Por Roberto Espinosa

Negro. Blanco. Moños. Las 20.20. Fila india. Suben al escenario. Acomodan los atriles. Se sientan. Breve pausa. Un fragmento esencial del jazz ingresa. Saluda. La simpatía se balancea entre los aplausos. Los smokings revisan sus instrumentos. Las corcheas se preparan para bailar a las 20.30. Impaciencia. El ministro no aparece. La contrariedad gesticula. Mira nuevamente el reloj. 20.35. Reojea al público. Se sienta al piano.
Unos acordes piruetean en el teclado. Le tienden la mano al clarinete. Al saxo. Un diálogo de orquesta viste “Black and tan fantasy”. El mini ministro aparece. La sonrisa nívea se pone seria. Le dirige una mirada de disímil interpretación.

Al concluir la pieza, el funcionario se trepa al estrado. Se derrite en elogios demorados. Inquieto, el hombre de pantalón blanco lo levanta en vilo. Le abrocha un beso en la mejilla. Carcajadas. Y con los ojos pareciera decirle simpáticamente:
“¡Vete de memoria!”
Se sienta. Alborota el piano con un juego de acordes. La orquesta «Toma el Tren A». Frenesí desatado. El público se para. Se contonea. «¿Cuál es él? ¿Cuál? ¿Cuál?», pregunta una molesta dama con tapado de piel, sentada en las tribunas.
“¡El negro de smoking, señora!”, le acota don Chicho. Todos están vestidos así, menos el conductor.
Solos. Dúos. Tríos. Se anudan en el aire. Percusión y contrabajo desnudan una charla y dejan en soledad al saxo barítono en “La plus belle Africaine”. La emoción fluye. La vida también.
La felicidad se pone de pie con “Don’t get around much anymore”. Los más de 1.500 corazones brincan. En la cantina, el Duque sufre un acoso de achuchones y besos. “Lo saludemos”, invita don Chicho.
Con un verso de Langston Hughes, lo sorprende. “¡Okey, okey!”, le dice con alegría el vozarrón a la pequeña familia. La mano de 10 años estrecha la simpatía del músico, grande como el spiritual de los negros.
Sábado 7 de septiembre de 1968. Club Estudiantes. Ese abrazo de jazz. La sonrisa blanca en la noche de su rostro. Los “¡Ok, ok!” de Duke Ellington quedaron desde entonces repiqueteando en el ombligo del corazón.

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