Un Chopin con veleidades de tanguero

Por Roberto Espinosa

¿Qué habría sucedido si Chopin hubiera nacido en San Telmo, en La Boca o en Puerto Madero?

Un abrazo de corcheas lo podría haber recibido en su 1810 natal, en las barrancas del Plata, a escasos metros del Cabildo. Habría sido lógico que en este paisaje, la sangre revolucionaria bullera también en su música.

Si nuestro gran Carlitos hubiese sido su contemporáneo habría compuesto nocturtangos, barcalongas o milonbarcas o tangoludios. También nocturnos en “cuesta abajo”, del “farolito de la calle en que nací”, una mazorca dedicada a Villoldo, o el tango en Do sostenido menor “Por una cabeza”.

Las manos madrileñas de 27 años desplegaron el talento y el humor sobre el teclado en el Centro Cultural Virla de la Universidad Nacional de Tucumán, el 11 de agosto pasado, derrotando su estado gripal. Dos días antes, junto a la Orquesta Sinfónica de la UNT, guiada por el maestro Roberto Buffo, había entregado con notable solvencia el Concierto para piano Nº 1 Op. 15, de Johannes Brahms. Días después, se presentó en la Sala Argentina, del Centro Cultural Kirchner, invitado por el Mozarteum en su ciclo Conciertos del Mediodía.

Ha desplegado su sensibilidad pianística en Tucumán, por lo menos, en tres ocasiones.

“El piano llega relativamente tarde a mi vida, comparado con otros intérpretes. Tomé unas clases de música cuando era pequeño, pero como era un chico muy inquieto, pues no prestaba mucha atención y eran clases de solfeo, no de piano, entonces la profesora le dijo a mi madre: ‘Mejor, póngalo en clases de esgrima, que seguro que se lo pasará mejor’. Mi madre, muy contenta, dijo: ‘pues será deportista o abogado o arquitecto’. Y fue hasta algún año después que fui a jugar a los videojuegos a casa de un amigo y su madre era pianista. Me puso a tocar el piano, tocamos una pieza muy sencilla, pero ella tocaba una parte más compleja. Empecé a estudiar con ella y entré en el conservatorio a los 11 años, donde me gradué antes. Empecé el máster a los 20 en la Colburn School de Los Ángeles. La gente me ha animado a seguir. Pero sobre todo hay algo dentro de mí que me lleva a tocar, a practicar, a querer preparar y compartir este tipo de música”, cuenta Raúl Canosa.

Raúl Canosa

Su pequeña humanidad se agiganta cuando se sienta al piano. En el recital del Virla, su Chopin en tiempo de tango produce la hilaridad del público, así como sus comentarios. Antes ha deleitado al público con la intrincada Balada en La bemol mayor del poeta del piano y el soñador Intermezzo Op. 118 Nº 2, de Johannes Brahms. Composiciones de los hispanos Miguel Ángel González Vallés y Carlos Danés dibujan la gracia en el recinto.

La vena humorística del pianista franco iraní Nima Sarkechik, bien conocido por los tucumanos, se trepa al escenario por invitación del madrileño. Una divertida versión de la Danza Húngara Nº 5, de Brahms, en tiempo de salsa, brota de las cuatro manos en el Kawai. Una expresiva versión del “Vals del duende”, de Alejandro Dolina, despierta un clima intimista en el adiós de un recital atípico.

Canosa que ha trabajado recientemente los conciertos de Brahms con Bruno Gelber, aspira en 2025 visitar a los salteños.

“Esa posibilidad de realmente diseccionar y encontrar esa unión con el instrumento, en los aspectos técnicos musicales en el fraseo. Pues es algo que me apasiona mucho trabajar ir descubriendo, madurando. Me ilusiona poder seguir progresando y aprendiendo y nuevos maestros que me dan nuevos consejos o cosas que descubro, después de horas de estudio, pues esa perspectiva de progresar, de poder aprender la infinidad de repertorio que hay, que es de una inmensidad inabarcable, de una belleza incalculable. Pues vamos, no tendría suficiente en esta vida para hacer todo lo que me gustaría solo en el piano”, sostiene creativo y talentoso madrileño.

Raúl Canosa

Publicado por Juana Manuela

Empresa destinada a la publicación de textos de difernetes géneros literarios, como así también a la difusión de nuestra cultura latinoamericana.

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