Luis Sepúlveda, escritor chileno nacido en Ovalle (Chile) el 4 de octubre de 1949 luego de exilios y largos peregrinajes debido a su gran compromiso político-social, destacándose en su ideario su preocupación por el desequilibrio del planeta y el futuro de la humanidad; se radica por elección en la ciudad española de Gijón . Hijo de Luis Sepúlveda, quien poseía un restaurante y de Irma Calfucura, de origen Mapuche, de profesión enfermera. Su infancia y juventud, según sus propios relatos, transcurrió en compañía de sus abuelos paternos. Recuerda a su abuela, como a una «inventora de cuentos maravillosa» que solía leerle o narrarle historias todos los días. De ella, quizá, heredo la pasión y el talento para la actividad literaria. Su formación educativa se centró primero en una escuela de Santiago de Chile y, más tarde, en la Universidad Nacional, institución en la cual estudió producción teatral.A los diecisiete años publicó su primer libro, un poemario, y consiguió su primer trabajo como redactor policial en el diario Clarín, gracias a un periodista que frecuentaba el restaurante paterno. A los veinte años ya tenía bastantes relatos, la transcripción ordenada de estos dieron origen a su primera recopilación de cuentos: «Crónicas de Pedro Nadie»
Sus primeros cuentos tienen una gran influencia, de Francisco Coloane, como el mismo reconoce. Sepúlveda fue también pinche de cocina en un barco ballenero. En 1971 se casó con la poetisa chilena Carmen Yáñez Hidalgo, a quien había conocido cuatro años antes; en 1973 nació su hijo Carlos Lenin, pero el matrimonio se deshizo pronto. Se reencontraron en Alemania veinte años después y volvieron a formar pareja.
Para Luis Sepúlveda la única obligación del escritor era: «contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los ciudadanos». Así afirmaba siempre en sus dichos el narrador, guionista y cineasta chileno. Adquirió su consagrada fama como escritor internacional después de publicar, en 1989, su novela; inspirada en su experiencia de convivencia con los «Shuar» (pueblos indígenas de la región amazónica de ecuador y Perú en el nacimiento del río Marañon) la cual llamo: «Un viejo que leía novelas de amor» . Esta obra tuvo numerosas ediciones; vendiéndose más de 18 millones de copias. Se han referido a ella como un canto de amor a la literatura, la lectura y la conservación de la naturaleza. Fue traducida a mas de veinte idiomas, y fue texto de lectura en institutos y universidades. El éxito como una recompensa por los años difíciles, le acompaña desde ese momento. Sus libros,novelas, cuentos, viajes, artículos, han sido traducidos a muchos idiomas y han recibido numerosos premios, entre ellos el Premio de La Felguera a relato breve en 1990.
Residió en Gijón (Asturias) España desde 1997, donde fue fundador y director del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, que se celebra todos los años durante la segunda semana de mayo. El 29 de febrero de 2020, fallece victima del Corona Virus, en Asturias.

Un viejo que leía novelas de amor
(fragmento)
Capítulo II
El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso.
Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.
Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.
Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto.
Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos. Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable.
Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público.
Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo.
Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas.
Autor: Luis Sepúlveda.
