Recordando a Lalo Schifrin

“Si Bach viviera sería un músico de jazz”

Por Roberto Espinosa

Las corcheas jazzísticas garabatean una fuga en el aire. El contrabajo está dibujando un Blues para Johann Sebastian, mientras el swing se instala pausadamente en el teclado. Un rumor de Eisenach sobrevuela los espíritus y se confunde en un abrazo con las negras voces del Misisipí. Los ojos cerrados del pianista piensan que si Bach viviera en este siglo, sería un músico de jazz.

“No creo en corrientes ni escuelas, sí en personalidades. Después los críticos o los musicólogos deciden que alguien pertenece a tal escuela. No creo que Chopin supiera que era un romántico, ni Mozart que era un clásico ni Bach que era un barroco ni Charlie Parker que estaba haciendo be bop. Cada cual hace lo que siente y deja que los otros lo clasifiquen”, dice.

1932. Un pentagrama entrevera corcheas entre los barrotes de su cuna ese martes 21 de junio. En el escenario del Teatro Colón un violín paterno guía los sueños del changuito Boris:

“Mi papá me traía de regalo batutas de grandes directores como Toscanini, rotas en un ensayo. Me llevó a estudiar piano con el padre de Daniel Barenboim y después con el maestro ruso Andrea Karalis”.

Susto paterno
El jazz le hace una zancadilla a su adolescencia: “Todo estaba bien hasta que me recibí en el Colegio Nacional. Allí descubrí el jazz y mi padre se asustó un poco. El jazz estaba relacionado con drogas, night-clubes, mujeres de la noche. No lo culpo. Ahora que soy padre, comprendo que sus temores eran válidos. Aun así me dejó continuar con mi vocación”, cuenta.

Lalo Schifrin


René Leibowitz y Olivier Messiaen le ejercitan la imaginación en París.

“Nunca les decía a los músicos de jazz con los que me encontraba todas las noches, que los sábados me iba a escuchar la improvisaciones de Messiaen en el órgano, a partir de la misa clásica”, cuenta.

1956. En una discoteca porteña se agasaja a Dizzy Gillespie. El joven pianista porteño distribuye síncopas de sentimiento en el teclado. Dizzy se arrima:

“Si te las arreglas para llegar a Estados Unidos, tienes trabajo en mi banda”.

El viaje tardará un poco: “Conseguí en 1958 que me hicieran llamar de Estados Unidos para trabajar en un restaurante mexicano. Viví de lo que me pagaban y de las propinas”.

Gillespie es un mal político, cumple su promesa. Las puertas de la música se abre y el trabajo comienza a llegar. La Suite Gillespiana lo consagra. Partituras para películas y series televisivas. Bullit, La leyenda del indomable, El botín de los valientes, Mannix, Misión imposible.

Menos ego, más humildad
“La creación musical es esencialmente emocional, expresiva y también intelectual. Es un reflejo de la vida en sonido, y en la vida hay tanto sentimientos como ideas, emociones o percepciones. Cuando compongo a veces creo que soy un médium y que hay ideas en el aire que vienen de Dios posiblemente y es mi deber atraparlas. Hay que aprender la técnica para captar esos mensajes. Cuanto más trabajo, menos ego tengo, mayor humildad. Dirigir las grandes obras de los maestros del pasado y del presente me ayuda a comprender que uno tiene que ser humilde porque Mozart con tres líneas conseguía cosas que son sublimes”, explica.

Lalo Schifrin

La Orquesta Filarmónica de París lo erige en su director. Compone música clásica, a partir del jazz. Hace arreglos para los tres tenores (Pavarotti, Domingo, Carreras). Su vida respira en una sala de grabación.

“No creo que este sea un trabajo duro. Lo disfruto, me divierte. Compongo, dirijo, hago arreglos. Tres cosas distintas. Eso no es trabajo para mí. Es mi vida”, sostiene.

La casa de Groucho Marx es su refugio. Talento y buena suerte. “La dirección orquestal me ha rejuvenecido en el sentido de que el trabajo del compositor se está convirtiendo en muy solitario. Un escritor se da cuenta rápidamente de que su vida es solitaria. Uno puede ir a un café, estar con amigos y bohemios, pero cuando está escribiendo, se está solo. A mí me gusta el desafío”, afirma. Será por eso que para Boris “Lalo” Schifrin pareciera no haber una misión imposible.

En Tucumán
Lalo Schifrin vino a Tucumán en julio de 1986. Lo entrevisté en la Kehilá, de la calle Las Piedras al 900, donde se realizaban los ensayos. Hablamos de música, también del espiritismo y el budismo, asuntos que le interesaban por entonces. El 31 de julio, en el teatro San Martín, dirigió la Orquesta Sinfónica de la UNT, actuando como solista el chelista brasileño Juarez Johnson. El programa incluyó el Concierto para chelo y orquesta en Re menor, de Édouard Lalo, la Suite de “West Side Story”, de Leonard Bernstein y “Trópicos”, una obra de su autoría. Tras el concierto escribí esta crónica en el diario La Gaceta de Tucumán, publicada en la edición del domingo 3 de agosto:

“Todo comenzó cuando el hombre de frac agitó sus brazos en el aire. La orquesta insinuó sus primeros sones. El solista escrutó el rostro del director y encaramó sus dedos en el encordado del chelo. El público estaba atento a los movimientos de los tres protagonistas del concierto del jueves en el teatro San Martín. Lalo Schifrin, Juarez Johnson y la Orquesta Sinfónica de la UNT comenzaron a desandar los misterios del intrincado concierto de Édouard Lalo. Y fue al llegar el segundo movimiento que el solista puso todo su sentimiento al servicio del chelo, demostrando por qué fue durante cinco años solista de la Camerata Bariloche. De pronto, vinieron los aplausos que obligaron a dos de los protagonistas a saludar en repetidas oportunidades. Tras el intervalo, la propuesta musical tomó rumbos vinculados al surrealismo. ‘Trópicos’, obra de Schifrin, introdujo al público en un mundo abstracto de disonantes bellezas. Sonidos de quenas y charangos habitaron de pronto el último movimiento, mientras algunos curiosos buscaban sorprendidos a los ejecutantes que no estaban. Eran efectos que salían de los vientos y los violines. Leonard Bernstein quedó para el final. Aires de jazz se instalaron en el recinto. West Side Story sacudió la emoción de los músicos y de los oyentes. El público, de pie, testimonió su agradecimiento al maestro Schifrin y a la orquesta por esa velada de encuentro con la música”.

Roberto Espinosa

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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