Antepasados indianos y criollos
Por Liliana Bellone

La visión de Cortázar transciende lo nacional y estrictamente latinoamericano desde una mirada cosmopolita y universal, despojada de telurismos y localismos. Esta misiva, fechada el 10 de mayo de 1967, es rescatada también en Fervor de la Argentina de Fernández Retamar, editado por la Editorial Colihue de Buenos Aires en 1993.
Desde el registro apelativo del texto epistolar, Cortázar se asume como latinoamericano y argentino pero con una perspectiva cosmopolita. Esta posición produjo la reacción de los defensores de la identidad latinoamericana y de las corrientes de la literatura indigenista, encabezados por el peruano José María Arguedas. Se entabló entonces una gran disputa que duró un par de años (1967-1969) entre los dos escritores.

Desgraciadamente, la aguda depresión y melancolía del autor de Los ríos profundos y Todas las sangres culminó con su suicidio en diciembre de 1969, lo que causó gran pesadumbre en Julio Cortázar.
Si bien es cierto que la dialéctica de la historia de la literatura y la realidad social han superado (no totalmente) la problemática que enfrentó a ambos creadores, pensamos que las raíces latinoamericanas de Julio Cortázar, tan profundas como las de Arguedas que pertenecía a viejas familias criollas del Perú, explicarían en gran medida el acercamiento del autor de Rayuela a la Revolución Cubana, a su compromiso con la América Latina y con los movimientos libertarios del Continente.
¿Y cuáles eran esas raíces hondamente latinoamericanas?
Cortázar siempre destacó la identidad europea e inmigrante de su familia materna, pero poco dijo de sus ancestros paternos, enraizados en una de las familias más tradicionales y antiguas de la Argentina y América del Sur: la aristocrática familia salteña Arias Rengel.
Efectivamente, el padre de Julio había nacido en Salta, ciudad del noroeste argentino, limítrofe con Chile, Bolivia y Paraguay, escenario de las guerras de la independencia, ya que su territorio comparte en gran medida lo que fuera el Alto Perú (Bolivia); muy conservadora y tradicional, posee una importante cultura precolombina representada por pueblos preincaicos e incaicos que poblaron su territorio durante siglos.

Julio José Cortázar era hijo del inmigrante vasco Pedro Valentín Cortázar Mendioroz y de doña Carmen Arias Rengel y Tejada, cuyos antepasados se remontan a tiempos de la conquista y del Virreinato del Perú. El padre de Julio era hermano del padre del folclorólogo Augusto Raúl Cortazar (sin tilde, pues este estudioso, profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires y distinguido filólogo rechazó el acento de su apellido por considerar que en lengua vasca no corresponde)
Este linaje fue notablemente negado por el escritor argentino por razones que tienen que ver con los recuerdos amargos de la infancia, ya que su padre lo había abandonado. Julio tenía seis años y su hermana solamente cuatro, cuando Julio José Cortázar los dejó para irse con otra mujer. Solo una o dos veces, su hijo volvió a encontrarse con él.
Las raíces latinoamericanas de Cortázar tal vez expliquen algo de aquello reprimido que causara sus fobias y su angustia juvenil, y paradójicamente, su toma de conciencia y su decidida adhesión a los movimientos de izquierda en defensa de los oprimidos de América.

Cinco años mayor que Eva Perón, de la misma edad que Bioy Casares y menor que Sábato por solo tres años, Cortázar parecía eternamente joven. Descansa en el cementerio de Montparnasse, cerca de Baudelaire y César Vallejo, otro hijo de nuestra América que murió también en París.
Los hitos de la vida de Julio Cortázar son muy conocidos, su nacimiento en Bruselas, a causa de que en ese momento su padre trabajaba en la Embajada argentina en Bélgica; el retorno de la familia a la Argentina cuando él tenía cuatro años, su temprana afición a la lectura y a la escritura, su vida en Banfield, junto a su madre y a su única hermana –quienes lo sobrevivieron, ya que María Herminia Descotte de Cortázar falleció en 1991 y Ofelia Cortázar en 2000. Se educó en el ámbito de una familia de clase media, descendiente de inmigrantes, con una ajustada economía, sostenida por el trabajo de Herminia, una mujer culta, que hablaba varios idiomas y daba clases particulares, y que de ese modo pudo superar el abandono de su marido.

Un primer libro de poemas con el seudónimo
Julio Denis, Presencia, en 1938 anunciaba su elección definitiva por la literatura. Aparecen los primeros cuentos: «Casa tomada», publicado en 1946 en la revista Anales que dirigía Jorge Luis Borges y que formaría parte de Bestiario en 1951. Y los relatos imprescindibles e inolvidables de Final del juego, Las armas secretas, la novela Los premios, Historias de cronopios y de famas, libros que se publicaron luego de que Cortázar se fuera a vivir a Francia.
A principios de la década del cincuenta se trasladó a París, junto a su primera mujer, la traductora argentina Aurora Bernárdez, «por no soportar al peronismo», dijo alguna vez. Las traducciones, la vida en Europa, un período en Roma, los libros de cuentos, el éxito de Rayuela de 1963, su visita a Cuba, su apoyo a la Revolución Cubana, los reiterados viajes a la Isla donde fue jurado del Premio Casa de las Américas, los nuevos libros, fragmentarios, revulsivos, transgresores, desafiantes del orden establecido, combates lúdicos, provocación a los lectores: Todos los fuegos el fuego, La vuelta al día en ochenta mundos, 62/Modelo para armar, ultimo round, El libro de Manuel, Un tal Lucas, Deshoras, Queremos tanto a Glenda, Pameos y Meopas (poesía), Prosa del observatorio ,Octaedro, Deshoras, Salvo el crepúsculo (poesía) marcan una inflexión en su posición política y un vertiginoso e incansable camino en la escritura.

Los autonautas de la cosmopista, escrito con su segunda esposa, la traductora y fotógrafa Carol Dunlop, merece especial atención ya que anuncia de alguna manera la enfermedad y muerte de ella en 1982 y la de él –dos años después– a los sesenta y nueve años. Junto a Carol vivió años intensos en esa morada rural, especie de refugio que construyó en Saignon, una pequeña y bella aldea de la Provenza.
Si la primera etapa de la producción cortazariana se relaciona con el síntoma (neurosis, fobias, enfermedades), la segunda (luego de abrazar la causa de la Revolución Cubana y más tarde la nicaragüense) tiene que ver con la reflexión sobre el acto de escribir, el azar del texto literario, el juego vertiginoso y final, eso que ya no puede ser ordenado, «literatura de goce», o sea lo que está más allá del placer, como señala Roland Barthes. Literatura de goce: un golpe sobre la literatura de placer. Cortázar ejercita la escritura del malestar, de la provocación al lector, dejándolo asombrado, incómodo, sin preconceptos ideológicos o estéticos, sacudido y desprotegido ante lo real.

El texto compromete al lector en su armado, con fotografías, poemas, microrrelatos, microensayos, noticias y crónicas periodísticas, capítulos que luego serán secuencias que los lectores deberán ordenar (62/Modelo para armar, Último round, El libro de Manuel), libros que, desde Rayuela, fueron cuidados en su traducción y distribución en Europa y los Estados Unidos, por su pareja, la escritora lituana Ugné Karvelis, editora de Gallimard.
Póstumamente se publicaron El examen (una especie de anticipo de lo que sería Rayuela), Diario de Andrés Fava, Divertimentos y otros textos que Cortázar había dejado sin editar, todos escritos en la Argentina y anteriores a su radicación en Francia. El escritor viajó varias veces al país suramericano para visitar a su madre con quien mantenía una ininterrumpida y rica correspondencia (lo que puede adivinarse en esos magníficos, nostálgicos y amargos relatos que son «Cartas de mamá» y «La salud de los enfermos»). Su último viaje a Buenos Aires fue unos meses antes de su muerte, sentía que la leucemia lo acorralaba.

La madre ocupó siempre la atención del escritor; ella lo había visitado en Europa. Sin embargo, son muy pocas las referencias al padre y, si las hay, están teñidas de dolor.
El abandono de Julio José Cortázar a su familia –como ya he dicho– marcó para siempre la existencia del hijo. Esta fue la causa de la negación del padre y de un origen que tiene sus raíces en Salta, entroncado en una de las genealogías más tradicionales del país, y, como en el caso de la línea materna de Borges, sus ascendientes lo vinculan a los nombres y apellidos de la conquista y colonización, con los virreinatos del Perú y del Río de la Plata, y, en especial –por el lado de los Tejada y los Moldes– con los valerosos guerreros de las campañas libertadoras comandadas por los generales José de San Martín y Manuel Belgrano. Se relacionan además con la guerra gaucha, dirigida por el general Martín Miguel de Güemes quien, entre 1810 y 1824 –año del triunfo definitivo de las fuerzas patriotas bajo las órdenes de Bolívar y Sucre, en las batallas de Ayacucho y Junín, actual territorio del Perú– poblaron de héroes la América del Sur, un Continente al que Buenos Aires daba ya la espalda, mirando hacia Europa.


Excelente reseña! Quiero tanto a Julio!
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Gracias!
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