Por Jorge Triviño Rincón

Ramsés, acababa de exiliar a quien había sido su hijo más querido y abandonado con un cayado en su mano, para que reinara sobre las alimañas que habitaban el inhóspito desierto.
Moisés—, ya desterrado—, miró la lejanía plena de dunas hermosas. El camino que le esperaba no era en verdad halagüeño, y sin embargo, estaba decidido a afrontarlo ya que había pasado otras pruebas más difíciles para defender a su amado pueblo hebreo, del que era un digno representante por ser de la estirpe guerrera.
Atrás quedaba gran parte de su vida, aquella que había ganado a punta de trabajo. Sin embargo extrañaba aún la belleza del río Nilo con su caudal bañando las riberas y dando vida a sus habitantes y las magnas construcciones y hieroglifos en los que sin duda alguna ya no iba a figurar, ya que había sido decretado que su nombre fuese borrado de cada piedra, donde hubiese sido escrito, pero para él representaba más el amor de Dios y de su pueblo, que el mismo amor que decía profesarle el faraón.

Así pues, emprendió el éxodo caminando lentamente a través del inmenso arenal, sintiendo en su cuerpo el fuego abrasador que quemaba su piel.
El sol parecía despedir haces de fuego que penetraban en sus entrañas como miles de cuchillos.
La sed inclemente dejaba sus sentidos inútiles, ya que provocaba en su mente, visiones apocalípticas y desgarradoras; sin embargo luchaba para mantener la calma y la serenidad aún en este estado de desdoblamiento.
Las imágenes en su entorno empezaron a distorsionarse y en su lugar. Aparecieron ante su visión calenturienta, dragones vomitando fuego a través de sus bocas y arremetiendo contra él.
Moisés se defendía con el cayado que le habían dado, descubriendo cómo al contacto, los dragones parecían esfumarse en el aire, pero surgían otros en su lugar, que le atacaban con fiereza. Acudió a su memoria la enseñanza arcaica del nombre divino IAH, el cual pronunció de inmediato. De manera prodigiosa los monstruos que le habían cercado se diseminaron y se destruyeron, entonces comprendió el valor real del verbo.
“Dios es verbo y su poder es la acción fecunda”—. Comprendió

Sin embargo, la caminata se tornaba cada vez más difícil, ya que sus sandalias se hallaban llenas de arena y esas piedrecillas puntiagudas le causaban dolor.
Decidió descansar un poco, bajo la sombra que proyectaba una enorme duna, pero el aliento vital le faltó. Acezando con fuerza perdió el sentido de sí mismo. El calor abrasador quemaba su piel y sus labios se inflamaron.
— ¡Agua!…—. Pedía el solitario.
Una docena de tuaregs que viajaba con destino incierto, oyó el clamor del profeta, y poco a poco se acercaron para ver de quién se trataba y averiguar qué podían hacer por él.
El guía de los viajeros del desierto se sorprendió al ver el rostro quemado y los labios hinchados del iluminado.
— ¡Moisés!—. Exclamó sorprendido ¿Qué te han hecho?
El hebreo le miró, pero cayó en un profundo sueño del que despertó postrado, posteriormente, en una tienda. A su lado se encontraba velando una hermosa doncella, quien le dijo en amoroso tono:
—Eleazar, mi padre me pidió que te cuidara hasta que te restablecieras a cabalidad. Descansa por ahora para que puedas hablar después con él. Mi progenitor salió con sus camellos en una caravana a través del desierto, para visitar a un amigo que se encuentra enfermo, pero no tardará. Yo velaré en tus días y en tus noches, así como tú cuidaste de él cuando se encontraba trabajando en la construcción de una pirámide.
Mi padre se hallaba elevando una pesada piedra con una cuerda, y cayó abatido por el cansancio a raíz de su edad. Otra enorme piedra se deslizó desde una cuerda y cayó sobre sus piernas quedando atrapado; entonces tú fuiste a auxiliarle. Este hecho no lo ha olvidado jamás y su agradecimiento es eterno. Él profesa la fe en tu Dios, y yo también porque es un Dios de amor y caridad. Si tú obras así, es porque el Dios que conoces obra en ti mismo.
Ésta es tu casa, si es que decides quedarte para siempre. Aquí tendrás hospitalidad y cariño hasta que te repongas completamente. Debes dejarte cuidar—. Y sonrió.
El profeta de la nueva dispensación le miró con dulzura, y decidió descansar por un prolongado tiempo en la casa de Eleazar, mientras se reestablecía, para poder continuar su peregrinación.

