BETO FERNÁN
Por Jorge Triviño Rincón

Era yo un adolescente, cuando llegó a nuestras vidas, la música del gran cantante salteño Beto Fernán. Debo reconocer que hasta este día, vine a saber que este intérprete argentino, había nacido en esa población con la que estoy emparentado por mi relación con la Editorial Juana Manuela, con la publicación de mis dos libros de carácter infantil y por la divulgación de mis artículos.
Siempre había querido hacerle un homenaje a tan insigne cantante, que tocó mi alma cuando era adolescente. Vivía yo en un barrio cercano a la ciudad de Manizales. Un lugar al que he denominado La montaña de luz, pues es una zona privilegiada, desde la cual, se puede ver la luz del sol en todo su esplendor en la aurora y en el crepúsculo.
Habitaba con mis hermanos y mis padres. Allí, en nuestra casa, teníamos un radio RCA Victor de tubos, pues los transistores aún no habían sido descubiertos; pero era de gran hermosura y tenía un teclado de marfil, con un selector de estaciones y otro del volumen, asimismo de un parlante recubierto con tela finísima y que vibraba cuando estaba encendido.

Yo y mis hermanos, amábamos la música romántica y hasta las ondas sonoras, llegaban las canciones de los cantantes de varios países de los cuales voy a citar, apenas unas cuantas canciones:
De México: Enrique Guzmán, Tu voz, Uno de tantos, Alberto Vásquez, Significas todo para mí, Roberto Jordán Amor de estudiante, César Costa Dile que la quiero; Polo (Leopoldo “Polo” Sanchez Labastida), vocalista del grupo Los Aston El último beso; de la República Argentina: Beto Fernán, Ahora sí de su álbum A pleno sol; Leo Dan Santiago querido, Palito Ortega Vestida de novia, y de Colombia, Oscar Golden, Boca de chicle, Vicky de Colombia, Pobre gorrión, Cristopher El hombre de la cima, Claudia de Colombia: Hoy daría yo la vida, Teen agers Bienvenido amor, Harold Micky Mouse, Fausto de Colombia Te inventé, Twist en la provincia, Ángela y Consuelo: Yo creo en Dios, Juan Nicolás Estela El llavero y mi corazón, Fabiano Limón limonero, Emilce Piel sobre piel, Ana y Jaime Café y petróleo, Yolima Pérez Me pensarás, Pablus Gallinazus Una flor para mascar, Yetis La Bamba, de España: Dúo dinámico Esos ojitos verdes.
Es esta una pequeña lista de cuanto puedo recordar; pero lo que quiero traer a colación, es que por esa época, mi vida era maravillosa, ya que—, a pesar de mis pocos años—, ya era un soñador, y me dedicaba a la contemplación de las obras divinas que encontraba a mi alrededor, y que tenía el afecto de mis padres y amigos de infancia, además de poder disfrutar de la música, la cual me causaba y me produce un mayor deleite y alegría.
Recuerdo esos caminos empedrados por los que yo transitaba para ir a llevar alimentos en un porta comidas de aluminio de varios puestos y de jugar fútbol en una cancha cercana a mi hogar; tan cercana, que bastaban dos o tres minutos para estar allí. Todo era ensoñación, alegría y encanto. Me parecía vivir en un edén donde me despertaba el trino de los pájaros y en la noche podía oír las ranas y sapos al croar; y escuchar el estridular de los grillos.
Yo me asombraba con cada ser que hallaba en mi camino: los lirios que se marchitaban demasiado pronto, los cartuchos de corolas marfiladas, adornadas en su interior por las gotas de rocío; las dalias y rosas silvestres, el duraznero pleno de frutos, los guayabos colmados de guayabas maduras, el brevo cargado de higos, las mariposas rondando de flor en flor, los cardenales, azulejos, los loros con su hermosa algarabía y las garzas en su vuelo a través del aire para llegar al lugar donde pernoctaban…
Todo era gracia para mi alma enamorada de la luz, del color y de las hermosas formas de la naturaleza.
Recuerdo, también, con claridad, la sensación de sacralidad que me embargaba, pues admiraba la luz de los vitrales de las iglesias que frecuentaba cuando éramos llevados por nuestros maestros a orar en latín antiguo y sentir que esos cantos elevaban mi alma a otras esferas más puras. Todo en derredor era encanto, armonía y plenitud.
Vivía la edad de oro en mi interior: la edad dorada de los pelasgos o Elenos se repetía en mí ¡Ah, todo se desenvolvía de manera sorprendente, todo brillaba, todo fluía! Allí comprendí que mi vida era —en ese momento— un eterno retorno al ciclo de la historia de la humanidad.
Y en medio de esa dicha, la música era un remanso de alegría sin par. Ella me brindaba armonía, y cantaba. Sí, cantaba con toda mi alma como aún lo hago, porque cantar es orar dos veces, pues alivia nuestras penas y eleva nuestro corazón a esferas sublimes.
Esas canciones de ese moderno juglar—, ya que anduvo por varios países, incluyendo a Colombia y visitando el Japón, donde fue popular—, pulsaron mis neuronas y me hicieron vibrar al unísono con todo en mi entorno.
De mozuelos, cantábamos las canciones de él, y recuerdo con claridad que una joven —que fue mi novia—, sabía de memoria sus canciones y las cantaba, razón por la cual, la llamaron “Beto Fernán”.
Cuando supe que este gran cantor había fallecido, no pude comprender la causa o motivo que lo llevó a tomar la decisión fatal.
¿Qué ocurre en el alma de un ser tan sensible y extraordinario? ¿Qué resortes hay en nuestro interior para tomar una decisión tan trascendental? ¿Qué imágenes conmocionaron su ser?
Definitivamente, los jóvenes de esa época, nos sentimos huérfanos, habíamos perdido a un amigo de viaje. Algo así, como perder un compañero en el camino. Alguien que nos alentó a amar con su canción un mundo de amor, o en su canción Felicidad:
Cuando veo a los niños contentos jugar
canción felicidad de beto fernán
con tanta ilusión. siente alegría y se pone a cantar
junto con ellos mi corazón, siente alegría
y se pone a cantar, junto con ellos mi corazón,
Muy fácil es el ser feliz, hay que querer
para contento poder vivir, muy fácil es
el ser feliz, hay que querer, para contento poder vivir.
Cuando escucho a mi madre contenta cantar
con su dulce voz, siente alegría y se pone a cantar,
junto con ella mi corazón, siente alegría y se pone a cantar,
junto con ella mi corazón.
Muy fácil es el ser feliz, hay que querer
para contentos poder vivir, muy fácil es
el ser feliz, hay que querer, para contento poder vivir.
En las cosas sencillas se encuentra el amor,
siempre búscalo y si lo encuentras también cantarás
junto conmigo esta canción…
y si lo encuentras también cantarás
junto conmigo esta canción,
muy fácil es el ser feliz, hay que querer
para contento poder vivir…
Esta canción, caló en lo más profundo de nuestra alma, incrustándose en nuestro corazón y ha sido, es y será una guía que iluminará nuestro sendero.
A él, agradezco haber llegado en esa época trascendental, en ese momento en que mi ser buscaba un horizonte y una brújula que me guiase. Había reencontrado el amor como fuente de vida, como manantial primigenio, el que ya había manifestado El rabí de Galilea; a quien, igualmente, se le denomina La rosa de Sharon. Fue un mensaje sublime, en medio del fragor de mi existencia que me ha fortalecido y me ha mantenido incólume frente a las adversidades.
Como plantea el gran escritor español Ramón del Valle Inclán, en su libro La lámpara maravillosa:
Gozo y amor en la gracia de todas las vidas, es el segundo tránsito para entender la belleza del mundo.


