(Geoffroea decorticans)
Por Fernanda Rossi

San Carlos es un pueblo mágico que late en el corazón de los Valles Calchaquíes salteños. Cuando llega noviembre se viste de amarillo dorado gracias a los chañares que nos regalan sus flores.
El chañar, es un árbol que despierta la imaginación y evoca historias. Tiene una fuerte presencia en la cultura y el paisaje argentino, especialmente en las regiones áridas y semiáridas. Un árbol que nos enseña que se puede, que aún en condiciones adversas podemos crecer, florecer y dar frutos.
Además de sus usos prácticos, el chañar tiene un gran valor simbólico. En muchas culturas, se lo considera un árbol sagrado, asociado a la vida, la muerte y la sanación. Es un árbol de vida para todos los que tenemos el privilegio de vivir cerca de ellos, un símbolo de la conexión entre los seres humanos y la naturaleza.

Con diciembre llegan los frutos. Caminando por las callecitas arboladas de este pueblo mágico, descubrí que los árboles rebosaban de ellos. Mi bolsa ecológica, a modo de chuspa, me transportó a los tiempos de los antiguos pobladores de estas tierras. Mientras recolectaba me transporté a esa época precolombina, imaginando la algarabía de la actividad comunitaria. Mujeres, hombres y niños cantando mientras llenaban sus chuspas y cantaban alabanzas a la madre tierra por la abundante cosecha, vital para la continuidad de la comunidad.
Bandadas de loros chillones me acompañaron todo el tiempo, mientras yo recolectaba los frutos de las ramas bajas ellos se encaramaban en las más altas. El sol, que en el valle se siente implacable, se colaba por entre el frondoso follaje y me amparaba del calor. Bendita naturaleza.


Al terminar mi paseo, con el tesoro de pepitas doradas a cuesta, llegué a la cocina y puse a remojar los frutos, para descartar cualquier hormiguita viajera, como yo, que se hubiera quedado atrapada en el dulzor de la pulpa. Después de lavarlos cuidadosamente, los lleve al fuego con mucha, pero mucha, agua potable.
Mientras veo cómo danzan al compás del agua que hierve, recuerdo la leyenda del chañar…
En el monte vivía una anciana muy conocida por ser curandera. A su rancho, humilde, acudían los miembros de su comunidad para que los cure. A veces curaba el empacho, un dolor de muela, una pierna quebrada. Otras veces escuchaba y curaba los corazones rotos y las almas desesperadas. Su farmacia, como imaginarán, se encontraba en el monte. Con la seguridad de generaciones de curanderos y chamanes, escogía las hierbas adecuadas y con la paz que solo un espíritu elevado posee, preparaba sus pociones.
leyenda del chañar
Cuenta la leyenda que llegó a su rancho un pequeño niño, de cabellos rubios como el sol y ojos celestes como el cielo, estaba muy malherido. A pesar de no ser de su comunidad, la anciana lo curó. Desde ese día el amor entre ellos se hizo más fuerte, como abuela y nieto, como maestra y aprendiz. El niño creció, pero nunca dejó de visitarla. De ella aprendió los secretos que encierra la naturaleza y el amor por ella. Después de un tiempo la anciana sintió que era momento de partir de esta dimensión. Llamó a su joven nieto-aprendiz y le entregó el talismán que había heredado de anteriores curanderos y chamanes de su pueblo.
Como era deseo de la anciana, la enterraron en el monte. El joven vertió lágrimas de tristeza por la pérdida de su abuela-maestra, que regaron la tierra. De pronto un árbol extraño y hermoso brotó, era el chañar.
Este árbol misterioso, de ramas espinosas y frutos dulces, se convirtió en un símbolo de amor. Sus hojas y corteza seguían sanando, sus frutos alimentaban a muchos, y su sombra brindaba refugio a los hombres y animales.
La compota con mis frutos está lista. Con ellos hice una carbonada, el zapallo que se cultivó en este pueblo mágico quizás se convierta en un carro tirado por centenares de loros que me lleven a vivir increíbles aventuras. Mientras voy bebiendo una deliciosa limonada con el líquido de cocción mezclado con jugo de limón y jengibre. Cuando aterrice, quizás en la cima de uno de los cerros que circundan el valle, disfrutaré de mi postre: manzanas asadas con el vino mistela que produce mi vecino, el fruto del chañar cocido y cortado por la mitad, una cuantas nueces picadas y un toque de queso de cabra.
¡Hasta la próxima aventura queridos lectores!

