia continuará…

