Por Jorge Triviño Rincón
Sócrates—, el más avanzado discípulo de Teodoro de Sirene—, profundamente agradecido por los conocimientos brindados por su noble maestro, fijó la vista en el áureo horizonte donde el sol radiaba montañas con esplendorosa magnificencia, sierras, valles y ríos; entonces se encendió en el rostro del joven un fulgurante brillo de alegría.
—Es hora de mi partida. He comprendido a través de mis experiencias con vos—, oh sabio—, que en verdad no existe un camino que deba recorrer. Dentro de mí se halla la luz—, eterna flama— que ilumina y vivifica mis sentidos: El amor. Él es la fuente de sabiduría, de belleza y de armonía, él es la fuerza real que reina en el Universo y es la que permite la armoniosa marcha de mundos, soles, planetas, estrellas y galaxias. En él—, el amor—, se halla el precioso elixir de la vida y de la eterna juventud.
Debo aprender pues a amar todo cuanto mis sentidos perciben. Él es la luz eterna, ya que la palabra Amor representa lo inmortal que poseemos y brilla como diamante en el cardiferus o corazón. Allí clamaré cada vez que necesite aliento, calma, sabiduría o ayuda. La voz de la consciencia suprema tiene su átomo inmortal o Athanatos, aquí—dijo—mientras señalaba con su mano derecha el corazón.
Yo soy la fuente de sabiduría y verdad, ya que soy un exponente de la vida infinita que está dispersa por todos los confines del Universo. Nada escapa a mi comprensión si me aplico a entender el mecanismo de cuanto me rodea.
El pneuma o aliento, que recibí cuando respiré al salir del vientre de mi progenitora, es el mismo que alienta a toda criatura que vive y es el que me pone en conexión con el aliento de la madre naturaleza, manifiesto en la bajamar y en la pleamar.
Maestro: yo soy el templo del espíritu que brilla maravillosamente y se hace deseo, pensamiento, sentimiento, imaginación y amor universal.
Voy a ahondar en la comprensión de la única verdad manifiesta: La vida, ya que es lo único que percibo. Si miro a las criaturas que habitan en las profundidades del mar, de los ríos, lagos o cuanta fuente existe, percibo criaturas vivientes; si observo hacia la tierra a los seres que reptan, se arrastran y caminan; veo fulgurar la vida en sus ojos bellos —y si por el contrario— elevo la vista hacia el anchuroso aire, de nuevo; es la vida la que ondea, ondula y se agita vigorosamente.
El estrellado cielo que cada noche contemplo, tampoco escapa a la conclusión real de que las miríadas de soles, estrellas y galaxias están colmadas de vida y más vida…
¡Adiós maestro! Voy a ahondar en la comprensión de los misterios del Universo, ya soy consciente de que poseo la preciosa gema, la que jamás apaga su luz, aunque las tinieblas me cerquen, aunque la angustia me invada y el infortunio me persiga; la voz silenciosa que a todo ser acompaña…
El anciano sonrió, comprendiendo que su aventajado alumno, había llegado a la base de todo sistema filosófico: ¡Ser maestro de sí mismo!
Las Tertulias de Juana Manuela 