Un corazón patrio vestido de tango

Por Roberto Espinosa

Y cuando le tocaba la boca, una bocanada de afecto se le colaba por los poros. Se sentía entonces una ñata linda, una llorona, una misia mentirosa, a veces una ladrona de corazones…

Bajo el cielo de la bohemia, con su hermana de las seis cuerdas hacían bailar el desvelo. Fueron su única herencia.

La bondad del tano dejó de latir, cuando su sonrisa pisaba los 12 años. Sin tata, con una madre de la que casi nada supo, salieron a desandar las caricias de la noche en una zamba, una ranchera, un tango. Atrás había quedado ese 30 de octubre de 1893, cuando su vida tucumana pataleó por primera vez.

“Sin un solo adiós, dejé mi hogar cuando partí, porque jamás quise sentir un sollozar por mí. Triste amanecer que nunca más he de olvidar hoy para qué rememorar todo lo que sufrí…” Nunca imaginé que podía tener letra.

Te acordás, “Pucho” Escobar, cuando descosían el insomnio en las mesas del bar El Japonés, ese de la calle San Martín al 600. Su ingenio sacudía fantasías.

– Sí, claro… cuando hablaban de dinero era nada más que para el cigarrillo, el puchero o el café… su rueda preferida se armaba con el Gaucho Sobrecasas, Juan Carlos Iramain, Miguel Buchino… Me acuerdo que el cáustico Iramain le preguntaba si era cierto que en el Café España -donde tocaba con su orquesta-, había puesto la partitura patas para arriba, porque total… no sabía música. ¡Él dijo que era cierto!


El Paraná rosarino sueña ahora sueños tucumanos. El piano se guarnece en la copa de su alma. Vuelve al pago. Con el dos por cuatro despabila duendes en El Buen Gusto, El Polo Norte, Pinello, la chopería Baselga, en LV12… Una soledad mistonga. Desafinada.

Lo atrapa Buenos Aires con tres mangos en el bolsillo. Un abrazo lo cobija bajo la noche con Eduardo Arolas, Roberto Firpo, Vicente Greco. La armónica que late en sus labios, la guitarra que le tremola en las costillas del afecto, se hermanan con el piano que convierte en terceto su corazón.

No recuerdo bien cuándo nací. Tuve la suerte de que el corazón del pueblo me adoptó.

“Cual vagabundo cargado de pena yo llevo en el alma la desilusión y desde entonces así me condena la angustia infinita de mi corazón…”

La verdad que además de Lito Bayardo, me vistieron con sus versos Eugenio Cárdenas y Ricardo Llanes. Juan D’ Arienzo, Roberto Firpo, Francisco Canaro, Luis Petrucelli, Osvaldo Pugliese, Horacio Salgán, Florindo Sassone, Rodolfo Biagi, me tocaron las fibras más calientes… Emocioné el garguero del Agustín Magaldi… pero no soy tan narciso, mis hermanos Pirincho, 25 de Mayo, Lunes, El Borracho, Mi Vida, Picante, Memoria, Noche de estrellas, Bicho feo, La llorona, La mentirosa… se codearon con el Gardel, el Quique Cadícamo, Carlos Dante, De Angelis, Fresedo, Maglio, Ángel Vargas… La Quebrada de Lules y Tucumán le florecieron el alma.

Modestia aparte, creo que te di muchas satisfacciones. Lejano Nueve de Julio de una mañana divina, mi corazón siempre fiel quiso cantar y por el mundo poder peregrinar, infatigable vagar de soñador marchando en pos del ideal con todo amor hasta que al fin dejé mi madre y el querer de la mujer que adoré…

¿Te acordás de mí, José Luis Padula, de este tango que pariste en tu corazón patrio? Ese 12 de junio de 1945 le puso una zancadilla a tus 51 años.

En mi dos por cuatro, viaja tu eternidad.

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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