Apenas si se reconocen en la transparente edad. Para el resto de la gente son invisibles.
En la calle, en el colectivo, o en cualquier lado, pareciera que no existen. Se visten de mil colores o van desnudos, da lo mismo, nadie los ve.
Ellos han traspasado el espejo, sin romperlo aún, y llegan con el paso tambaleante y los ojos fijos, como buscando lo que han dejado de su última imagen.
Algunos de ellos hacen tonterías que antes no se permitían: tocan los timbres de casas ajenas y se dan a la fuga, o salen sin pagar con algún turrón del supermercado, riendo, y buscando la mirada cómplice a la inocente travesura. Pero como ya se dijo, nadie los ve.
Por esto del virus, irán a cobrar hoy, en su andamiaje de bastones y ruedas, separados por la distancia del vuelo lejos. Apenas si se reconocen en la transparente edad, y si lo hacen será para preguntar: ¿Quién de nosotros hoy rompió su espejo?
