“Un pordiosero me cambió la vida”

ANDRÉS SEGOVIA

Por Roberto Espinosa

Fue el guitarrista más renombrado del siglo 20. Tuvo una larga vida. Llevó el instrumento a los grandes escenarios. En cuatro oportunidades dio conciertos en Tucumán

Un garabato flamenco se escabulle por el aire. La melodía vuela y hace trastabillar la silla del muchacho. Rumores de la caleta se filtran ahora en las seis cuerdas. Los ojos niños se detienen en un pordiosero que con su alegría está destapando el polvo de las siestas de Villacarrillo.

“Mi tío le pagó al vagabundo. Este se quedó un mes viviendo en una posada y enseñándome. Aprendí todo lo que él sabía, que era bien poco. Fue mi primer y único maestro”.

Linares, cerca de Granada. 1893, febrero 18. Un changuito está dando a la vida su primer Re.

La pobreza es tanta que sus padres lo confían a dos tíos para que lo críen:

“Debí nacer con una fuerte vocación musical. Cierto día de mi infancia, vi pasar por la calle a una banda de músicos que ahora supongo horrible. Tocaba el pasodoble de ‘La Dolores’. Quedé impresionado. Mis tíos reconocieron mi inclinación y me pusieron bajo la férula de un violinista malhumorado y con dedos de hierro. Me pellizcaba cada vez que cometía un error. Le tomé odio a su persona y a su disciplina. Mi tío inteligente me sacó de su lado; ese hombre podría haber desviado mi destino. Luego apareció el pordiosero y mi vida cambió”.

Un preludio

Parte a Granada a estudiar leyes. Reunión de amigos. Un preludio de Tárrega circula entre las manos de Gabriel Ruiz de Almodóvar. “Mi pasión por la música pareció estallar en llamaradas” y ella rueda como una bola de nieve por su sangre.

“Quise conocer a Tárrega, pero murió al poco tiempo. No existiendo maestros, me las ingenié con intuición, adivinando, obedeciendo paciente mi vocación para adaptar a la guitarra estudios de violín o piano. Mi vocación ha sido la música, no la guitarra”, afirma.

El flamenco apuntala su adicción, pero luego el horizonte se abre como un inmenso paraguas para cobijar todos los pentagramas.

“Cuando comencé, el público de la guitarra no existía, tuve que inventarlo porque nadie creía en ella. Cierta vez toqué en el Ateneo de Madrid. La situación era tan precaria que a la crítica musical la hacía el redactor de la sección taurina. En invierno estaba desocupado e iba a los conciertos… Nunca recibí ayuda privada ni oficial. Todos creían que la guitarra era una moda pasajera. Debí arreglármelas solo”, dice.

1918. Gira por Sudamérica y Europa. La fama se ensancha bajo sus pies: “Mis contactos con la música americana se iniciaron en Buenos Aires en 1919. Quise mucho a Julián Aguirre. Carlos López Buchardo estuvo a punto de escribir un concierto para mí. También anduvo en lo mismo Juan José Castro, en tiempos que debió marcharse de la Argentina por cuestiones políticas en 1946”.

1924. Triunfo en París. La música de Bach y de Scarlatti se zambulle en sus poros. Rodrigo, De Falla, Castelnuovo Tedesco, Turina, Manuel Ponce, Mompou, Alexandre Tansman, Villa-Lobos, Roussel componen para él. La leyenda electriza el mundo. Tres matrimonios. Hijos. La fidelidad es sólo sinónimo de seis cuerdas.

“A mis alumnos les aconsejo que se ocupen de la música antes que de la guitarra. La música es el océano, los instrumentos son islas, más grandes o más pequeñas, más floridas o más áridas, pero islas al fin. También importan las lecturas, la literatura, la filosofía y sentir el afecto propio, no copiar el sentimiento de los grandes intérpretes, pues el afecto copiado es frío y falso. Timbre, mecanismo, interpretación, todo va junto”, afirma.

Visitas tucumanas

Tucumán lo abraza en varias oportunidades: septiembre de 1920; agosto de 1941; 19 de octubre de 1942 y septiembre de 1945.

Sobre su concierto del 42, en el teatro Belgrano, el crítico del diarioLa Gaceta escribe:

“Las interpretaciones de Segovia no necesitan ser analizadas. Todas ellas son magníficas y dignas de los más entusiastas elogios. El concertista interpretó Sarabande, de Handel; Preludi, Fuga y Bourreé, de Bach; un Allegretto, de Rameau, y un Andante, de Mozart, todas ellas vertidas magistralmente y superándose en la Fuga de Bach que la interpretó en forma admirable. En la segunda parte se escucharon la “Sonatina meridional”, del mejicano Manuel Ponce, una mazurka del polaco Alexandre Tansman y finalizó con la “Danza del Sol” de Enrique Granados”.

“En la tercera parte –prosigue el crítico- confluyeron en el escenario el eminente guitarrista español y la pianista catalana Francisca “Paquita” Madriguera para interpretar el magnífico Concierto para guitarra y orquesta, que su autor, el compositor italiano Mario Castelnuovo Tedesco, escribió y dedicó a Segovia, realizando a la vez una versión para guitarra y piano, con el objeto de facilitar su ejecución en lugares en que se carezca de un conjunto orquestal. Por aquellos años ambos músicos eran esposos”. Sobre la obra de Castelnuovo Tedesco comenta:

“El autor ha tratado el piano con gran acierto y en forma que en ningún instante su sonoridad perjudique la intimidad del sonido de la guitarra sin decir por ello que el piano no asuma la responsabilidad de contribuir a que la fusión sea perfecta… Segovia no ha podido encontrar mejor colaboradora que la exquisita pianista, tan comprensiva, tan delicada y tan artista que es Paquita Madriguera”.

El más imprevisible

Saca a la guitarra de la bohemia, de la informalidad, y la lleva a los escenarios más encumbrados:

“La guitarra es una pequeña orquesta. Cada cuerda es un color diferente, una voz diferente. Es el instrumento musical más imprevisible y menos fiable que existe… y también el más dulce, el más cálido, el más delicado, cuya melancólica voz despierta en nuestra alma exquisitos ensueños… Inclina ligeramente el cuerpo hacia delante para apoyar la guitarra contra el pecho, pues la poesía de la música debe resonar en tu corazón”.

Los 92 años aún le sacuden la alegría; los aplausos se renuevan admirados en los escenarios:

“No sé qué haré cuando sea viejo. No pienso dejar la guitarra ni dedicarme a descansar. Para ello tendré la eternidad”.

El título de marqués de Salobreña corona sus 178 títulos honoríficos. Más de 200 obras grabadas recorren el mundo, pero ya está algo fatigado. Madrid. 1987. Junio 2, las 7.30. Andrés Segovia se lleva la mano al pecho y con sorpresa descubre que su corazón ya tiene forma de guitarra. “Me muero”, alcanza a murmurar, mientras un Capricho Árabe le va cerrando los párpados a la vida.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

Deja un comentario