Y al fin andar sin pensamiento

A la memoria de Homero y Virgilio Expósito

Por Roberto Espinosa

Un brazo largo cobija cuatro almas en el abrazo. En la hondura del río, un griego moja su ceguera en las épicas correrías de Odiseo. Un romano ventila en los versos el coraje de Eneas.

Corchos flotantes, las palabras se cuelgan de la Cruz del Sur. Tanta ternura deshojada echa a rodar unos besos muertos. Una pareja desnuda el maquillaje del sentimiento. “Vete de mí”, le dice ella.

“Quedémonos aquí… nuestro cansancio es un poema sin final”, responde él.

Afiches de percal. Trenzas de lino que se anudan a un naranjo en flor. Un puente enlaza los corazones de dos hermanos entre la bonaerense Zárate y la entrerriana Brazo Largo. Abrojos del griego y el romano, Homero y Virgilio pescan en el Paraná sus tangos, boleros y canciones.

La ginebra trastabilla en las palabras. La nocturnidad crepita en las remembranzas de un tango que ventila dos soledades.

VIRGILIO: A menudo pienso que la diferencia de edad no fue obstáculo para que pudiéramos perpetrar travesuras creativas. El pueblo siempre tuvo un misterio que floreció en música. El año 24 me vio nacer; vos habías visto el alba en Campana, casi seis años antes, pero te criaste en Zárate. Nada es casual. El tata escribía poesía, teatro, era un autodidacto. Seguro que no la pasó bien cuando changuito… como todo huérfano.

HOMERO: Sí, como vos decís, Virgilio, el viejo Manuel Juan era un gran lector, tenía su ilustración. En la Casa de los Niños Expósito, donde lo dejó su madre, creció, aprendió a hacer pan… Era, como se dice, un hijo de nadie. Nuestro apellido significa hijo de nadie… lo adoptó al hacer la colimba. Le preguntaron su nombre. “Soy Manuel Juan”. “No le vamos a poner Juan de apellido”, le dijo un teniente. “No, no, me voy a llamar Expósito por la casa que me recogió y donde me crié”. Comenzó a trabajar en una panadería en Zárate, hasta que pudo montar su propia confitería, a la que le puso “Mimo”, como me apodaban a mí por las morisquetas e imitaciones que hacía de chiquito.

VIRGILIO: Vos te debes acordar, Homero, cuando empecé a estudiar el piano. Tenía cuatro años, tomé clases también con el violinista alemán Juan Elhert. Nuestro hermano menor, Luis María, al que se le dio por la dramaturgia, siempre decía que el viejo, que tenía sangre de anarquista, nos puso estos nombres, parece que nos anticipaba el camino por el que más tarde andaríamos.

La luna desnuda su pudor en el Paraná. Los grillos parpadean estrellas. La memoria despereza su modorra en la mesa fraterna de la nada, donde los duendes se sientan en el corazón de una canción.

VIRGILIO: Yo tenía 14 y vos 19, cuando hicimos el primer tango. Era el 38. “Rodando” fue interpretado por Libertad Lamarque y transmitido por radio Belgrano, todo un honor. Pero pasó inadvertido, tanto que no tenemos rastros de esa primera pieza. Es una lástima. Después, a los 16 años formamos un conjunto de tango típico con el baterista Tito Alberti, padre del baterista de Soda Stereo.

“Tal vez se enfrió con la brisa, tu cálida risa, tu límpida voz… Tal vez escapó a tus ojeras la reja, la hiedra y el viejo balcón… Tus ojos de azúcar quemada tenían distancias doradas al sol…” ¿Te acordás?

HOMERO: Sí, cómo no me voy a acordar, ese valsecito lo compuse con Francini y Héctor Stamponi, es uno de los que más me gusta y de los más populares. En el 39, con ellos dos, compuse un tango para poder afiliarme a Sadaic, había que rendir examen…

“Yo sé del vil ensueño y la quimera porque a cada momento los encuentro. Lo malo es que me gozo por adentro con cosas que practico por afuera. Salí con la linterna y la apagaron, la apagó la mujer de mi ansiedad, y dicen que ando a oscuras, mas la erraron, yo sé que me ilumina la verdad…”

A “Bohemio” lo estrenó Hugo del Carril en Radio Splendid. Nos gustaba mucho el jazz. En Norteamérica, ya habían surgido Cole Porter, Gershwin, que transformó la música e hizo el blues de los negros en blanco.

Llegué a tener una casa de discos de jazz en Buenos Aires y vos tenías una orquesta de jazz… tantas cosas hicimos y vivimos. Me parece que no hay ningún lugar para el arrepentimiento.

VIRGILIO: Vivimos intensamente, sin pensar en la fama. Componíamos para divertirnos hasta que después se convirtió en un modo de ganarse el pan. La penumbra trastabilla en los recuerdos. La neblina hurga ahora las voces que se cuelan por las hendijas del tiempo. La ginebra se hamaca en las palabras.

VIRGILIO: Compusimos boleros, bossas, cumbias, música litoraleña… No nos privamos de nada, mi querido Homero.

“Tienes eso, eso, eso, que me tiene preso, eso, eso, tienes todo eso, eso, eso, que es la juventud. Tienes todo, todo, todo, puesto de tal modo… Tienes tanto, tanto, tanto, que por eso canto, canto, canto porque tienes tanto, tanto, tanto como un beso en flor. Tienes eso, eso, eso que me tiene preso, eso, eso, tienes todo eso, eso, eso que se llama amor…”

Ese foxtrot que tenía una letra superficial, fue muy grabado en los 60 e hicimos unos buenos mangos, pero casi nadie sabe que somos los autores. Ya nadie lo canta. Cuando éramos pibes vendíamos caramelos en el cine del barrio; vos ganaste un concurso de poesías del diario Noticias Gráficas y yo me subía al escenario para imitar a Maurice Chevalier, hacíamos de todo…

HOMERO: Y sin otra pretensión que divertirnos, no se nos pasaba por la cabeza ser, lo que se dice: ¡“Artistas”! Fijate que de varios centenares de piezas que compusimos, unas veinte quizás han quedado en el repertorio, lo cual no es poco. El artista – ¿sabés?- no debe mirarse al espejo, sino desde el espejo. Después le encontramos la vuelta para vivir de la música.

Al poco tiempo de llegar a Buenos Aires, me puse a hacer política para los autores en Sadaic. Me llamó a colaborar Manzi, y estuvimos hasta 1950, entonces, porque no era peronista, me tuve que fletar, anduve por España y Francia. En París estuve un año y me ganaba un dinero copiando música para la Ópera de París, hasta que me cuentan que el estado del tata había empeorado y regresé. En Zárate puse un restaurante de primera: El Sibarita, me fue bien. Pero después se me ocurrió poner otro en Mar del Plata, en Punta Mogotes, naufragué y me dije que mi profesión era escribir.

La guitarra sobrevuela un sentimiento. Un susurro lluvioso conquista la ventana sin estridencia. El empedrado zarateño busca los pasos fraternos. Los naranjos agitan en el viento las hojas de la remembranza.

VIRGILIO: Cuando uno tiene hechas más de dos mil canciones, cuando enseña y tiene discípulos, cuando se levanta cada día con un proyecto de vida nuevo, como ahora que acabo de formar un trío y canto, y venís vos y me preguntás cuántos años tengo, debo contestarte que no soy inmortal, pero soy un artista, y ellos no cumplen años sino obras. Siempre anduve buscando nuevos horizontes, por ejemplo, hurgué en el mundo del rock nacional. Hice travesuras con Litto Nebbia, Charly García en la banda de sonido de “Funes, un gran amor”, y con Andrés Calamaro; además tuve, entre mis alumnos, a Juan Carlos Baglietto.

HOMERO: Sí, claro, tenías más amplitud que yo, en ese sentido. Eras un rockerito, pero no de la primera hora (se ríe), pero también pasaste por la bossa cuando te fuiste a vivir a Brasil en los 60. Recuerdo que en la adolescencia y después estudiaste con Alberto Ginastera; él te incentivó para que dejaras el liceo militar -¡por suerte!- y te pusieras a estudiar música.

VIRGILIO: Siempre tuviste un alma bohemia. ¿Te acordás esa vez que pusiste un tablón sobre dos tambores de nafta grandes y empezaste a vender pizza? Luego pusiste el restaurante El sibarita, con cuadros pintados en las paredes, y donde los pájaros volaban adentro del restaurante. Y cuando vos te sentabas a comer, llamabas un pájaro, el pájaro venía, se posaba en tu dedo y vos hablabas con él y toda la gente se deleitaba con tu charla ornitológica. Eras muy creativo. A diferencia de mí, eras muy sociable…

La luna se sienta en las ojeras de la noche. “Me cuesta vivir sin vos”, le dice un meteoro que le arroja un beso en su frenético zigzagueo. Por las volutas del humo del pucho, una pareja dibuja un tango entre las cuerdas de la guitarra HOMERO:

Me parece que la bohemia murió en la década del 50 y debe haber ocurrido en todo el mundo, nunca más la vi. Ni acá ni en los países de Europa que visité.

Éramos un enjambre de vagos que nos encontrábamos a las cuatro de la mañana. El tiempo entonces corría muy lento. La nuestra era una ciudad poblada día y noche, de horario eterno. “Vagos con halagos de bohemia mundanal. Pobres, sin más cobres que el anhelo de triunfar, ablandan el camino de la espera con la sangre toda llena de cortados, en la mesa de algún bar. Calle como valle de monedas para el pan… Río sin desvío donde sufre la ciudad… Los hombres te vendieron como a Cristo y el puñal del obelisco te desangra sin cesar”.

VIRGILIO: Sí, ese es el tango que compusiste con Domingo Federico… Para mí la bohemia, hoy empieza a las cuatro de la mañana cuando me levanto y me siento al piano y toco lo que estaba soñando. Compuse más de dos mil temas. Enseño, tengo discípulos, entonces todos los días me levanto con un proyecto de vida nuevo. Como te dije antes, los artistas no cumplimos años, cumplimos obras. Somos como los relojeros. Ellos arreglan las esferas y hacen funcionar las agujas y el artista crea las agujas para que le ganen al tiempo.

HOMERO: Todos los días escribía un soneto por disciplina. Dicen que había incorporado una suerte de surrealismo al tango. La verdad es que no me planteo esos asuntos cuando escribo. Cuando me preguntan entre qué colegas me ubico, respondo entre la nostalgia de Manzi, que no era una nostalgia quejosa sino una tristeza, que no es lo mismo y, por otro lado, con la cosa dura, crítica, de Discépolo. Cuando escribo siento ciertas afinidades y me digo:

“yo debo tener un negro atado a una pata que me escribe esto”.

Por los ojos del silencio, dos soledades caminan. Un eclipse de amor parpadea en los vasos de los hermanos. Un murmullo de ginebra se baña de poesía y música. Los gestos fraternos abrazan un eco de luz en el túnel de la eternidad.

HOMERO: Creo que es el mejor tango que compusimos. Fue el último que hicimos…

“Te enseñé cómo tiembla la piel cuando nace el amor, y otra vez lo aprendí; pero nadie vivió sin matar, sin cortar una flor, perfumarse y seguir…”

VIRGILIO: Nelly, tu mujer, contaba que habías hecho 74 versiones de “Chau, no va más”. Y que un día entró al escritorio y te dijo:

“¡Homero, basta, por favor, se te va a reventar la cabeza”! Eras muy perfeccionista.

HOMERO: Bueno, lo que pasa es que no quería que nadie me reprochara que había una coma mal puesta.

VIRGILIO: Cuando un tipo hace una canción en serio, está diciéndoles a todos dónde está la verdad y gana por ese simple detalle de la comparación, nada más. En tus letras siempre hay alguna cosa fatal, algo que nunca se te dio. En la quiniela de la vida, me parece que hay un número que nunca te cantaron, que nunca se te dio: Recuerdo que cuando eras muy joven hubo una novia que no te quiso. Y estabas muy enamorado en aquel entonces, y es posible que parte de tu obra a través de tantos años, haya sido sobre ese problema…

HOMERO: ¿Quién puede decirlo? Y sí, varios tangos hablan del amor frustrado, algo queda siempre en los laberintos del alma…

¿Adónde fue tu amor de flor silvestre? ¿Adónde, adónde fue después de amarte? Tal vez mi corazón tenía que perderte y así mi soledad se agranda por buscarte. ¡Y estoy llorando así cansado de llorar, trenzado a tu vivir con trenzas de ansiedad… sin ti!

VIRGILIO: A mí me encanta Yuyo verde, allí está el relato y la síntesis de aquella desventura de tu vida, pintada de un modo hermoso, sencillo, vital. Lo cantaba una vecina en el patio, cuando yo era un chiquilín y lo recordaba en todos los veranos:

“Íbamos perdidos de la mano / bajo un cielo de verano / soñando en vano…”

O Trenzas, donde las metáforas poéticas y la genial estructura de los versos merecieron incluso la admiración de Discépolo. Siempre me llamó la atención que no hayas escrito sobre la muerte; la única certeza que tenemos en la vida es que vamos a morir y puede ocurrir en cualquier momento.

HOMERO: Con la muerte somos amigos, pero jamás me inspiró poema alguno. Es que ella no es la protagonista de la vida, que es finalmente lo que merece ser cantado. Yo tomo la muerte como un paso dialéctico más, una cosa sin mayor trascendencia en el devenir de las cosas. Hablar mucho de la muerte -¡qué querés que te diga!- me suena a puro cuento.

Fuentes
En la charla entre los hermanos, se introducen reflexiones de Homero y Virgilio vertidas en diversas entrevistas encontradas en Google, entre otras:

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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