EL SILENCIO DEL VIENTO Y EL SOL DESPEREZANDO LOS CAMPOS
Por Claudia Fernández Vidal

Camino desde temprano atravesando bosques, pequeñas lomas y campos que parecen dibujados. Verde claro, verde oscuro, verde fosforescente, amarillo maíz, anaranjados y violáceos al caer la tarde.

Siempre un caminito de tierra que va marcando el rumbo, y cada tanto las estaquitas azules y amarillas que marcan el Camino de Santiago que atraviesa toda España hasta llegar a Compostela. Siempre son bienvenidas porque te ordenan el camino y te marcan que no estás perdida.
En estas inmensidades no se ve a nadie…algún que otro tractor a lo lejos, caminantes, perros y camionetas que pasan por la ruta que a veces perdés de vista durante varias horas.

Para llegar a un pueblo hay que atravesar pueblos, casas, algún rio y campos, muchos campos. Desde Graus son 7 km pasando antes por las Ruinas Románicas de Labitolosa, una antigua ciudad románica de la que se conservan aún pequeñas ruinas.
Secastilla es un pueblo pequeño y muy tranquilo. Tiene mucho de rojo y naranja en sus paredes, Mucha calle en pendiente. Mucha herrería bellísima en sus ventanas y cada casa con su nombre en la puerta. A esta hora, la una de la tarde, está casi todo en silencio, el único bar diurno que hay acaba de cerrar, y el otro abre por la tarde recién, solo encuentro al paso un almacén para comprar una Paso de los Toros o algo así.
A lo lejos se escucha el repique de una pelota y las risas de niños que juegan en un club después de la escuela. La mayoría de las casas son de piedras, las calles adoquinadas, los portales llenos de flores. La iglesia de San Pedro Mártir es preciosa, y se deja ver desde lejos, por su torre y sus muros de piedra sillar que datan del Siglo XVII. Hay una pequeña plaza que la rodea donde has bancos donde se sienta la gente a tomar el sol, como en casi toda España.

Para llegar a un pueblo hay que atravesar pueblos, casas, algún rio y campos, muchos campos. Desde Graus son 7 km pasando antes por las Ruinas Románicas de Labitolosa, una antigua ciudad románica de la que se conservan aún pequeñas ruinas.
Tomarse el sol y sentir el aire que pasa frio entre los callejones, sentir el olor de las hogazas recién amasadas en la única panadería del pueblo, comer higos y brevas de las higueras que están en las calles, conocer un poco de la historia y conversar con los viejos que ya pasaron la desventura de la Guerra Civil y conservan la calma que da el tiempo.

Cruzarse con mochileros de todo el mundo. Seguir caminando, atravesando campos hasta llegar al pueblo que sigue. Sentir el viento que acaricia la cara, el olor de las olivas, el cielo purísimo. Todo lo simple que nos hace mucho más humanos, pequeños y más felices.
He perdido señal de WIFI hace varias horas, llego un mapita en el bolsillo y puedo sentir el ruido de mis propios pasos… los que me llevan a todos lados.
Siempre.
