Por Roberto Espinosa

Colombia. 1935. Reventón, gritos, humo. El fuego roza sus párpados. Una taquicardia de flashes le bordonea las pupilas de la memoria. La vida le golpea en las sienes. Los olores del Abasto le emponchan la mishiadura. Le entreveran ecos franchutes y yoruguas.
Rumores de desilusión se posan en la Reina del Plata. Le duelen críticas. Amigos se desamigan. Deudas. Ingratitud. Ella no pierde la cordura. A veces le cuesta. Hace un esfuerzo y aparece. También en los ojos. “Flor de tango” y “Mi noche triste” inauguran desde una grabación la música ciudadana en 1917.
Las imágenes de un jardín otoñal caminan por las mesas ese 9 de mayo de 1919. En el Salón Esmeralda, de Muñecas 284, la emoción tucumana se despabila durante cuatro noches con ese puñado de canciones criollas que regala el dúo que conforma con José Razzano. La proyección de dos películas antecede a cada actuación.

Ecos de segundos. Ella vuelve a iluminarse. 1931, Costa Azul. Fiesta. Dos Carlitos. Uno, de amores con May Reeves, no le da tregua a la botella de coñac. El otro echa a volar un tango. Le toca el alma al duende de “El pibe”. “Comenzó a cantar y me impresionó hondamente.
Tenía un don superior al de su voz y su figura, y una enorme simpatía personal con la que se ganaba, de inmediato, el afecto de todos”, dice Chaplin. La voz de Federico, poeta granadino, le aletea en las orejas:
“Es mi hermano desde el mismo día en que lo escuché cantar una jota y un tango”.
Ella es generosa. Sus brazos se abren siempre a la alegría. A la vida. Atraviesa fronteras. España. Francia. Colombia. Venezuela. Puerto Rico… Llega a Nueva York. Estampa su alma en “Cuesta abajo”, “El tango en Broadway”, “El día que me quieras”, “Tango bar”, películas que la llevarán lejos. Abrazará multitudes.


Aeropuerto de Medellín, 24 de junio. El reloj le pisa los talones a las 15. Premonición. Estertores de adiós. Ella se aferra a un sentimiento.
“Volver errante en las sombras, lejana tierra mía, bajo tu cielo, esta soledad de golondrinas silba una melodía de arrabal. Mi Buenos Aires querido, el beso de sus labios… fue su amor de un día, cuesta abajo voy con mi amargura. Quiero el beso de sus boquitas pintadas, frágiles muñecas del olvido y del placer… Cuando tú no estás muere mi esperanza, todo es dolor… canta la fuente, ríe la vida porque tú estás. Rechiflao en mi tristeza… en mi pobre vida paria… volvió una noche con la mirada triste y sin luz… había en mi frente tantos inviernos, que tomo y obligo… yo sé que un hombre no debe llorar… su boca que besa borra la tristeza… Se fue en silencio, sin un reproche… quise abrigarla y más pudo la muerte… una promesa y un suspirar borró una lágrima de pena aquel cantar… tengo miedo del encuentro… tengo miedo de las noches… mecen en sus cunas nuevas esperanzas… silencio en la noche, silencio en las almas…”, canta a media voz la sonrisa de Carlos Gardel.





