Un hombre con dos almas

Por Roberto Espinosa

Una es atormentada, culposa, ambiciosa, ególatra, creativa, neurótica; con frecuencia, despótica. La otra es joven, bella, sensual, inteligente, apasionada, refinada, infiel. Pocos son ciertamente los que poseen dos almas y sus raíces divididas:

“Soy apátrida por triplicado: nativo de Bohemia en Austria; austríaco entre los alemanes y judío en todo el mundo. Siempre un intruso, nunca bienvenido”.

Amasa quizás hasta en sus sueños un sentido funesto de la vida. La muerte merodea en las ochavas de sus pensamientos. Ve morir a seis hermanos y presencia el suicidio de otro de ellos, Ernest. “La canción del lamento”, “Ritos fúnebres” y las “Canciones a los niños muertos” estremecen aún el insomnio de las estrellas.

El hijo de un posadero maltratador se refugia cuando changuito en el piano de su abuelo, escapándole así a la violencia familiar.

En broma, su padre le dice: “Seguramente, llegarás a ser músico”.

No puede vivir como compositor. Abraza entonces la dirección orquestal. Dirige las Óperas de Budapest (1888) y de Hamburgo (1891). No duda en convertirse en católico -esa es la condición- para asumir como director de la Ópera de Viena (1897).

Sus pesadillas musicales son monumentales: “Una sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcar todo”.

Diecinueve años lo separan de Alma Schindler, pero la llama del amor los enciende. Con el Adagietto de su Quinta Sinfonía la arropa con una tensa pasión. Dos niñas nacen y Putzi, la primogénita, muere de difteria a los cinco años.

La joven madre lo culpa por haber anunciado la desgracia en las “Canciones para los niños muertos”:

“En vida de las niñas me costaba tolerar y entender su interés por esos lieder. Mientras nuestras dos hijas correteaban por el jardín y gritaban de alegría, a mí, me embargaba una sensación de horror al ver como su padre era capaz de cantar a la muerte de los niños”.

1910, Leiden (Holanda), 26 de agosto. Curiosamente, el nombre de la ciudad significa “sufrimiento” en alemán. Esa tarde de viernes charla largamente con el famoso neurólogo.

“Si doy crédito a las noticias que tengo, conseguí hacer mucho por él en aquel momento. En interesantes expediciones por la historia de su vida descubrimos sus condiciones personales para el amor… tuve muchas oportunidades de admirar la capacidad psicológica de aquel hombre genial”, dice Sigmund Freud y le cobrará a ella años después los honorarios de aquella conversación psicoanalítica con su marido.

Sigmund freud

La sinfonía es su idioma. Su compañera. Su casa. Compone diez (la última queda inconclusa). Titán (la 1°), Resurrección (la 2°), Trágica (la 6°), De los Mil (la 8°) son títulos de sus obras. Vida, amor, muerte, agitan una trágica belleza en pos de lo grandioso. Ella se siente excluida en esa casa. Busca refugio en otros brazos.

Ha visto en Kaliště, Bohemia, la dolorosa luz ese sábado 7 de julio de hace 165 años.

“La música es como el viento, no se puede ver pero se puede sentir… Un vaso de vino en el momento oportuno vale más que todas las riquezas de la tierra”, recuerda Gustav Mahler, antes de partir ese jueves 18 de mayo de 1911.

Dos almas no hacen a la felicidad, pero pueden abrir con la música de la mano del sufrimiento una puerta de la eternidad.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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